Opinión
Coppen era ejemplar
Subtitulo Suspendisse turpis dolor, vehicula nec vehicula a
De todos los mitos griegos, pocos resultan tan atractivos como el que recoge la muerte de Pan. Lo cuenta Plutarco: en plena travesía en alta mar, un marino egipcio escucha una voz que le insta a informar, nada más que aviste la costa, de la muerte del gran Pan. El marino, temeroso, cumple la orden y cuando avista Palodes grita desde la proa: "¡El gran Pan ha muerto!". De inmediato, relata Plutarco, se escuchó procedente de la costa un desgarrador lamento, compuesto por una multitud de voces que aunaban duelo y asombro ante la noticia. Me gustaría pensar que ayer, en el mismo momento en el que LA NUEVA ESPAÑA publicaba en su edición digital la noticia de la muerte de José Antonio Coppen, en Lugones emergió un quejío similar, honrando la memoria del eterno cronista de la localidad.
Fue, precisamente, a través de este periódico que yo conocí a José Antonio Coppen. Era un tiempo en el que yo me iniciaba en el oficio como corresponsal en Siero, compartiendo trinchera con mi hermano de armas Manuel Noval Moro. Lugones, consolidada ya entonces como la localidad más poblada del cuarto concejo, era una plaza prioritaria para el diario, y a mí se me encomendó la tarea de trasladar el peso de ese territorio a las páginas de la sección. Para un plumilla primerizo y que no conocía bien el territorio, como era mi caso, contar con una figura como Coppen era canela en rama. Cronista a la vieja usanza, no había dato, fecha, persona o lugar que le fuese ajeno, un conocimiento integral de Lugones que abarcaba tanto los hechos históricos como los chismes de taberna.
Solíamos quedar, al menos una vez por semana, bien para desayunar en la cafetería Principado, bien para tomar un café en el Bitácora. Repasábamos la actualidad, hablábamos de posibles reportajes, me comentaba qué iba a contar en su artículo de esa semana y, por lo general, el encuentro terminaba con Coppen guiándome por su pueblo para ir a ver algún desaguisado que el Ayuntamiento no terminaba de reparar o para visitar a algún lugonense con una historia digna de ser contada.
Coppen sabía todo de Lugones, y conocía a todos en Lugones, con una transversalidad que ya quisieran para sí muchos políticos. Lo mismo te hablaba de su admirado José Tartiere que del tendero de la esquina. Pasaba, además, que había sido protagonista en buena parte de la historia reciente de la localidad, con un activismo cívico que le había llevado a implicarse, a finales del siglo pasado, tanto con la añorada asociación de vecinos "San Félix" como en la gestación del partido Conceyu, fruto de la desafección que, en la época, sentía Lugones respecto al Ayuntamiento de Siero. Coppen, siempre al quite, acuñó una afortunada expresión, "La Pola política", con la que definía el peso que la capital tenía en las decisiones municipales, incluso en detrimento de otras partes del territorio.
Pero esa implicación nacía no de un posicionamiento ideológico, sino del más puro y genuino civismo. El mismo que le llevó, durante años, a postular a su amada Lugones para el premio "Pueblo Ejemplar de Asturias", aun sabiendo que era una quijotada. Yo le veía, año tras año, preparar aquel dossier que pulía y engordaba tras cada negativa. Lo realmente estimable era que la base de su propuesta residía, precisamente, en una defensa del puro civismo: a decir de Coppen, Lugones merecía el premio por su "carácter de crisol social y cultural", por ser un modelo de convivencia en el que no caben el racismo ni la xenofobia. "En Lugones", decía Coppen, "hay vecinos que proceden de todos los concejos asturianos, de todas las autonomías de España y de más de cuarenta países de cuatro continentes". Una visión utópica y hermosa de su pueblo que el cronista se empeñaba en apuntalar con estadísticas y datos, tratando de traducir a números una perspectiva puramente emocional.
Siempre que se abría el plazo para presentar la candidatura, Coppen me avisaba para sacar la pertinente nota en el periódico. "José Antonio, macho, tú te das cuenta de que esto no va a pasar nunca, ¿verdad? No van a traer a los Reyes a darse un garbeo por la avenida de Oviedo", le decía yo, consciente de que Lugones no responde, precisamente, a los estándares en los que se mueven las localidades premiadas con el "Pueblo Ejemplar". Pero a él le daba igual. Porque Coppen no buscaba el premio, no le importaba, sólo quería demostrar que su amado Lugones era, a su modo y manera, tan digno como cualquier otro pueblo. Y yo creo que Coppen, que sin duda era un ciudadano y un amigo ejemplar, tenía razón.
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