La increíble vida del "Jesucristo Superstar" asturiano de los musicales: así conoció a Raphael, los pólipos por los que Rocío Jurado perdió un papel...
El luanquín Nacho Artime trajo a España los grandes musicales y promovió más de medio centenar de estrenos teatrales: la SGAE le rendirá un merecido homenaje

Nacho Artime, sonriente, ayer en Albandi. | MARA VILLAMUZA

–¿Ochenta y…?
–Ochenta y cuatro para ochenta y cinco. Nací en 1940.
Quien responde a esa edad es uno de los personajes asturianos más apasionantes y poliédricos de las últimas décadas, un enjuto Nacho Artime embutido el pasado jueves en una sudadera que lleva esculpido en el pecho el emblema de su localidad natal, Luanco, en caracteres psicodélicos: "Lu & Co". El singular emprendedor que desde los años setenta del pasado siglo hasta bien entrado el actual tuvo en cartelera veintidós musicales y cincuenta y una obras de teatro estrenadas, en ocasiones cinco a la vez, recibirá el próximo martes la máxima distinción de la Sociedad General de Autores de España (SGAE) en reconocimiento al medio siglo ininterrumpido aportando lustre a esas siglas.
Artime gasta sus días en una residencia de tercera edad de la localidad de Albandi, en el concejo de Carreño, combatiendo con estoicismo los achaques de la edad, que le obligan ahora a caminar apoyado en uno de esos bastones de senderismo. Los años no han hecho mella sin embargo en su memoria prodigiosa, salvo el olvido de algunos nombres que, antes o después, según avanza la conversación, regresan a su discurso como palomas asombrosas que asoman de una chistera.
Ha trabajado con todos los grandes de las tablas, entrevistado a personajes principales de la farándula de este país a través de los micrófonos de Radio Madrid y de la revista "El gran musical", que dirigió; ha fregado platos en Londres, le han tratado de un infarto en el Mount Sinai de Nueva York... Ha vivido peligrosamente y su azarosa vida da para un libro. A estas alturas, en vísperas de un merecido homenaje, sabe que se acerca su último baile. O no. The show must go on.
El chavalín de Luanco que rechazó ser ingeniero para dedicarse al periodismo en régimen de sacerdocio al modo de su admirado Juan Ramón Pérez Las Clotas, presenta una hoja de servicios abrumadora, de las más fructíferas y longevas del mundillo del espectáculo de este país. Artime hizo del teatro religión y elevó a los altares un género, el de los grandes musicales, que en este país de boina y zarzuela no existía o estaba condenado a los infiernos. Y lo hizo a lo grande. Tanto que merece peana en el panteón del negocio del entretenimiento. Casi siempre estuvo bendito, tocado por los dones de la divinidad.
La primera vez que Dios se le apareció a Nacho Artime fue en Nueva York e iba acompañado de Jaime Azpilicueta, quien durante unos años sería su pareja, y el gran Raphael, amigo del productor asturiano desde la adolescencia. "Raphael y yo nos conocimos en Gijón. Era un crío que acababa de ganar en festival de Benidorm, en 1962, y yo hice una crónica para el periódico sobre su actuación en el Náutico, que fue un exitazo. Prorrogaron su estancia durante un mes y yo me ocupé, aunque solo era dos años mayor que él, de cuidarlo". Ahí se fraguó una amistad que dura hasta hoy y que ocasionó que Artime fuera uno de los exclusivos invitados a la boda del cantante con Natalia Figueroa, que se celebró en Venecia el 14 de julio de 1972 en medio de un gran secretismo, para espantar a los "paparazzi".
Raphael y yo nos conocimos en Gijón, era un crío que acababa de ganar en Benidorm
Era el final del otoño de 1971 y la "revelación" se produjo sobre el escenario del Mark Hellinger Teather neoyorquino, donde se representaba, con notable éxito, la ópera-rock "Jesus Christ Superstar", producida por Robar Stigwood, quien entre otros grupos musicales apadrinaba a The Bee Gees. Aquella noche, el Redentor tomó la forma humana del cantante Jeff Tenholt, aunque seguramente habría preferido la voz del vocalista de Deep Purple, Ian Gillan, que interpretó "Getsemani" en la versión discográfica previa, con Murray Head en el papel de Judas.
"Raphael nos había invitado a Jaime y a mí a Nueva York, porque se había comprado una casa al otro lado del río y quería que le ayudáramos a amueblarla. Consiguió unas entradas para el musical y fuimos a verlo. Había grupos de judíos a la puerta del teatro montando bronca. Lo que vimos sobre el escenario nos dejó fascinados". También a Raphael, que en algún momento se planteó interpretar la obra y que incluyó varios de los temas principales de la ópera rock de Tim Rice y Andrew Lloyd Weber en una actuación en el Palacio de la Música antes de que el "Superstar" se estrenara en España, tal como refieren las crónicas de la época.
