Opinión | Dando la lata

Poco a poco

De un tiempo a esta parte me ha dado por escribir menos y cocinar más. Dicen que la vida es evolución aunque uno no siempre tenga claro hacia dónde conduce, como es mi caso, que hace poco que salté la barrera que separa la mesa de los fogones, una nueva afición que, de momento, me produce gran satisfacción.

Y es que vuelvo a casa a mediodía, con la cabeza congestionada de preocupaciones profesionales que quedan temporalmente adormecidas en el momento en que me ciño el mandil y oriento mis sentidos hacia la tarea, un tiempo de concentración y de cierto rigor para que nada se desbarate, para que ese plato que visualizas mentalmente acabe materializándose, tiempo de probar y experimentar, de aprender de los errores y perfeccionar los aciertos. Y, sobre todo, de disfrutar. Porque la cocina como afición puede ser un placer.

Muchas tardes de domingo, tristonas y oscuras, que antes dedicaba a la escritura, ahora las paso cocinando para así disponer de reservas en la nevera de las que ir tirando a lo largo de la semana. Por no hablar de la satisfacción que produce ser capaz de hacer unos garbanzos con gambones, pollo con setas, espinacas con bechamel, croquetas, albóndigas en una salsa verde parecida a la que hacía mi madre, revueltos de diversas cosas o nutritivos caldos que tanto se agradecen en los días fríos.

Hasta hace poco veía la vida y mi cerebro le daba forma de columna de periódico; ahora, cada día más, imagino mezclas de ingredientes y grabo mentalmente las texturas y los sabores que logran los cocineros de verdad para, a mi manera, intentar recrearlos en la vitrocerámica de casa.

Pero lo que más estoy aprendiendo, y disfrutando, es el valor de hacerlo poco a poco, dando tiempo a los alimentos, pensando, sin prisas, oliendo, guisando con calma, saboreando de principio a fin el proceso completo de elaborar un plato y, lo más importante, con la ilusión de que sea del agrado de la persona con quien lo compartirás.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents