Opinión
Médico, Padre y Amigo
Si algo define a Tino Pozo son estas tres palabras en mayúsculas y en su máxima expresión: Médico, Padre y Amigo.
Siempre se dice que para ser buen médico hay que ser buena persona. Tino era la buena persona y buen médico por excelencia, y el buen padre y amigo por añadidura.
Un ser humano que siempre iluminó las vidas de los otros, experto en escuchar, aquietar, transmitir confianza y ponerse manos a la obra con una diligencia y profesionalidad conmovedoras.
Experto en quitar miedos, cuando el miedo es lo más paralizante para el ser humano, y en transmitir una esperanza realista y tranquilizadora desde una pericia técnica difícilmente igualable.
Y en este mundo de vanidades, siempre lo hizo sin impostura, destilando autenticidad, desde una sencillez y honestidad que es visible desde el primer momento que tienes la suerte de cruzar tu mirada con la suya.
Alguien cuya única ambición fue siempre ayudar al otro, especialmente en los momentos de sufrimiento o enfermedad, sin distinguir posición social, país o ideología.
Conocí al doctor Pozo cuando trabajaba en el SAMU y le atendimos en el aeropuerto tras un viaje extenuante al sufrir un proceso coronario en el Sahara, adonde se había desplazado en una labor humanitaria a operar por laparoscopia a pacientes que le esperaban año tras año. Le encontré lleno de arena, agotado y doliente, y ahí comencé a admirar al afamado cirujano que se despidió de mí en el hospital con un "gracias, doctora".
La vida nos volvió a unir en mi etapa de directora del Hospital Álvarez Buylla, donde desde su puesto de jefe de servicio de Cirugía tuve el honor de trabajar con él intensamente. Siempre buscando cómo dar un paso más en los aspectos técnicos más novedosos y adquirir el mejor equipamiento para el servicio que dirigía, dando ejemplo de compromiso, rigor y buen hacer, impecable en el trato tanto en las duras como en las maduras, en los momentos de acuerdo o de desacuerdo, y ante todo verdadero ejemplo de entrega infatigable a sus pacientes. Si tuviera que destacar algo de su figura es que era el médico que todos queremos ser, ya que aunaba una búsqueda incesante de las técnicas más novedosas con una faceta humanista única, absolutamente entregada al paciente de un modo natural e inherente a su persona. Lo atestiguan cientos de pacientes agradecidos.
Con el paso de los años el doctor Pozo pasó a ser Tino, y la doctora Villanueva pasó a ser Josina, porque entablamos una amistad que nos unió de un modo personal y único, como hizo con tantas personas de esa gran lista de amigos que abarrotaron su acto de despedida.
En nuestras comidas, que yo califico como terapéuticas, pasábamos de hablar de temas médicos a compartir inquietudes y alegrías de nuestros hijos, criados bajo los mismos valores: ser buenas personas y trabajadores, e intentar siempre ayudar a los demás.
Tino detestaba la desidia y la vagancia y amaba al ser humano y su profesión de médico. Adoraba a sus hijos, Sergio, Elisa, Juan y Ana, y amaba y cuidaba siempre de sus amigos.
Nos dejó como vivió, de modo discreto y amoroso, rodeado de los suyos. Ahora nos queda un silencio, pero habitado por él y por su ejemplo de vida.
Nuestra memoria se teñirá de gratitud cuando el dolor se aquiete. Porque una multitud de pacientes, familiares y amigos siempre estaremos agradecidos del paso por nuestra vida del doctor Tino Pozo.
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