Opinión | Líneas críticas

Las vicisitudes históricas de la guerra y la paz

La guerra es una institución permanente desde el origen de las civilizaciones. Durante muchos siglos, el destino del mundo se ha venido decidiendo en los campos de batalla. Y aunque guerra y paz son conceptos indisociables, han sido raros los períodos extensos de paz en el mundo.

El historiador estadounidense Crane Brinton escribió que una guerra puede ser aplazada; pueden disminuir el número de beligerantes; sus horrores pueden ser aliviados por la medicina o por los propios códigos internacionales (pocas veces respetados). Puede ser también evitada o atenuada durante un número determinado de años. Sin embargo, aún no se vislumbran las condiciones para que la guerra llegue a desaparecer definitivamente.

Apenas se tiene en cuenta que, además de los más publicitados de Ucrania y Oriente Medio, actualmente se encuentran activos un total de 56 conflictos armados en el mundo, según el Instituto para la Economía y la Paz. La cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial. Estos conflictos tienen asimismo un componente cada vez más internacional, con hasta 92 países involucrados fuera de sus fronteras.

Para Brinton, un error persistente a lo largo de la historia ha sido la incapacidad de comprender que la paz requiere un esfuerzo activo, planificación, recursos y sacrificios, igual que la guerra. Aunque los gastos militares con la intención de impedir la guerra sean muy difíciles de justificar en tiempos de paz.

Las guerras persisten también a pesar de la multitud de movimientos cívicos e instituciones con fines pacifistas. Y de vigorosas campañas contra la carrera armamentística. Veamos algunos ejemplos.

Desde 1901 llevan concediéndose los premios Nobel, sin duda los más prestigiosos del mundo. Fueron creados por el científico, industrial y filántropo sueco Alfred Nobel, inventor de la dinamita. Nobel, movido por un complejo de culpa por los daños que su invento hubiera podido causar a la humanidad, sobre todo en los campos de batalla, decidió destinar la mayor parte de su fabulosa fortuna a los premios, entre ellos el Nobel de la Paz, que debía reconocer "la mayor o mejor obra en favor de la fraternidad entre países, la abolición o reducción de los ejércitos y la celebración y promoción de congresos de paz".

Y para promover la cooperación internacional y lograr la paz y la seguridad en el mundo nacieron la Sociedad de las Naciones y la actual la Organización de la Naciones Unidas (ONU) .

En plena guerra fría, el científico Albert Einstein y el filósofo Bertrand Russell, ambos premios Nobel, proclamaron que el deseo de paz sólo podría convertirse en realidad mediante la creación de un gobierno mundial, cuyo único fin sería evitar la guerra.

En los años noventa del siglo pasado, siendo director de la Unesco, el español Federico Mayor Zaragoza defendió la llamada "cultura de la paz". Pretendía desplazar las guerras del lugar prominente que ocupaban en la historia de los Estados "para dar protagonismo a todas las experiencias de paz, cooperación y solidaridad". Con tal fin, comisiones internacionales de historiadores se dedicaron, por encargo de la Unesco, a hacer una revisión de la historia en la que se pusiera más énfasis "en el entendimiento que en el enfrentamiento". Pues bien, de haberse aplicado esta ingenua iniciativa, no se entendería, entre otros extremos, la configuración de la Europa surgida tras las dos guerras mundiales.

Hace algún tiempo, un activo sindicalista me confesaba que no tendría problema en defender por la mañana los puestos de trabajo de una fabrica armas y acudir por la tarde a una manifestación en favor de la paz: sin duda, un insoluble dilema ético.

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