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Santullano, el puente del hambre

La estructura fue durante décadas punto estratégico de la comunicación entre Asturias y León, tanto de las mercancías como de los viajeros

La historia de esta semana vista por Alfonso Zapico.

La historia de esta semana vista por Alfonso Zapico. / Alfonso Zapico

Ernesto Burgos

Ernesto Burgos

El puente de Santullano fue durante muchas décadas el punto más estratégico de las comunicaciones entre León y Asturias. Por allí pasaban principalmente la mayor parte de las mercancías y de los viajeros que entraban o salían de la región, con mucha diferencia sobre las rutas que aprovechaban otros puertos de montaña.

Cuando en febrero de 1792, el superintendente general de caminos del Reino, conde de Floridablanca, nombró a Jovellanos subdelegado para Asturias y le encargó trazar una carretera para abrir el paso hacia Castilla, el ilustrado eligió el puerto de Pajares sobre el de La Mesa porque, aunque las nieves del invierno eran terribles en los dos lugares, se tardaba más en despejar el segundo punto y la obra era menos costosa, precisamente por la facilidad que ofrecía el recién estrenado puente de Santullano.

La historia de esta construcción parte de una riada que se llevó la vieja estructura que ya existía en el mismo paso. Para arreglar definitivamente este problema, en 1788 el prestigioso arquitecto Manuel Reguera González, quien ya contaba con una larga carrera de trabajos en Oviedo, asumió un diseño que debía ser estable y resistir en el tiempo; sin embargo, unos meses más tarde, cuando Jovellanos visitó el lugar dejó constancia en sus diarios de su decepción porque todo estaba parado: "Está proyectado un puente que habrá de ser grande, porque el río en esta parte es ya muy caudaloso, pero esta obra, así como la continuación del camino, están suspendidas para desgracia de este país".

La demora se debía a una calamidad inesperada que afectó a toda Europa en 1789: una hambruna generalizada ocasionada por una sequía persistente, que en el caso de Asturias se vio agravada una sucesión de fuertes temporales que también arruinaron los pastos, sobre todo en las zonas de montaña del occidente. De esta forma, a la falta de grano, se unió la muerte de muchos animales y se produjo un aumento exagerado en el precio de la carne que hizo imposible su consumo entre las familias humildes.

Para paliar esta crisis, en junio de 1789, la Junta del Principado decidió comprar cereales en otras regiones destinando a esta operación el presupuesto que ya se había adjudicado a la obra de Santullano, con la promesa de devolverlo en el plazo de dos años.

En septiembre de 1790, Jovellanos volvió a anotar que el puente aún seguía en cepas; sin embargo, en 1791 ya observó con satisfacción que se estaba trabajando con celeridad, y por fin en 1793, lo encontró casi concluido. De manera que cuando en 1880 Francisco Martínez Marina le pidió al erudito que aportase sus informaciones para incluir en su fallido Diccionario Geográfico de Asturias, este ya pudo comunicar que el puente de Santullano era una obra magnífica, con sus cinco arcos cerrados, aunque aún estaban rellenándose las enjutas y se trabajaba en una plaza "en que debe desembocar para volver holgadamente sobre el camino".

En todo este tiempo, el proyecto tuvo tres responsables: en 1791 su iniciador Manuel Reguera cumplió los 60 años y fue sustituido por Benito Álvarez Perera y Francisco Pruneda cuando solo había iniciado el arranque de los arcos. Mientras tanto, cuando la hambruna concluyó, la Junta General había contraído una deuda de 600.000 reales por la compra de grano y siendo consciente de que la maltrecha economía de los vecinos no podía soportar ya ningún nuevo arbitrio, se vio forzada a recurrir a otros impuestos sobre el comercio para estabilizar sus cuentas.

El puente de Santullano se convirtió desde entonces en un escenario fundamental para la historia de la Montaña Central, sobre todo en la primera mitad del siglo XIX.

Seguramente, el episodio más curioso fue el protagonizado en los inicios de la guerra de la Independencia por José Antonio Mon y Velarde, conde del Pinar, y el célebre poeta Juan Menéndez Valdés. Esta historia se inició cuando se conocieron en Asturias los hechos del 2 de mayo y los estudiantes de la Universidad de Oviedo iniciaron una revuelta asaltando la Junta General del Principado a la que acusaban de acoger a los afrancesados, dando vivas a Fernando VII y mueras a los invasores. Entonces, las autoridades pidieron ayuda a Madrid, y desde allí se mandó venir a tropas del Regimiento Hibernia y del Escuadrón de Carabineros Reales y, al mismo tiempo, a dos comisionados con las instrucciones para reprimir el levantamiento.