La segunda venida de Cristo ya ocurrió en Madrid, el 5 de noviembre de 1975, efeméride de la que van a cumplirse cincuenta años, con el estreno de la versión en español de "Jesucristo Superstar" en el teatro Alcalá-Palace. En ese musical que ha pasado con letras de oro a la historia de este país, Dios tomó el disfraz de Camilo Sesto y Nacho Artime adaptó las letras al castellano. O sea, que –sin ánimo de resultar irrverente– nuestro personaje tradujo al idioma de Cervantes la palabra de Dios. Y dirigió la producción del disco doble, con el sello de Ariola, que llegó a vender dos millones de copias. "Costó un dineral y todo lo financió Camilo, que quedó prendado de la obra en Londres. Tardamos tres meses en grabarlo, con Teddy Bautista y Los Canarios. Éramos unas cincuenta personas. Ese dsco se ha convertido en un clásico eterno. En mi último viaje a París me encontré una copia en unos grandes almacenes de una avenida que conduce al Louvre".
Nacho había aprendido inglés en Londres, donde acudió un verano en la época de estudiante de Periodismo en Pamplona, donde tuvo como compañeros, entre otros, a Iñaki Gabilondo, números uno y dos de su promoción. Al final permaneció tres años en la capital británica. "Esa estancia cambió mi vida", asegura. El conocimiento del idioma le sirvió para traducir las letras de la versión original del Superstar y adaptarlas, aunque hubo que pelear durante cuatro años con la censura del posfranquismo, que obligó a retocar algunas frases. Aún así fue frecuente la presencia a las puertas del Alcalá-Palace, en las primeras representaciones, de iracundos cachorros de los Guerrilleros de Cristo Rey y señoras de negro arrodilladas en las afueras del teatro para rezar, rosario en ristre, por la salvación de las almas de los protagonistas y de los espectadores, que habían caído en pecado mortal para aquella España política y moralmente conservadora y fuertemente apegada a los designios de la Iglesia católica.
"Solo me arrepiento de no haberme dado a mí mismo la suficiente importancia"
A partir de esa fecha, en los estertores del franquismo, en el final de una España lúgubre en blanco y negro, Artime, con Azpilicueta o a solas, y como otros valientes promotores, se empeñó en modernizar la Gran Vía madrileña, donde obró el milagro de la multiplicación de los panes y los musicales hasta conseguir que el neón del centro de Madrid iluminara tanto como las carteleras asombrosas de Broadway. El montaje del espectáculo y el disco le costaron a Camilo Sesto cerca de 20 millones de pesetas, una fortuna para esa época.
Aquel 1975, con el dictador ya conectado artificialmente al régimen que agonizaba, Artime y Azpilicueta montaron algún cristo más en Madrid. Se atrevieron, lo que en ese momento podía considerarse una osadía, a representar en el Teatro Barceló "Los chicos de la banda", el estreno teatral con el que la comunidad gay obtuvo visibilidad en la capital. En el reparto figurarían actores de la talla de Manuel Galiana, iguel Ayones, Andrés Resino, José Luis Pellicena o Joaquín Kremel. Los ensayos se habían llevado a cabo en el más absoluto de los secretos, por temor a la extrema derecha y a la censura. Y aun así se llegó a las 600 representaciones. Aunque con críticas terribles como una que publicó ABC: "Entre las plagas de nuestro tiempo figura el homosexualismo, problema pavoroso al que teatralmente suele dársele un tratamiento caricaturesco, porque algo hay en la conducta del homosexual masculino que induce fácilmente a la risa. Ellos lo saben, lo padecen y han adoptado una actitud agresiva. La sociedad no acaba de tolerarles".
Años antes, en 1972, la asombrosa pareja ya había convertido en oro una comedia imbatible: "Sé infiel y no mires con quien", estrenada en el Teatro Maravillas, con Pedro Osinaga y Licia Calderón al frente del reparto. La obra se mantuvo más de una década en cartelera, superando las diez mil representaciones. Nunca después alguien consiguió semejante registro.
El éxito del Superstar animó a los promotores a acometer otro proyecto triunfal: "Evita", el musical basado en la vida de Eva Perón, con Paloma San Basilio en el papel estelar y Patxi Andión como el Che Guevara. "Paloma y yo seguimos siendo amigos y aún nos hablamos. Ella iba a ser la Magdalena del Superstar pero en el último día de las pruebas apareció por el casting una jovencita morena que iba a acompañar a la audición a una amiga, que había hecho algunas cosillas en televisión y que nos deslumbró", explica Artime. Era la dominicana Ángela Carrasco, que se quedó contra pronóstico con el papel. Aquella decisión "sentó muy mal a Paloma, que cuando fuimos a buscarla para que fuera Evita nos dijo que si queríamos escucharla que fuéramos a su casa, que ella, dolida todavía por el rechazo anterior, no iba a participar en ningún casting. Llevamos un pianista y un piano y nos echó a todos al jardín. Desde allí escuchamos cómo cantaba "No llores por mí, Argentina" y decidimos que no podría haber mejor Eva Perón que ella, de igual forma que habíamos decidido con Ángela para la Magdalena, aunque la Carrasco ganó solo por un voto", rememora el luanquín.
