Opinión
La trayectoria de Alfonso Palacio, director del Bellas Artes, ahora segundo del Prado: la joya de la cantera se hace internacional
El nuevo adjunto a la pinacoteca nacional brilló en la Universidad antes de hacer del museo asturiano un referente en toda España

Ilustración: / Pablo García
En el Campus del Milán de la Universidad de Oviedo, en ese edificio departamental que fue seminario y cuartel antes de que las Humanidades migrasen a esa zona de la ciudad, hay un pequeño cuarto, en su segundo piso, que contiene, o contuvo en algún momento de la historia reciente de la institución, buena parte del legado del Departamento de Historia del Arte y Musicología. Allí se almacenaban (ya digo que no sé si sigue siendo así, que con esto del digital nunca se sabe) copias de las tesis que los doctorandos registraban en la secretaría del departamento. No sé cuántas tesis se guardaban allí, ni por cuanto tiempo, pero durante años, entre aquel maremágnum de sueños y anhelos académicos destacaban cuatro gruesos volúmenes de tapas negras estratégicamente situados frente a la puerta, de tal forma que el incauto doctorando que se internaba sin avisar en aquella selva se sentía inmediatamente intimidado.
“Ya no se hacen tesis así”, acostumbraba a puntuar el administrativo de turno (yo vi el episodio en un par de ocasiones), reforzando la idea de que aquel kraken de dos mil y pico páginas era un producto de otro tiempo, una época anterior a Bolonia, a las limitaciones de tiempo y espacio para desarrollar un trabajo académico sólido, a los corsés administrativos que dificultan la investigación y a la falacia de las tesis por compendio de publicaciones. El incauto doctorando, con su escuálido volumen bajo el brazo, se acercaba entonces al kraken y afrontaba la leyenda dorada impresa en su lomo: “El pintor Luis Fernández (1900-1973)”. Un título conciso, preciso, rotundo y que presentaba fielmente lo que aguardaba en su interior: una investigación completa de la vida y la obra del artista, aún hoy (y hace veinte años de su defensa) el trabajo de referencia sobre el artista asturiano más internacional.
El autor del kraken era Alfonso Palacio, recién nombrado director adjunto de Conservación e Investigación del Museo Nacional del Prado, y ya entonces era un referente en el departamento. Había sido el alumno más brillante de su generación, el becario ejemplar y, ya desde sus primeras prácticas, un profesor admirado y respetado por el alumnado. No es sólo que recibiese todos los premios extraordinarios habidos y por haber, es que dentro del departamento tenía esa aura de gran promesa: era la joya de la cantera.
Como el talento atrae al talento, Alfonso Palacio estaba bajo la tutela de Javier Barón Thaidigsmann. Aunque no era catedrático, Barón era una suerte de primus inter pares en aquel departamento, el profesor más respetado por el alumnado y el más demandado por los doctorandos. Sus clases eran ineludibles, sobre todo cuando impartía una optativa, “Últimas tendencias del arte”, en la que desplegaba todo su conocimiento bruto del mundo del arte. Ya entonces, el prestigio de Barón desbordaba ampliamente las fronteras asturianas, hasta tal punto que el Museo Nacional del Prado le enrolaría para su departamento de pintura del siglo XIX. Pese a su traslado a Madrid, y a diferencia de lo que harían otros profesores de paso más o menos efímero, Barón nunca se desvinculó de su alma mater, ni dejó desamparados a sus doctorandos.
Para Alfonso Palacio, Javier Barón es más que un profesor o un director de tesis. Su posición es más bien la de un auténtico mentor, una relación que se ha mantenido con el paso de los años. Barón le inculcó la necesidad de completar su formación con estancias y becas en otras instituciones y Palacio emprendió un periplo que le llevó, entre otros lugares, al Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el Wildenstein Institute y el Centre Georges Pompidou de París. Al final del viaje volvió a Oviedo, a nuestra querida Universidad, ya como profesor. Era 2006 y se instaló en el despacho que había ocupado, hasta su traslado a Madrid, Javier Barón. Y de alguna forma dio la sensación de que se había cerrado un círculo.
