El magistrado titular de lo Penal número 1 de Oviedo cuelga la toga después de 45 años: "Seguiría en el Juzgado, pero me retiro porque casi no veo"

Después de 45 años con la toga puesta, el juez José María Serrano solo se la quita porque no le queda otra alternativa. Si por él fuese, continuaría ejerciendo hasta los 72 años, el máximo permitido, pero aun así se va con la satisfacción del deber cumplido, con una larga carrera llena de méritos y, sobre todo, con el cariño de todos sus compañeros

El magistrado José María Serrano Alonso, en su domicilio de Oviedo.

El magistrado José María Serrano Alonso, en su domicilio de Oviedo. / Miki López / LNE

Oviedo

Al juez José María Serrano Alonso (Oviedo, 1955) le gusta que le llamen Pepe. Así se dirigen a él sus familiares y sus amigos, pero nunca consiguió que lo hiciesen sus compañeros en el juzgado. "Mira que insistí, pero se empeñaban en llamarme don José. Y eso que convivíamos a diario", lamenta el magistrado, que acaba de jubilarse como titular del Juzgado de lo Penal número 1 de Oviedo después de 45 años de carrera. Campechano, humilde, cercano y un espejo en el que fijarse para sus compañeros de profesión por su "irrepetible personalidad" y por su "labor dedicada, rigurosa y brillante". Pepe, felizmente casado, con dos hijos "tan buenos que llegan a ser pesados", con un nieto de nueve meses que lo tiene loco y con su perro "Roco", afronta ahora otros retos que le ha planteado la vida.

-Su carrera es muy larga, pero en su caso se podría empezar por el final, ¿le parece?

-Con el final no tengo dudas. Tengo 70 años y hubiese seguido trabajando hasta los 72 porque adoro mi profesión, pero me jubilo porque casi no veo. Sólo me queda un 20 por ciento de visión en el ojo izquierdo.

-¿Desde cuándo tiene este problema?

-Siempre tuve problemas en este sentido. De pequeño tardé en decir que veía mal y con 13 años ya tenía 15 ó 16 dioptrías en el ojo izquierdo, que era con el que mejor veía. Lo único bueno fue que eso me libró de la mili. Fui a pasar el reconocimiento en Valladolid y al salir me pusieron en un papel: Inútil total. Y yo encantado de la vida. Después me pasé el resto de la vida viendo sólo por el ojo izquierdo, pero eso nunca me impidió desarrollar mi carrera y hacer una vida normal.

-¿Cuándo se dio cuenta entonces de que eso le imposibilitaba para hacer su trabajo?

-Hará unos tres años y medio. Estaba celebrando un juicio y no veía a la persona que tenía sentada enfrente. Suspendí la vista, me llevaron a Urgencias del HUCA y allí me dijeron que tenía desprendimiento de retina en el ojo izquierdo, el sano, por así decirlo. Me operaron, pero ya me dijeron desde el principio que la cosa pintaba mal. Eso derivó en glaucoma y ya empecé a verlo todo borroso. Estuve dos años de baja y siempre tuve la ilusión de volver, pero me acabaron dando la incapacidad absoluta.

-¿Como lo lleva?

-Hay que afrontarlo, no queda otra. Eso sí, la realidad es que no puedo ver la televisión, no puedo leer el periódico, tengo dificultades para cortar un filete e incluso me he apuntado a la ONCE porque ofrecen muchas ayudas, aunque la verdad es que hasta ahora sólo me he beneficiado de la gran biblioteca de audiolibros de la que disponen para poder entretenerme. Me ofrecieron la ayuda de psicólogos, pero gracias a Dios no los he necesitado, anímicamente lo tengo asumido.

-Se lo toma con valentía.

-Y con resignación. Eso sí, tengo que pedirles disculpas a todos los amigos que me ven por la calle y no saludo. No quiero que piensen que soy un borde, lo que pasa es que no les veo y sólo se quien son cuando los tengo cerca y me hablan ellos porque los distingo por la voz. Está claro que hay cosas peores y que estaría peor si me quedase ciego total. Ahora todavía tengo autonomía, salgo a la calle e incluso voy a comprar, pero tengo que fiarme del tendero porque no veo ni los precios. Lo que peor llevo es no poder verle la cara a mis dos hijos y a mi mujer, Elena, que siempre ha sido guapísima y ahora es mi guía y mi todo. También tengo un nieto que se llama Ignacio, que tiene 9 meses y que nos tiene enamorados, así que eso es lo que más me fastidia.

-Todo aclarado sobre la jubilación ¿Ahora los inicios?

-Venga. Yo nací en Oviedo el 29 de enero de 1955 y soy de Oviedo de siempre. Soy el más pequeño de cuatro hermanos y de niño estudiaba bastante mal. Estudié en los Maristas hasta cuarto de Bachiller y repetí el primer curso. Después fui al instituto de San Lázaro.

El magistrado José María Serrano Alonso, en su domicilio de Oviedo.

El magistrado José María Serrano Alonso, en su domicilio de Oviedo. / Miki López / LNE

-¿Y qué llevó a ese mal estudiante a elegir la carrera judicial para convertirse en juez?

-Pues claramente gracias a mi hermano Eduardo, al que llamamos "Lalo". Es doce años mayor que yo y él ya había estudiado Derecho y era catedrático, así que se convirtió en mi maestro, me ayudó a preparar las oposiciones a juez de distrito y fue el que me llevó a ser lo que soy ahora. Le estoy muy agradecido. Él era catedrático de Derecho Civil, fue fiscal y después pasó a magistrado de Trabajo. Está jubilado. Mi tío también era catedrático de Derecho Procesal y tiene una calle en Oviedo, José María Serrano Suárez.

