Opinión

Negocios centenarios

La visita a la capital en tiempos que ya me quedan lejanos era algo especial y sobre todo si se hacía, como en mi caso, desde el apeadero de Caces hasta la famosa estación del ferrocarril Vasco-Asturiano. Quienes por la razón que fuera llegaban a Oviedo desde cualquier lugar gracias al tren de vía estrecha, que ascendía a Oviedo desde Fuso de la Reina después de seguir a favor de la corriente las aguas del Aller-Caudal o en contra en el caso de las del Nalón, no solían emprender el retorno sin pasar antes por Camilo de Blas, para llevar los pasteles si la economía lo permitía y, si no, se hacía un pequeño esfuerzo para degustar los dulces de este emblemático establecimiento que lleva ya entre nosotros ciento diez años. El mes de febrero de 1914 Camilo de Blas abrió sus puertas en la calle Jovellanos regentada por José de Blas Alonso, pero el origen se remonta al año 1867 en León de la mano de Camilo de Blas Heras. El edificio en cuya planta baja se ubicó el comercio de confitería, ultramarinos y bebidas había sido construido ocho años antes por el arquitecto municipal Juan Miguel de la Guardia, fecha que coincide con la puesta en servicio de la estación que para mí fue la estación de las estaciones asturianas. Al año siguiente, Gijón acogió la firma Camilo de Blas, primero en el Paseo de Begoña y luego en la calle Corrida. bajo la dirección de Julián de Blas Alonso, que llegaría a cerrar, pero un siglo después –2016– la cuarta generación inauguró una nueva tienda en la calle Covadonga frente a Los Campinos de Begoña.

Había pasado una década desde su apertura cuando el propietario ordenó a su maestro-obrador elaborar un dulce que se identifique con los ovetenses a petición del regidor de la capital asturiana con motivo de la apertura de la primera edición de la feria de muestras en Gijón (1924). El nuevo dulce fue bautizado con el nombre carbayón.

La confitería no ha sido famosa solamente por sus delicias, ya que ha sido inmortalizada en la literatura y en la gran pantalla. El escritor Luis Junceda, ganador del premio Ciudad de Murcia de 1969, menciona tanto la confitería como el pastel estrella. La emblemática pastelería prestó sus instalaciones para el rodaje de una escena en la película "¡Jo, papá!" (1975)de Jaime Armiñán en el año 1975. Las secuencias que se suceden entre los minutos dieciocho y veintiuno se centran en el famoso postre ovetense en el interior de la pastelería. Comienza con una pregunta formulada por la hija mayor del protagonista: ¿Cómo era la torta que hacían en Oviedo para las bodas?... ¡el canelo o el cantelo! Responde el padre: la especialidad era el cantelo o pan del choro que se llamaba así porque se tomaba en todas las bodas y no había novia que no llore ese día, era un bollo hecho con harina, huevos y azúcar. ¿Cuál es la especialidad de la casa?, pregunta de nuevo la hija a una dependienta y esta responde: el carbayón. Veintitrés años después, este emblemático comercio en el mundo de la repostería volvió a prestar su interior para la grabación del film "Vicky, Cristina, Barcelona" del director neoyorkino Woody Allen. Este mismo año se emitió el capítulo 110 "Mirando boquiabierto a Gaudí y las aventuras asturianas" de la serie estadounidense "Spain…on the road Again" en el que el carbayón vuelve a ser protagonista de la mano del chef Mario Batali, la actriz Gwynewth Paltrow, el escritor especializado en temas culinarios Mark Bittman y la actriz española Claudia Bassols. Pecaría de omisión si no aludiese a la querencia que el cocinero mierense José Andrés tiene por esta dulcería y prueba de ello es el titular "Camilo de Blas, la confitería favorita del chef José Andrés que inventó los carbayones" que le dedica UI-América al referirse a la docuserie José Andrés y su familia en España.

Por otra parte, la sombrerería Albiñana se estableció en la ciudad de Oviedo en 1924, aunque según las fuentes consultadas se adelanta su presencia un año. La especialidad son los sombreros, complementos de señora y caballero, elementos para el protocolo. El fundador, José Albiñana, un sombrerero de origen valenciano, mantuvo el establecimiento durante treinta y ocho años y sobrevivió al convulso período histórico que vivió la ciudad entre octubre de 1934 y octubre de 1937. Su jubilación le obligó a poner en traspaso el negocio que lo adquirieron los padres de Luis Manuel y Elena Bobes Cuesta, actuales propietarios, gracias a que aquellos fueron conocedores del cierre a través de Marcial Serrano, el dueño del bazar Río de la Plata. La única condición que puso el fundador fue mantener el nombre y el rótulo que hacía referencia a las Boinas Elósegui, confeccionadas en una fábrica tolosana fundada en el año 1858.

La sombrerería tenía su sede en el número siete, pero todos conocimos este comercio frente a la Basílica San Juan El Real que ocupa el número once. ¿Cómo se puede explicar este hecho? Una modificación en la numeración de la calle podría ser la respuesta. La rehabilitación del antiguo emplazamiento, que actualmente ocupa la tienda de belleza Sephora, obligó a adquirir un nuevo local en la misma calle, pero en la acera de los pares –nº 26– y otro en la calle La Magdalena nº 12. Solamente ha sobrevivido este comercio de los seis que hubo en la ciudad: El Modelo en la calle Cimadevilla, Celestino Merino en la calle San Antonio, Ángeles Velasco también en Cimadevilla, Salustiano Pardo en la Plaza Mayor, Agustín Camus en la calle Jesús y Constantino G. Rodríguez en la calle Santa Ana.

Si antes la publicidad en lugares públicos como las estaciones era el anzuelo, ahora son las redes sociales, de modo que Albiñana, que ha sabido adaptarse a los tiempos, complementa la venta tradicional con la digital, facturando dentro del territorio nacional y fuera del país también lo hace con Estados Unidos, Argentina, Chile, Francia, Inglaterra, Italia, Portugal, Japón. El tesón en el trabajo realizado por esta empresa conllevó a que haya sido galardonada con varios premios, entre ellos el Premio Nacional de Comercio en el año 2012.

Tanto Camilo de Blas como Sombrerería Albiñana formaron parte del lenguaje publicitario que exhibió la estación de Jovellanos en sus andenes, pero desgraciadamente los azulejos referidos a ellos no han sido restaurados. Creo que en el marco del centenario de estos dos comercios ovetenses las administraciones territorial y local deberían demandar a Adif o ante quien sea responsable de la guardia y custodia de este patrimonio su rehabilitación, porque cien años han impuesto la necesidad de adaptarse a los cambios introducidos durante el siglo XX y el primer cuarto del actual. Aquí dejo la propuesta que espero que no sea como la semilla que cayó a la vera del camino, que vinieron las aves del cielo y se la comieron.

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