Opinión | Es lo que hay

Que felices éramos y no lo sabíamos

Sobre una frase oída a una amiga

Era feliz y no lo sabía. Tal vez la frase más triste del mundo. Tan simple, tan rotunda, tan certera. Un epitafio para la felicidad cotidiana, esa que transcurre inadvertida entre las pequeñas rutinas de cada día, entre los cafés de la mañana y las puertas que se cierran con un "hasta luego" sin darle importancia.

Ayer la volví a ver; y hablamos de cualquier cosa, ya no me acuerdo bien; pero sí que me acuerdo, no se me olvidará nunca, de aquel día, poco después de que la vida la golpeara con tanta crueldad y tan seguido, cuando, acordándose de los tiempos anteriores a todo aquello, me dijo simplemente, con la mirada perdida en un punto donde sólo habitan los recuerdos: "Qué felices éramos y no lo sabíamos". Sí, se lo dijo la vida a golpes, a puñetazos. Se lo recordó con la brutalidad de quien no concede explicaciones.

Somos un poco imbéciles los seres humanos. Creemos que la felicidad tiene que ser grandilocuente, que debe llegar con fanfarrias y carteles de neón, cuando en realidad se esconde en lo cotidiano, en la rutina de la vida sin sustos, en la paz de lo predecible, en el desayuno compartido, en la sonrisa de los hijos, en el cuerpo intacto de quien amamos. Nos quejamos del tedio, del lunes, de los atascos. Y luego, cuando la vida nos recuerda que puede ser una cabrona sin alma, daríamos lo que fuera por volver a esos lunes, a esos atascos, a esa rutina de la que tanto nos lamentábamos.

Pero, claro, nos damos cuenta demasiado tarde. Cuando el golpe ya ha caído. Cuando la silla está vacía o cuando la silla está ocupada pero con la mirada perdida y un cuerpo que ya no responde. Cuando la risa de los hijos deja de resonar por la casa. Cuando el "buenos días" ya no encuentra respuesta. Es entonces cuando la memoria se convierte en un refugio cruel, en una condena disfrazada de nostalgia, en un recordatorio constante de lo felices que éramos y de lo estúpidos que también fuimos por no saberlo.

Quizás no hay manera de evitarlo. Quizás es ley de vida. Pero tal vez, sólo tal vez, haría falta un poco de atención, un poco de conciencia. Detenerse un momento, al menos uno, en medio de la prisa, del ruido, de la rutina, y mirar alrededor. Mirar y saber. Saber que esto, lo que tenemos ahora, es felicidad. Que este café con esta persona a la que queremos, que este paseo por la calle conocida, que esta voz familiar diciendo "hasta luego" al cerrar la puerta, es un milagro cotidiano que puede desaparecer en un instante.

Ser felices y saberlo. Sí, eso es lo difícil.

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