-Su primer destino fue la Línea de la Concepción (Cádiz), ¿no es así?

-Así es, en el año 1980. Allí estuve quince meses.

-¿Se acuerda de su primer caso?

-No me acuerdo, pero seguramente sería un juicio de faltas por lesiones porque allí se pegaban mucho.

-Después de pasar por La línea de la Concepción, Pola de Laviana, Pola de Siero, Santa Coloma de Gramanet y San Fernando de Cádiz volvió usted a Oviedo para convertirse uno de los jueces que estrenaron los juzgados de lo Penal en Asturias.

-Eso es. En 1989 se crearon los primeros cuatro juzgados de lo Penal y yo asumí el número 1 porque fui el primero en elegir por escalafón, pero conmigo estaban otros tres compañeros que también fueron igual de pioneros: Covadonga Vázquez, Marisa Barrio y José Ignacio Pérez Villamil.

-¿Cómo recuerda aquellos inicios?

-Pues éramos todos más o menos de la misma edad y todos eran personas maravillosas, así que congeniamos muy bien. Era gente normal, llana y sin ínfulas, así que todo fue perfecto. Inicialmente estábamos en la parte de arriba de la calle Gascona y para celebrar los juicios teníamos que salir a la calle en toga porque la sala de juicios estaba delante de Las Pelayas.

-¿No aprovechaban de vez en cuando para tomar un culete de sidra?

-Hombre claro. Los viernes siempre nos reuníamos para tomar algo, lo pasábamos muy bien, fueron años muy buenos.

-También tendrían mucho trabajo.

-También, también. Hay que tener en cuenta que celebrábamos juicios de todas Asturias, excepto de Gijón. Llegamos a registrar 600 asuntos penales al año, que eso es una barbaridad.

-Los juzgados de lo Penal fueron rotando por varias ubicaciones de la ciudad y después acabaron en Llamaquique, ¿recuerda cómo fue la llegada a esas nuevas instalaciones?

-El traslado fue horroroso, era todo nuevo, pero fue un engorro. Además, como anécdota recuerdo que en el primer juicio que celebramos allí tuvimos que limpiar la sala nosotros porque estaba todavía llena de polvo.

-Usted dijo en una entrevista hace años que no le gustaba que lo viesen como un señor de negro que sólo se dedicaba a castigar y que siempre trataba de tranquilizar a los acusados porque en los juicios se juegan la vida.

-Así es. Siempre intenté trasmitir que los jueces estamos ahí para mirar por los intereses de todas las personas y que tienen que estar tranquilos. Ponerse nervioso siempre es negativo para defenderse. Estamos tratando asuntos muy delicados y que pueden determinar el futuro de una persona.

-¿Cómo se maneja la presión de tener en las manos ese futuro?

-Pues con los años y la experiencia te vas acostumbrando. Lo mejor es ponerse siempre en el lugar de las personas y actuar con ellas como te gustaría que lo hiciesen contigo. Eso no impide que si se demuestra que alguien cometió un hecho delictivo se le condene.

-¿Los casos se olvidan cuando uno se quita la toga o se van con uno a casa?

-Hay casos y casos, es evidente, pero claro que no se olvidan al terminar al juicio. Me he pasado muchas noches dándole vueltas a la cabeza.

-¿Qué casos fueron los que más le marcaron?

-Evidentemente he tenido muchos, pero no se me olvida el de la muerte de una niña atragantada con una palomita y sólo tenía 19 meses. Ver a aquellos padres allí en la sala después de pasar lo que pasaron te pone los pelos de punta. Otro de los últimos, que fue muy mediático, fue el de una peluquera del HUCA condenada por robar en las taquillas del hospital. De la que empezamos había muchos juicios a insumisos de la mili. Creo que no condené a ninguno.

-¿Cambiaría usted algo del Código Penal?

-Nosotros estamos para hacer que se cumplan las leyes que establecen los políticos, no para cambiarlas.

-Pero seguro que hay alguna que le rechina, puede decirlo ahora que ya está jubilado.

-A ver, por ejemplo, a mi siempre me llamó la atención que en el delito de abandono de la familia por el impago de una pensión a un hijo haya penas de cárcel. Si metes al padre en prisión difícilmente va a poder trabajar para pagar la pensión, pero está establecido así.

-¿Qué tal la relación con los fiscales?

-Pues fenomenal porque en Asturias son muy buenos, igual que los secretarios y los abogados. Aquí hay muy buen nivel.

-¿Cree usted que es urgente la unificación de los juzgados?

-Es muy importante. Se ahorrará mucho tiempo y dinero.

-¿Qué le han aportado a la justicia las tecnologías?

-Pues yo soy de los que empecé en juzgados llenos de papeles y al final trabajé con aplicaciones informáticas y pienso que ha mejorado mucho. Eso sí, espero que hayan arreglado de una vez las videoconferencias porque me han dado muchos disgustos. En Oviedo funcionaban una de cada diez veces.

-¿Cree que la Inteligencia Artificial llegará a dictar sentencias?

-Pues espero que no, sería muy peligroso. En la justicia se necesitan grandes dosis de humanismo.

-¿Alguna vez estuvo usted amenazado?

-En la vida.

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