Opinión | DE LO NUESTRO | Historias heterodoxas
La Primera República en la Montaña Central
La noticia de la proclamación tardó un día en llegar a Asturias y solo se celebró en las calles de Oviedo y Gijón
Cada 11 de febrero me gusta poner en Facebook una imagen que recuerda el día en que se proclamó la Primera República. Hasta hace poco, siempre se celebraba algún acto e incluso había banquetes para conmemorar esta fecha, siguiendo la costumbre que los viejos republicanos españoles mantuvieron durante décadas. Todo eso se fue apagando, pero este año la cosa tocó fondo cuando, no una, sino varias personas me preguntaron por qué yo señalaba esta fecha, en vez del 14 de abril, que era la correcta para honrar a "la niña".
En efecto, el 14 de abril se recuerda la llegada de la Segunda República, que aconteció en 1931, pero el 11 de febrero de 1873 ya se había proclamado la Primera –ahora olvidada por casi todos–, que a pesar de su brevedad fue muy importante para nuestra historia. Ahora voy a adelantar unas generalidades sobre este episodio antes de contarles cómo se vivió en la Montaña Central.
La República apenas duró once meses en los que se sucedieron cuatro presidentes (Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar) hasta que el 2 de enero de 1874 un grupo de guardias civiles y soldados dirigidos por un espadón ocupó el Congreso de los Diputados cuando se estaba procediendo a la votación de un nuevo presidente del poder ejecutivo, estrenando un modelo que otros repitieron más tarde. Así se inició un periodo que culminó el 29 de diciembre de aquel año con la restauración de la monarquía borbónica en la figura del joven Alfonso XII, quien volvió del exilio en el que estaba junto a su familia, porque los españoles los habían expulsado del país en 1868.
El breve periodo republicano estuvo marcado por tres conflictos bélicos simultáneos: la Tercera Guerra Carlista, la Guerra de los Diez Años en Cuba y la sublevación cantonal. Además, hubo una profunda inestabilidad política y social, vio el nacimiento del movimiento obrero y padeció la división de éstos entre republicanos federalistas y unitarios. Sin embargo, a las clases populares les daba igual un rey que un presidente, ya que mientras los políticos provenían de las clases medias y gozaban de una buena formación, los trabajadores del campo y los talleres eran mayoritariamente analfabetos.
La noticia de la proclamación de la Primera República tardó un día en llegar a Asturias y solo se celebró en las calles de Oviedo y Gijón, porque en las otras ciudades únicamente los escasos militantes federales conocían las novedades que podía traer el nuevo sistema de gobierno. Y, en las aldeas, la nobleza rural y los párrocos no se preocuparon por contárselo a sus vecinos.
Además, las partidas carlistas, que seguían con su guerra particular, cortaban con frecuencia la línea telegráfica con León en el tramo entre Pajares y Campomanes y solían hacerse con las sacas de los correos, lo que suponía un bloqueo total en las noticias; de manera que los constantes cambios en los ministerios republicanos solo eran seguidos por una minoría.
Otra circunstancia particular de nuestro territorio fue la existencia de grupos de seguidores de la Internacional, fundada en Londres en 1864. Entre el proletariado industrial que no paraba de aumentar, tanto en las minas como en las dos grandes fábricas de Langreo y Mieres. Según el historiador Gabriel Santullano, "Mieres fue uno de los dos o tres lugares de Asturias en los que se documenta la existencia de una sección de la AIT, que ya se había constituido en otoño de 1871".
Al mismo tiempo, tras la revolución de septiembre de 1868, se abrieron Círculos republicanos en Langreo y en Mieres y en las dos villas no tardaron en constituirse comités locales del Partido Republicano Federal de los que dependían otros subcomités en poblaciones más pequeñas. Según Sergio Sánchez Collantes, "en La Rebollada hubo uno al que estaban afiliados más de cien individuos", un número tan elevado que solo puede explicarse por la proximidad de la Fábrica de hierros de Numa Guilhou.
Los ciudadanos republicanos pudieron nombrar por sufragio universal masculino a sus alcaldes, sus concejales y sus jueces. El regidor de Mieres fue José Ramón Fernández Grande, del que desconozco más datos, porque no lo he encontrado entre los líderes federales locales ni en ninguna logia masónica, de la que formaron parte varios regidores de otras localidades. Lógicamente, solo se mantuvo en su puesto los once meses de República.