Los elegidos fueron Mon y Velarde y Menéndez Valdés, ambos consejeros de Castilla, que bajaron el puerto de Pajares en una litera con dos varas laterales que se afianzaban en dos caballerías, puestas una delante y otra detrás. Al llegar al puente de Santullano ya habían sido detenidos por los paisanos armados en tres ocasiones: Puente de Los Fierros, Campomanes y Ujo, pero todavía conservaban escondidos los pliegos con las órdenes.

Era evidente que el riesgo aumentaba con cada parada y si seguían con ellos iban a acabar pagando con su vida, así que cuando se encontraban en la mitad del puente, decidieron lanzarlos al agua. Luego, los dos siguieron su odisea al llegar a Oviedo, donde la práctica generalidad de la población ya se había posicionado a favor de la resistencia y comprobaron que habían acertado en su decisión, porque allí fueron registrados minuciosamente.

No hace mucho, también les conté como en 1811 don Ramón López dirigió al mariscal de campo Francisco Javier Losada López una "Breve instrucción para la defensa del Camino Real desde Pajares al puente de Santullano y reconocimiento del concejo de Aller". Se trataba de una relación con las estructuras que debían establecer los españoles para impedir el avance de las tropas napoleónicas y entre ellas destacó el control del paso de Santullano porque en él estaba la llave de la penetración en Asturias.

Para protegerlo, se colocó sobre la orilla derecha, al lado del palacio de Villarejo, una batería de campaña de nueve pies de grueso para cinco piezas y sobre la izquierda, en la altura del Miraorio, otra posición con tropas y artillería, al tiempo que en el entorno del puente se situaron varios apostaderos y paredes con troneras y dos gruesos espaldones elevados con sus aspilleras y rastrillos.

Mientras duró la francesada, los enfrentamientos en el entorno del puente fueron frecuentes, y lo mismo durante las guerras carlistas. En noviembre de 1833, una fecha que podemos considerar como el inicio de esta guerra civil en Asturias, se sublevaron en el conceyón de Lena dos batallones de voluntarios realistas. El primero se lo pensó mejor y poco después dejó las armas sin luchar, precisamente al llegar al puente de Santullano; sin embargo, el segundo, dirigido por su comandante don Juan Menéndez, siguió empeñado en avanzar hacia Oviedo después de haber saqueado los fondos públicos de Pola y de Mieres.

Para reprimirlos, salió de la capital un destacamento de cien carabineros que hizo retroceder a los rebeldes en El Padrún, pero al llegar a Mieres se encontraron con unos quinientos voluntarios parapetados en el entorno de la parroquia de San Juan defendiendo el pequeño puente que salva el río del mismo nombre. A pesar de la inferioridad numérica lograron romper su línea y los hicieron retirarse –supongo que ya lo habrán adivinado– hacia Santullano, donde la batalla fue muy intensa y se prolongó hasta las doce de la noche, cuando los rebeldes se dispersaron en pequeños grupos por los montes de los alrededores.

Otro acontecimiento destacable se produjo el 7 de julio en las cercanías de Villarejo, día en el que fue abatido el mítico caudillo carlista José Faes, que se desplazaba con sus dos lugartenientes, José María "El Vizcaíno" y Ramón de Gabrelón. El relato de los hechos tiene dos versiones, que les resumo. Según la primera, el apuesto guerrillero había pasado la tarde en Santullano con los señores de Gutiérrez, que también simpatizaban con la causa del pretendiente Carlos VII y ya volvía en su caballo hacia Figaredo por el camino que serpeaba el monte. Allí, recibió los disparos que le hizo un emboscado escondido tras un matorral, para cobrar la recompensa ofrecida por su cabeza.

La segunda versión sostiene que Faes fue interceptado en el mismo lugar, entre Villarejo y Figaredo por un regimiento liberal que acampaba en Ujo, cuando regresaba de la montaña leonesa después de haber cortado allí las vías del ferrocarril que aún no se prolongaban hasta Asturias.

Ya en el siglo XX, la importancia estratégica del puente de Santullano motivó que tras la victoria franquista se levantasen en una ladera cercana los conocidos como "cuarteles de los moros", que albergaron a un nutrido destacamento de regulares traídos para controlar desde allí los movimientos de los fugaos que resistían en la Montaña Central. Como siempre recuerda mi amigo Atilano Rodríguez, el epílogo de esta historia está en el pequeño cementerio musulmán que se habilitó entonces para estas tropas, pero su huella solo se guarda en la memoria en los mayores.

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