Opinión | Camín RealL

Ir a tomar los baños: una tradición muy de Oviedo

Entre el 15 de junio y el 30 de septiembre las mujeres del concejo solían seguir un tratamiento de nueve días en balnearios o en el mar

Gijón, septiembre de 1926. Familia de Ardaxe, Les Regueres. | Foto Julio Quintana Menéndez

Gijón, septiembre de 1926. Familia de Ardaxe, Les Regueres. | Foto Julio Quintana Menéndez

A pesar de la siempre delicada situación económica de la gente del campo, en tiempos pasados las mujeres mayores de la casería y las que tenían alguna enfermedad crónica acudían en el verano a balnearios o a baños de mar. La temporada de baños era siempre fija: del 15 de junio al 30 de septiembre.

Solían ir a balnearios cercanos, como el de Las Caldas, con aguas termales. Muchas personas del concejo de Les Regueres y limítrofes iban en burro. Las llevaba hasta allí un familiar, y las iba a recoger al cabo de nueve días, que era el tiempo estipulado para el tratamiento. Algunas se acercaban a Trubia o a Lugo de Llanera a coger el tren. Decían que el agua de Las Caldas era buena para curar o aliviar el reumatismo y enfermedades respiratorias. Otros destinos eran el balneario de Lada en Langreo, con propiedades medicinales por sus aguas sulfurosas; el de Borines, en Piloña, con propiedades medicinales para afecciones del estómago e intestinales; el de Fuensanta, en Nava, de origen romano, con propiedades aptas para mejorar la anemia y convalecencias. Iban en tren, generalmente coincidiendo con alguna vecina o familiar. Alquilaban una habitación con derecho a cocina y llevaban algo de casa para comer.

No faltaban quienes se desplazaban fuera de la provincia a tomar las aguas y baños de Caldas de Nocedo, en León; Guitiriz, en Lugo; Mondariz en Pontevedra; Liérganes y Solares, en Cantabria; y a Cestona, en Guipúzcoa. Eso ya exigía una mayor inversión. En casa de una vecina de Parades que iba a Cestona criaban una vaca para pagar los baños.

También había mujeres que iban a tomar baños de mar. Había balnearios en Salinas y en Gijón. Desde mediados del siglo XIX era costumbre acudir a los baños de mar en el mes de septiembre. Estos baños duraban por lo general ocho días, y, se decía que los del primer cuarto creciente del mes tenían propiedades curativas para los catarros y el bocio. Había que pasar nueve olas por baño.

Gijón, con el Club Náutico al fondo, hacia 1930. A la derecha, Rosa González, de Parades.

Gijón, con el Club Náutico al fondo, hacia 1930. A la derecha, Rosa González, de Parades. / LNE

En las playas había bañeros y bañeras para ayudar a la gente a bañarse. El bañero era para hombres y la bañera para mujeres y niñas. Iban vestidos con un traje de baño con mucha tela y con un blusón blanco, muy fino, encima. En los años 30 del pasado siglo cobraban una peseta por baño.

Acudían sobre todo mujeres de toda Asturias y también de Castilla. Las mujeres castellanas que venían en tren fueron apodadas por los gijoneses como del sábanu, por la especie de sábana en la que se envolvían para bañarse en la playa de San Lorenzo.

La gente acude muy vestida y calzada a la playa y se pone vestidos cortos y flojos para bañarse, junto con gorros. Los primeros balnearios en Gijón se instalaron en la playa de San Lorenzo en 1874. El último balneario de Gijón fue el del Natahoyo, llamado también del Pedreru. Estaba, según nos cuenta el gijonés Ángel Prada "entre los astilleros, que por aquella época llegaban casi hasta la entrada actual de la playa de Poniente, y la chimenea que actualmente existe en la explanada del acuario. La puerta de entrada estaba junto a la chimenea. Había una señora en la puerta que era la que cobraba, era la madre de Marino. La caseta de entrada al Pedreru estaba pegada al muro de astilleros. Nosotros, de guajes, pasamos por aquella zona de la que íbamos a pescar porque por aquel entonces había mucha hambre y los burones, ñoclas y llámpares que cogíamos nos servían de mucho. Recuerdo que desde donde pescábamos se veía una especie de piscina de cemento como a 20 metros de la entrada del balneario, en donde al subir las olas se llenaba, y al bajar se vaciaba por un desagüe en la parte de abajo. A veces se quedaban atrapados peces en ellas y si pasábamos cerca los cogíamos. Mis amigos por aquel entonces se bañaban muchas veces en esta piscina, cuando veían que no había nadie cerca, sin pagar claro. No recuerdo mucho tránsito por el negocio por aquella época, más o menos entre 1950-1955. De los demás balnearios no tengo recuerdo alguno".

Lo que resulta más chocante es que esta práctica fuese sólo de mujeres, y cuántos sacrificios tendrían que hacer para acudir a los balnearios. Las que iban, repetían. Sanar, no sé si sanarían muchas, pero el descanso que tenían esos nueve días, el cambio de aires y las propiedades de las aguas, daban como resultado una notoria mejoría.

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