El gobierno de Pi y Margall decretó la separación de la Iglesia y el Estado y adoptó un ambicioso programa de reformas que apenas pudieron desarrollarse, como el acceso de los campesinos a la propiedad de la tierra que trabajaban, la abolición del trabajo infantil, el reconocimiento de las asociaciones obreras y la jornada laboral de ocho horas.
Desde la situación prebélica que vivimos actualmente, con medio mundo afilando sus espadas contra el otro medio, nos sorprende la habilidad que tuvieron aquellos republicanos para tratar el problema de la implicación del pueblo en el ejército.
En el Título XVI de su Constitución nonata se estableció una reserva forzosa para todos los ciudadanos de entre 20 y 40 años que consistía en un mes de ejercicios militares para los que tuviesen de 20 a 25 años; quince días para los de 25 a 30, y ocho días para los de 30 a 40. Las armas debían permanecer en los cuarteles y los ciudadanos solo podían armarse y movilizarse por ley. Además, durante el Sexenio Democrático se creó una milicia ciudadana denominada Voluntarios de la Libertad, a la que se sumaron en Mieres una treintena de jóvenes para defender a esta villa de los ataques carlistas que en un principio parecieron disminuir: el 22 de febrero, 19 hombres de la facción dirigida por Ángel Rosas que actuaban por Aller, Sama, Laviana y Quirós se acogieron al indulto propuesto por el gobierno.
Los internacionalistas aprovecharon en mayo esta circunstancia y toda la minería de Mieres y Sama de Langreo se declaró en huelga general. Desconocemos los motivos de esa movilización, aunque sí sabemos que la huelga de los mineros de carbón no duró mucho, la del azogue se prolongó algo más y los últimos en reincorporarse fueron los metalúrgicos de La Felguera.
En junio, un centenar de trabajadores del ferrocarril volvieron a parar en Santullano y, según la prensa, amenazaron a otros quinientos para que los secundasen, logrando detener los trabajos en las vías.
Sin embargo, en el mes de agosto la reacción carlista frenó de golpe estas movilizaciones. La partida de Ángel Rosas se reorganizó asaltando varios ayuntamientos en la costa antes de retornar a la Montaña Central para hacerse con la contribución de Collanzo.
Al mismo tiempo, 80 republicanos tuvieron que perseguir a otra nueva partida de 41 hombres que se había reunido en la campa de Los Mártires mandada por un veterano capitán apellidado Fernández. Una publicación carlista alababa la elegancia de esta formación: "Los cinco jefes que lleva esta columnita van vestidos de uniforme compuesto de boina blanca con hermosa borla de oro, blusa encarnada con vivos blancos, pantalón negro y polaina encarnada".
La actividad de la partida de Rosas iba a marcar los últimos meses republicanos en la Montaña Central, condicionando cualquier otra cuestión política e incluso el desarrollo del movimiento obrero, ya que los trabajadores no querían que se les confundiese con los carlistas y se mantuvieron al margen de este conflicto. Una consecuencia positiva para la economía fue que la normalidad laboral hizo que la producción, tanto minera como industrial, marchase con regularidad e incluso aumentó la producción en los dos sectores.
El 1 de diciembre, Rosas entró en Mieres con 104 hombres, echó abajo las puertas del Ayuntamiento, quemó los libros del Registro civil y partió hacia Campomanes llevando como rehén al recaudador de contribuciones por cuyo rescate exigió una fuerte suma.
Luego, pasó por Turón para hacerse con provisiones con que alimentar a la tropa y el 5 de enero de 1874 también asaltó la Casa Consistorial de Langreo, en la que se habían refugiado los voluntarios de la zona, quemando el archivo municipal, para fatalidad de la ciudadanía del Nalón y desesperación de los historiadores actuales. El destrozo fue tan grande que hubo que construir un nuevo edificio en otra parte de la población.
Tras la caída de la República federal, la guerra carlista se recrudeció en nuestro territorio con acciones cada vez más audaces. A principios de febrero de 1874 la facción entró en Mieres, volviendo a tirar el tendido telegráfico e impidiendo la salida de los quintos que estaban a punto de partir hacia Oviedo a los que intentaron convencer para que se uniesen a ellos.
Y a final de mes, un ejército de más de 300 rebeldes, producto de la unión de varias partidas derrotó en Pola de Lena a un destacamento del Regimiento Asturias, haciendo prisioneros. Siguiendo su costumbre, también incendiaron el Ayuntamiento de esta villa. Como habrán visto: entre todos la mataron y ella sola se murió.
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