Opinión
Idafe o el ardor
El ascenso del periodista Idafe Martín (de la irrelevancia a tener cierta fama; de tener cierta fama a la Meca de los periodistas progubernamentales, que es el Gobierno) es la prueba de que la meritocracia existe. Quien hace muchos méritos, con un poco de suerte, lo logra. Ahora le han dado un carguito de asesor en el gabinete de presidencia de la Moncloa, cuyo sueldo público no ha trascendido. Su misión es aportar su agresividad fanática a la agresividad fanática de la comunicación del Gobierno.
Hasta entonces, Idafe era un sufrido periodista canario afincado en Bruselas que publicaba noticias sobre Europa en el Clarín de Argentina. Escribía luego en Infolibre, El País y hablaba en La Ser. Cuando oí su voz creí que era Latre imitando a Juan Cruz, pero Juan Cruz habla de libros, e Idafe hablaba de pseudoperiodistas, pseudomedios y cucarachas. Criticaba las malas artes de la prensa con la condición de que la prensa fuera de la competencia. Su trabajo consistía en acusar de mentirosos a los que fiscalizan al gobierno y callar si el gobierno fiscalizaba a los demás.
En la orquesta de la opinión sincronizada sonó con la estridencia chirriante de una gaita. Otros como Silvia Intxaurrondo o Pedro Vallín eran más finos, no Idafe. Noticias como las que dieron lugar a los procesos judiciales que tienen al PSOE en los banquillos las llamó basura, desinformación, fango y mierda, y como a sus adjetivos no les daban bastante salida en la prensa diaria, pues se pasa el día tuiteando. Era una máquina de insultar en defensa del buen ambiente. A la abogada que logró la condena de Irene Montero por infamar a un inocente, Guadalupe Sánchez, la llamaba "abogada paperas", pero siempre en defensa del feminismo.
Era peor cuando escribía en largo, pues lograba ese equilibrio entre pedantería y afectación que llamamos "cursi". Se tildó a sí mismo de "valiente o insensato" por atacar a quienes no eran su jefe. Dijo también que los periodistas no somos compañeros, y ahora que cobra del Gobierno veo que esto sí era verdad.
Sigue por tanto los pasos de Angélica Rubio y tantos otros periodistas orgánicos que, tras mucho lamer, recibieron su premio: cercanía de primer grado con las faldas que defendieron como chihuahuas. Idafe comprendió que la puerta entre el Partido y la Prensa se puede transitar en dos direcciones, y decidió que la verdad gubernamental se defiende mejor dentro que fuera. Mi enhorabuena, por tanto, por este ascenso merecido.
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