Opinión
Chiringuitos privados

Chiringuitos privados
Hace años, el filósofo Gustavo Bueno (1924-2016) acuñó la expresión "pensamiento Alicia" para analizar la filosofía política que verbaliza constantemente las metas que se persiguen, sin explicar cómo se conseguirán.
¿Quién no conoce a dirigentes que incurren en un racionalismo simplista –colmado de buenismo y voluntarismo– que termina creando un mundo virtual en el que todas las fantasías son posibles si son deseadas?
Tal es su poder taumatúrgico, que encarna un mundo futuro pacífico, feliz y "a la mano", sin necesidad de decirnos los medios que pueden conducir a él, ni los métodos que nos van a permitir disfrutar de esa situación idílica.
Con la locura arancelaria, el inquilino de la Casa Blanca –verdadero agente del caos– cuyo ego le impide tomar conciencia de las consecuencias de sus acciones, en una performance propia del pensamiento Alicia ha puesto el mundo patas arriba, sin advertir de los riesgos que pueden acarrear males mayores por venir: recesión, inflación y desafección.
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En nuestro país, donde la colonización de instituciones y el señalamiento –con intención de desacreditar– a jueces y medios de comunicación, suma y sigue. Sin solución de continuidad, el mando decidió que era hora de arrancar una nueva batalla ideológica. Con un enemigo en el centro de la diana: las universidades privadas, esas "máquinas expendedoras de títulos", revestidas de una sedicente seriedad científica.
La estigmatización de centros privados que, según el recetario, no cumplen los estándares mínimos de calidad, tuvo su motor de arranque en el fragor de un mitin, donde una férvida capitoste señaló a la privada como la principal amenaza que tienen los hijos de los trabajadores. "No podemos permitir que los ricos se compren el título en chiringuitos educativos que destruyen el ascensor social, para competir con ventaja".
A un estimado jurista irundarra, ese aullido final le trae a la memoria aquellas novelas por entregas: "El calvario de una obrera" o "Los mártires del amor", aunque no tiene constancia de que la intérprete del frenesí desmelenado las haya leído.
El hilo lo continuó quien, gargarizando con facundia rutinaria, soltó: "La universidad pública española es una historia de éxito. Somos el tercer país de la UE con mayor número de personas matriculadas en estudios superiores". Lejos de incorporarlo al discurso liberal de la reducción del Estado, el Ejecutivo ha vuelto al cuadrilátero, con nuevos criterios para "endurecer el reconocimiento y autorización de centros universitarios".
Sirviéndose de tópicos, "pretenden debilitar las universidades públicas y cuestionarlas, para después privatizarlas", se insiste en volver a librar otra arremetida contra quien no se arredra. Ahí podría estar una de las claves: animadversión a la prosperidad de Madrid (también, de Andalucía).
Otra la aporta Fernando Savater: "Al sanchismo no le gustan las universidades privadas, no por sus defectos, sino porque no las tiene colonizadas como hasta hace poco tenía la pública"
Para una parte de la opinión, las universidades públicas habría que privatizarlas, al igual que los medios de comunicación públicos. Otros prefieren insistir en que se debería poner coto a la creación de "garitos" expendedores de títulos, graduaciones y "masters" a medida, para "colocar" a los amigos y "gente de bien".
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La amenaza vital que podrían evocar los más desfavorecidos es la mediocre calidad de la educación pública. Y el Gobierno, cuya principal obligación es mejorarla, prefiere demonizar a la privada para desnucar la competencia, porque las propensiones –cada vez más palmarias– de las familias, se inclinan por los denostados chiringuitos, ahora ungidos de la consideración de institución académica.
Quienes –docentes y alumnos– se han beneficiado de la excelencia de universidades privadas (Deusto, Navarra, Ramón Llull, CEU San Pablo, Pontificia de Comillas… ) y, por edad, ya le han dado la vuelta al jamón, se estarán preguntando ¿a qué viene este cambio de paradigma, tan extemporáneo?
La respuesta tiene múltiples variables pero uno se inclina por el "pensamiento Alicia" que desquicia la realidad. Y esta vez, va de monopolio del adoctrinamiento, control de la discrepancia, embestir al contrario, sacar a pasear momias ideológicas (ricos y pobres, opresores y oprimidos) y la virtud de la estulticia.
Actualmente, en España hay 50 universidades públicas y 41 privadas. La aplicación de una ley de calidad, ¿por qué solo a las privadas, que ya las disciplinará el mercado? Si lo que ofrecen no mejora lo público, ¿quién querrá pagar unas matrículas caras? NdA: Otro día, el "chiringuito nacional".
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