Opinión | Es lo que hay
El defensa
Sobre esa gente que siempre está ahí
Reconozco que uno de mis muchos defectos es que me gusta el fútbol. Qué se le va hacer, es lo que hay. Y además últimamente, desde que tengo a chavales cercanos jugando en el Urraca de Posada de Llanes o en el Lealtad de Villaviciosa, también reconozco que el fútbol base me gusta mucho más que el fútbol negocio. Ves a chavales sanos que se dedican a competir por el simple hecho de practicar un deporte. Y os cuento, siempre me llamó la atención la figura de esos componentes del equipo que juegan atrás, en la defensa, pasando casi siempre desapercibidos pero sin los cuales no hay victoria posible.
Coincide que mientras escribo esto, estoy viendo de fondo un partido de fútbol en televisión, y una de esas megagrandes figuras acaba de marcar un gol y lo está celebrando haciendo unos aspavientos bastante estúpidos. Mañana seguro que saldrá en muchas fotos como el héroe del partido. Sí. Y es que en este mundo de focos y aplausos, de portadas de periódicos y cuentas bancarias infladas a golpe de Instagram y goles de chilena, hay un tipo de hombre –y de mujer, que no se nos enfaden las posibles lectoras– que nunca sale en la foto, pero sin el cual todo se iría al carajo. Hablo del defensa, del que siempre está atrás, aguantando el empuje del rival mientras otros celebran goles. El que cubre las espaldas, corrige errores y sufre en silencio mientras otros se llevan los laureles.
Porque el defensa es el tipo que sabe que no le aplaudirán si hace bien su trabajo, pero que lo crucificarán si falla. Es el que mete la pierna cuando el delantero se esconde, el que salta a despejar cuando el otro baja la cabeza, el que carga con la culpa si el equipo encaja un gol. No hay gloria en su tarea, solo responsabilidad. Y sin embargo, ahí sigue.
Ocurre en el fútbol, claro, pero también en la vida. Porque la sociedad, igual que un equipo de fútbol, necesita a esos tipos que no buscan el brillo del marcador ni los titulares grandilocuentes. Hablo del médico que aguanta turnos interminables para atender a quien lo necesita; de la madre que consuela a su hija de ese disgustillo de cada día; del maestro que enciende una bombilla en la cabeza de un crío al que nadie le hacía caso; del empleado de la empresa de limpieza que vuelve de madrugada a su casa, cansado, pero dejando nuestras calles limpias; del que está metido en asociaciones o parecidos y trabaja de forma altruista sin más recompensa que recibir la bronca de alguno de los socios si lo que se preparó, lo que sea, no sale bien del todo; hablo del padre que deja de lado sus sueños para que su hijo cumpla los suyos; del amigo que sigue ahí cuando todos los demás desaparecen; del periodista que prefiere contar la verdad aunque no le haga ganar seguidores en Twitter o como eso se llame ahora.
Y es que los equipos ganan partidos porque alguien está ahí atrás, vigilando sin bajar la guardia mientras las estrellas celebran goles en la otra punta del campo. En un mundo donde cada vez más gente quiere ser delantero centro, influencer o estrella mediática, conviene recordar que sin defensas no hay victoria, sin guardianes no hay avance y sin esos tipos silenciosos que nos guardan las espaldas, todo se iría al diablo.
Así que la próxima vez que un defensa despeje un balón que era medio gol del rival o que alguien en tu vida te cubra las espaldas sin que posiblemente ni tú mismo llegues a enterarte, no te olvides, si puedes, de darle las gracias. No saldrá en la portada de los periódicos, pero sin él, estaríamos perdidos. n
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