Durante los siete años que ejerció en el Departamento de Historia del Arte, Alfonso Palacio cubrió de forma efectiva y eficiente el hueco que había dejado su maestro, a todos los niveles. Tranquilo y afable, conectó por rápidamente por su carácter y su juventud (gijonés del 75) con el alumnado, y en el claustro se veía con naturalidad su presencia en el departamento. La joya de la cantera había llegado al primer equipo.
Deja el cargo incólume, tras una gestión ejemplar, sin un mal gesto ni sombra alguna
En esos años, Palacio se volcó en su carrera investigadora, su auténtica vocación, y comenzó una fértil trayectoria como comisario de exposiciones. En poco más de un lustro publicó una decena de libros, una veintena de artículos y más de cuarenta textos en catálogos de exposiciones, organizando como comisario alrededor de una decena. Empezaron a florecer los discípulos y todo hacía presagiar una larga y fértil carrera académica. Pero llegó el año 2012 y, tras la salida de Emilio Marcos Vallaure, se buscaba un nuevo director para el Centro Regional de Bellas Artes de Asturias. Alfonso Palacio, que tampoco le tenía miedo a la gestión (por aquellas fechas era vicedecano de la facultad), opositó a la plaza y, frente a un tribunal liderado por dos tótems de la gestión museística en España, como eran Miguel Zugaza (en la época director del Museo del Prado) y Manuel Borja-Villel (que dirigía el Reina Sofía), deslumbró. Ganó por goleada al resto de aspirantes y se hizo con el puesto.
Hace unos pocos años, cuando LA NUEVA ESPAÑA le entregó a Alfonso Palacio su premio “Asturiano del mes”, tuve la ocasión de hablar con Miguel Zugaza sobre aquel tribunal y la elección de Palacio. Zugaza, hoy director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, reflexionaba sobre la dificultad de afrontar estos procesos de selección, sobre la responsabilidad que asumen los tribunales y el acto de fe que, de algún modo, tienen que hacer los tribunales al afrontar estos procesos. “Pero aquella vez acertamos”, remataba Zugaza, satisfecho.
Desde que asumió el timón de la institución, ya en junio de 2013, Alfonso Palacio demostró que no iba a ser un director acomodaticio ni que estaba imbuido del espíritu de Lampedusa: él llegaba para cambiar de verdad las cosas. Y lo primero de todo, el concepto mismo de la institución: él no llegaba para gestionar un pequeño Centro Regional de Bellas Artes anclado en Oviedo, sino que quería liderar el Museo de Bellas Artes de Asturias. Aprovechó lo bueno de las etapas anteriores, como la amplitud de los fondos y cierto esplendor en algunas colecciones concretas, para poner los cimientos de una institución que pretendía abrir a todos los asturianos.
No todo el mundo recibió de buen grado esos aires nuevos que traía Alfonso Palacio. Había gente que estaba muy cómoda en el status quo anterior, diletantes y paniaguados que, básicamente, esperaban seguir mamando de la generosa ubre de la loba. No eran, o no sólo, navajeros que acechasen en las esquinas: había un tiroteo que se intuía en el papel impreso, y que emergió con fuerza en el patronato. Cuando le tocó asumir el puesto, y en un gesto que demuestra una absoluta desvergüenza, la presidencia de aquel patronato le impuso a Palacio un brutal recorte del sueldo que figuraba en la convocatoria de la plaza ante el silencio del resto de miembros salvo uno: Javier Barón, que protestó de forma enérgica contra aquella decisión. Las pruebas están a la vista de todos: las bases, sueldo incluido, se publicaron en el BOPA del 18 de febrero de 2012, y el sueldo del director del museo, al menos en esta etapa, siempre ha sido púbico.
Alfonso Palacio no protestó, ni entonces ni en los años sucesivos. Ni siquiera cuando los gestores de otros equipamientos presuntamente museísticos, supuestos centros internacionales cuya fama no pasa de Unquera ni atraviesa el túnel del Negrón, accedían a sueldos que prácticamente doblaban al de todo un director del Museo de Bellas Artes de Asturias. Nunca se ha quejado de aquella injusticia, ni en público ni en privado, y tampoco ha afeado a aquel primer patronato su decisión. Lo asumió como parte del aprendizaje y siguió adelante, convenciendo a cada miembro de aquel patronato, y de todos los patronatos que le sucedieron, de que la senda que él marcaba era la mejor para los intereses del museo.
