Opinión

El mejor discurso de los Goya

Un alegato en favor de las víctimas de ETA, del campo y de la libertad de expresión

Hartos de que los discursos de los premios Goya se conviertan, año tras año, en un alegato en defensa de los planteamientos de la supuesta superioridad moral de la izquierda, como si el carné de académico del cine conllevara la obligación de masticar el chicle del progresismo y llevarlo pegado a las muelas como si fuera una caries, reconforta escuchar palabras que brotan de fuente cristalina, como las de la productora de “La infiltrada”, María Luisa Gutiérrez. Esta mujer, que recogió el premio a la película ganadora de esta edición, tuvo un sentido recuerdo para las víctimas de ETA, llevó a cabo una encendida defensa de la libertad de expresión -"aunque yo esté en las antípodas de lo que piensas, tú tienes el derecho a decir lo que piensas", dijo- y reivindicó el papel necesario de los agricultores y ganaderos, “que los están pasando mal, son invisibles”.

“A mí los estudios me los ha pagado La agricultura”, confesó la cineasta, nacida en un pueblo de Guadalajara. Quienes hundimos nuestras raíces en el mundo rural, quienes de niños no conocimos otro oleaje que el del viento agitando un mar de cereal, entendemos ese sentimiento atávico, esa obligación de defender un modo de vida que agoniza en soledad, que cada atardecer ve las orejas al lobo.

Aun así, la frase más brillante del alegato de Luisa Gutiérrez llegó al levantar la voz contra el olvido de las víctimas de ETA y el blanqueamiento de la perversidad terrorista: “La memoria histórica también está para la historia reciente de este país”. Ciertamente, conviene no perder la memoria, ni aplicarla solo a los muertos de un bando. El dolor de las muertes innecesarias es universal e idéntico.

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