Martín Ferrand se lo llevó a Radio Madrid, donde dirigió la revista de "El Gran Musical"
Evita pudo ser Rocío Jurado, pero acababa de ser operada de unos pólipos y su médico le recomendó que no sometiera a sus cuerdas vocales al esfuerzo de dos representaciones diarias. "Rocío había puesto 5 millones de pesetas para producir la obra, y al descartarse para el papel protagonista, Pedro Carrasco, entonces su marido, nos los reclamó", señala el promotor, quien recuerda que el estreno, en el Monumental de Madrid, se llevó a cabo el 23 de diciembre de 1980, con éxito tremendo.
Con "Evita", Artime dejó definitivamente la radio. A la salida de la facultad le había enganchado para llevárselo a Madrid Manuel Martín Ferrand. "Su oferta, para un chico joven como yo, era irrechazable, pues estaba por las mañanas en la radio y por las noches en TVE 2. Eso me impidió ir a París, donde también tenía previsto pasar algún tiempo, como en Londres", señala este viajero impenitente. En Radio Madrid entabló amistad con Tomás Martín Blanco, "la voz" de los Cuarenta Principales, quien le puso al frente de la revista de "El Gran Musical", aquel mítico programa de los domingos por la mañana al que se asomaron las principales voces de la música española del momento.
San Basilio repitió en un nuevo montaje que se estrenó el 19 de noviembre de 1997, en este caso producido por el empresario Luis Ramírez, en el Teatro Lope de Vega, con José Sacristán como Don Quijote: "El hombre de la Mancha". Artime se ocupó de la adaptación. Se cuenta que el proyecto requirió una inversión de 400 millones de pesetas al incluir la reforma integral del teatro, que durante años funcionó como un cine. Cuatro años más tarde, Paloma San Basilio y Sacristán volvieron a coincidir con Artime en "My fair lady", a juicio del asturiano "el mejor musical de la historia".
En la hora del balance, Nacho Artime explica que "ni en mis mejores sueños" pudo imaginar que se llegaría a los 15 minutos de ovación con que el público, puesto en pie, despidió el estreno de "Jesucristo Superstar". Reconoce también que "A chorus line" fue "mi mayor fracaso", con una inversión millonaria que no pudo recuperarse. Su espina clavada fue no poder acometer "El fantasma de la ópera", un musical "que sin duda habría sido para El Niño, para Raphael". Pero el haber supera con creces al debe. ¿Acaso alguien en este país ha conseguido reunir sobre un mismo escenario tanta tonelada de talento, con Aurora Bautista, Gemma Cuervo, Encarna Paso, Mari Carmen Prendes, Isabel Mestres, Ana Marzoa, Julia Martínez, Lucía Adriani y Laura Cepeda en "Paso a paso"?
Echa la vista atrás y añora sus intentos, fallidos o no, de ser profeta en su tierra. En Luanco y Candás montó con su hermano las discotecas "Tanos", la mayor de ellas con capacidad para 1.500 personas, por las que desfiló lo más granado de la nómina musical de la época. "Raphael no vino porque cuando su actuación estaba prevista se adelantó el nacimiento de su primer hijo, Jacobo; tampoco Serrat, con todas las entradas vendidas. Quien sí vino, con un llenazo espectacular, fue María Dolores Pradera, quien días antes me llamó y me dijo que cómo iba a cantar en un sitio que no aparecía en los mapas", rememora Artime, con una sonrisa. Le apena sin embargo recordar que no saliera adelante su proyecto de convertir la sala Albéniz de Gijón en un centro artístico multidisciplinar. Pero no olvida el reconocimiento de Asturias al estreno en el Palacio Valdés de "Shirley Valentine", con una sorprendente Verónica Forqué agasajada por la crítica.
Si alguien piensa que Nacho Artime ha consumido ya su último baile, el último vals, the last waltz, se equivoca. A sus 85 a punto de cumplir, se sacude los achaques y le da vueltas y vueltas a una adaptación contemporánea y actualizada del mito de Romeo y Julieta, ambientada en la noche del agua, la que cada 31 de diciembre se celebra en la playa de Ipanema, con las canciones de Antonio Carlos Jobim, el artista brasileño que internacionalizó la bossa nova, como hilo musical.
En lo bueno y en lo malo, Artime mira al frente y asegura no penar de arrepentimiento. "Si acaso, de no haberme dado a mí mismo la suficiente importancia. Tal vez mi trayectoria –lo dice soltando una carcajada– merece estar en el Guinness de los Records". Estimado público, la función no ha terminado: hubo prólogo y tres actos, pero aún no se ha escrito el epílogo.
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