Opinión | Velando el fuego
Refalfiu
El peligro de acomodarse y olvidar que el bienestar cuesta mantenerlo
Desde siempre he pensado que el asturiano posee una riqueza de matices inigualables. Y que no es lo mismo la caracterización que se haga de un personaje, pongo por caso, en castellano, a que esa misma radiografía se proyecte en nuestro idioma, conocido también como bable (no entro en disquisiciones dialécticas). En cierta ocasión, y con motivo de un comentario sobre un famoso futbolista de esta tierra, y al que mi interlocutor calificaba de pijo, petimetre o algo parecido, yo le respondí que todas esas acepciones estaban contenidas ya en el vocablo "babayu", lo cual hizo que me mirara sorprendido y que, tras unos segundos de meditación, moviera la cabeza asintiendo a mis palabras.
"Refalfiar" es un verbo que en el Diccionario General de la Lengua Asturiana (DGLA) se refiere a alguien que está hastiado de cosas buenas, una referencia que cabalga entre el síndrome de fatiga crónica y una perdida mental, emocional o incluso física, lo que significa lo contrario de la frase: "Todo lo bueno crece".
Esta semana me encontré con algunas esquinas del hartazgo en sendos artículos. En uno de ellos, proveniente de un diario deportivo, y bajo el título "De nada demasiado", se hacía alusión a una máxima escrita en el templo de Apolo, en Delfos, en la antigua Grecia, donde de una manera elegante se expresaba que lo mucho cansa. Un pasaje a través del cual se puede desembocar en Gracián: "Lo bueno si breve dos veces bueno". Algún castizo lo expresó de una manera más contundente: "Si te comes un saco de algarrobas no las cagas en un año".
El otro artículo viene firmado por Pedro de Silva en los atinados billetes diarios que nos regala en este diario, y bajo el epígrafe "La banalidad del bien". En el mismo, hace una referencia a la conocida expresión "banalidad del mal" (actos terribles cometidos por personas en apariencia normales), acuñada por Hannah Arendt a propósito del holocausto. En su viaje, el articulista hace una parada preguntándose si quizás esta idea podría aplicarse también a los bienes que por formar ya parte de nuestra dieta habitual pierden valor e importancia para los beneficiarios. Todo lo cual le sirve para desembocar de un modo preciso en el caudaloso río del Estado de bienestar que, por lo mismo, podría llegar a sufrir también las consecuencias de ese empacho.
Es fácil establecer una relación estrecha entre ambos artículos, que si bien están separados por una prolongada rueda cronológica (desde Delfos a la actualidad han caído muchos millones de nieves y tempestades de todo tipo), no por ello se diferencian para nada en cuando a su sentido final. Uno y otro, el oráculo griego y el articulista asturiano, coinciden en que a veces la abundancia puede no ser el mejor cultivo. Lo cual, aplicado al Estado de bienestar (salud, protección social, cultura, educación, derecho…), nos interroga de un modo alarmante.
Así que cuidado con el "refalfiu", no olvidemos que los bienes conseguidos en la actualidad no proceden de ningún milagro o lotería, que no cayeron del cielo por mor de ningún egregio salvador de patrias como nos quieren hacer creer. Preguntemos a nuestros abuelos y padres por las incontables jornadas de trabajo y los escasos salarios que les daban sombra; a tantas y tantas mujeres modeladas con la paleta de la desigualdad y el olvido más profundo; y si fuera posible, acerquémonos también hasta la orilla de tantas y tantas cunetas donde están enterrados los que dieron su vida para que podamos gozar del nivel actual de bienestar.
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