Porque su objetivo y sus intereses, a fin de cuentas, siempre fueron otros. Él quería convertir el Bellas Artes en un referente, tanto dentro como fuera de las fronteras regionales. Palacio tenía claro, por un lado, que el Bellas Artes es el museo de todos los asturianos, y por otro que debe ser el buque insignia de la cultura asturiana. La Ampliación, aún incompleta, le dio la plataforma que necesitaba para reestructurar la colección permanente y la visibilidad precisa para redimensionar la institución, y un programa didáctico y expositivo sólido y bien estructurado propició el crecimiento continuo, en visitantes y prestigio, que ha experimentado el museo en estos once años y medio.
Lo más notable es que Alfonso Palacio deja el cargo incólume. Su gestión ha sido ejemplar, hasta el punto de que en todo este tiempo no se le recuerda ni un mal gesto, y tampoco han podido arrojar la más mínima sombra a su gestión. En cambio, sus logros son espléndidos: la donación de Plácido Arango, el depósito de la colección de la condesa viuda de Villagonzalo, exposiciones tan recordadas como “Mitos del Prado” o la de la propia donación Arango, y por supuesto la consolidación de la Asociación de Amigos del Museo de Bellas Artes de Asturias, un viejo anhelo de Palacio que finalmente cristalizó gracias a la animosa directiva que encabeza Alfonso Martínez.
Alfonso Palacio deja un museo mucho mejor de como lo encontró tras once años de gestión mesurada, rigurosa y valiente. Para este hombre tranquilo, admirador de Pasolini y Kubrick y que leía a René Char en sus veranos de asueto entre Cádiz, Cirujales del Río y la Galicia de su amada Carmen, la institución, su imagen y su estabilidad, siempre han estado por delante de las necesidades personales.
Ahora, con el museo en una posición inmejorable, con la segunda etapa de la Ampliación en marcha, llega el cambio de ciclo. Hace algún tiempo, hablaba con Alfonso Palacio de este momento, de su eventual adiós al Bellas Artes. Él, siempre con la visión institucional en primer plano, intuía un final coincidente con la culminación de la Ampliación, aunque siempre hablaba de retornar a la Universidad. Más recientemente, cuando comenzaron a moverse fichas en algunos centros museísticos de renombre y aparecía en las quinielas, él me decía: “Yo me centro en el Bellas Artes y en la Ampliación. De aquí sólo me iría si me llamasen del Prado”.
Y al final, pasó lo que tenía que pasar. A la joya de la cantera la fichó el Madrid. Más aún: está en la Selección, ya es internacional. Su migración al Prado tiene además otros alicientes para él, como el reencuentro con su mentor, con Javier Barón. El Museo de Bellas Artes, por su parte, cierra con este movimiento una auténtica edad de oro, una década prodigiosa en la que ha pasado de ser aquel pequeño Centro Regional de Bellas Artes a un museo de referencia en todo el territorio nacional.
Suscríbete para seguir leyendo
- San Mateo empezará seis días antes y con un festival liderado por Camilo: este es su cartel
- El precio de la vivienda sube en Oviedo, y estas son las dos zonas donde lo hace con más fuerza
- Cuatro heridos en un espectacular accidente con tres coches implicados en Oviedo
- La cadena de un conocido presidente de un club de fútbol reabre el antiguo hotel Covadonga de Oviedo
- El Principado asegura que la reapertura del viejo enlace de La Corredoria con la AS-II está en manos del Ayuntamiento de Oviedo
- El futuro de las residencias de mayores en Asturias: así son las 24 plazas individuales y personalizadas que se estrenan en Oviedo
- Un sprint de 85 segundos hasta el cielo de Oviedo: singular carrera de bomberos en un icónico edificio
- Cristina Mendo, en su homenaje carbayón: 'Ser ovetense es un privilegio y un sentimiento