Águeda Gabarri, mujer coraje homenajeada en Pola de Siero: "Si hubiera podido estudiar sería ingeniera"
Primera gitana que sacó el carné de conducir en Asturias, vendedora del mercado de Grado, recibió el reconocimiento de la Asociación Mistós

Águeda Gabarri Jiménez, la Tía Rosi, en el Auditorio de Pola de Siero, momentos antes al acto de homenje. / L. R.
Lucía Rodríguez
Águeda Gabarri, a la que todos conocen como la "Tía Rosi", tiene 73 años y desde hace más de medio siglo se pone al frente de su puesto de ropa y calzado cada miércoles y domingo en el mercado de Grado. Ella fue la primera mujer gitana en sacarse el carnet de conducir en Asturias y este viernes ha sido una de las homenajeadas en el I Encuentro de Mujer y Juventud Gitana organizado por la Asociación Mistós en el Teatro Auditorio de Pola de Siero. La segunda, Basilia Gabarri Díaz, que cruzó lo Pirineos franceses para sacar a su marido de un campo de concentración nazi y traerlo de vuelta a su casa, en Noreña, no pudo asistir al acto por motivos de salud.
La historia de Águeda es la de una mujer carismática, trabajadora incansable, a la que le gusta su oficio y, sobre todo, el trato con la gente. Pero su vida no fue nada fácil. Nació en plena calle, en Trubia (Oviedo), bajo una de las castañeras del campo donde su familia acampaba. "Lo primero que vi fueron el cielo, la luna y las estrellas", señala. Aunque ella no recuerda aquella época, sí asegura, por lo que sabe de boca de sus padres, que no lo pasaron muy bien. "La Guardia Civil llegaba a nuestros campamentos montados en su caballería y nos echaba de allí a patadas", cuenta.
El primer recuerdo de su infancia es cuando se trasladaron a vivir a una chabola, "humilde pero muy bien acondicionada". Con doce años, acudió tres meses a la escuela, aunque en realidad, lo que recibió fueron clases particulares. "Aprendí lo básico para poder defenderme, pero sobre todo, a escribir sin faltas de ortografía", indica. Y asegura que, si ella hubiese podido estudiar, "habría sido ingeniera, pero entonces no teníamos posibilidades para pagar la Universidad".
Los primeros años de su vida laboral los pasó limpiando "en las casas de las familias pudientes de Oviedo", recuerda. La Tía Rosi asegura que "gracias a que por mis rasgos no parezco gitana, conseguí trabajo. Si no, estoy segura de que muchas de aquellas familias no me habría dejado ni siquiera pasar de la puerta". Y es que su tez clara y sus ojos azules no son los habituales de su comunidad, aunque "soy gitana, gitana". Y aunque los recuerdos que guarda de aquella época no son del todo agradables, habla con el orgullo del que supo ganarse el pan con "honradez y dignidad".
Sin embargo, un día todo cambió. Era finales de agosto de 1973 y rondaba los 22 años. "Estaba con mi hermana en casa, en Trubia, y mi cuñado se hizo un corte en el brazo y se estaba desangrando", cuenta. "Pasaban ya de las doce de la noche, cuando me crucé a Jamín, que era un hombre que llevaba a la gente en furgoneta a las fiestas de prao y le pedí por favor que nos llevara al hospital, porque mi cuñado se nos moría". Así que prometió que si se salvaba, se sacaba el carnet de conducir. "Y yo, lo que prometo, lo cumplo", cuenta.
Al día siguiente, ni corta ni perezosa, con el desparpajo que la caracteriza, se presentó en la Autoescuela Tuilla, en la calle Covadonga de Oviedo, para comenzar con las clases. Sin embargo, se encontró con un nuevo obstáculo. Si bien es cierto que la dictadura franquista nunca prohibió conducir a las mujeres, tampoco se lo facilitó. Así, el régimen se inventó un "Servicio Social" para las mujeres imprescindible para obtener un permiso de conducir. La "Tía Rosi" tenía que pasar un examen básico que la obligada a tener nociones de puericultura, labores del hogar, saber hacer un ojal o lo que era un Alcalde. "Pues allí me fui a que me enseñaran. Pero el día del examen me pidieron hacer, como labor, bordar un triángulo". Como Gabarri no sabía lo que era, "hice una figura con seis lados en lugar de tres, a cadeneta, que era mucho más difícil y aprobé con un notable", apunta.
Desde ese momento, en cuanto salía de trabajar como asistenta, cogía un autobús para ir a la autoescuela, "pero en una hora estaba de vuelta en casa, para que nadie se diera cuenta y no me pudieran decir nada. Solo lo sabía mi hermano mayor, aunque cuando mi padre se enteró, tampoco puso ninguna pega". En septiembre de 1973, Águeda Gabarri aprobó su carnet de conducir, se fue con su hermano a comprar una furgoneta, "de segunda mano, eso sí", y nunca más se volvió a bajar de ella.
Aunque el de este viernes no es el primer homenaje que recibe, asegura que le "presta mucho". "Yo quisiera que toda esta gente, la juventud, se echara 'pa'lante' y que no pasara por todo lo que hemos pasado nosotros. Que aprovechen todas las oportunidades, que nosotras no tuvimos par seguir luchando por sus sueños y cambiar el mundo", dice.
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