Entrevista | Anselmo Menéndez Alpinista
"Vine solo de Cuba con 10 años, para que los castristas no le quitaran el piso a mi familia"
"Mi pasión desde pequeño era la aventura; un día me llevaron a la escuela de escalada de Quirós y me di cuenta de que era lo mío"

Anselmo Menéndez, en el patio de su casa de Avilés. / Ricardo Solís
Hablar de montaña en Asturias y, sobre todo, en Avilés es hablar de Anselmo Menéndez, conocido por todos como "El Cubano". Desde joven se enamoró del monte y, cuando los medios eran muy diferentes a lo que hay ahora, se lanzó a la aventura para escalar en La Patagonia, los Alpes o los Picos de Europa, donde ha pasado más horas que en su querido Avilés.
También fue uno de los pioneros del parapente en Asturias. Pero Anselmo no es solo eso. En su historia también luce batallas como la que lidió contra el cáncer, al que consiguió vencer sin renunciar a su gran amor.
Hijo de emigrantes. "Todo el mundo me conoce como "El Cubano" porque nací en Cuba. El 5 de febrero de 1951. Vine a Avilés con 11 años. Me mandaron mis padres desde allí. Eran emigrantes. Mi padre, José Adolfo Menéndez García, era de una aldea de Carreño y nunca tuvo emigrar en sus planes, pero mi abuelo lo mandó a Cuba. Era el primogénito y, de aquella, eran los que tenían que ir a la guerra de Marruecos y mi abuelo no quería que lo matasen de un tiro en África. Cuando llegó el castrismo se tuvieron que ir. Mi padre, que había cumplido 62 años, tenía una casa en Avilés".

El avilesino, durante una travesía en los Picos de Europa / .
Un niño solo. "Vine solo y estuve con mis tíos, que me cuidaron durante 3 años hasta que llegaron mis padres. Ya no me moví más de aquí. Mi padre no pudo venir conmigo porque, si venía, el Estado le quitaba el piso y mis hermanas –Narci, Tere y Rosi– se quedaban en la calle. Por eso me mandó primero a mí y luego a ellas. Ahora vivo con ellas, en el mismo edificio. En el primero estoy yo y ellas en los dos de encima. Fueron años muy duros. Mi padre vino de Cuba sin nada, con una maleta indiana medio vacía. Mi madre, Teresa de Jesús Ruiz Hernández, igual. Una muda limpia y poco más. Hubo que ponerse a trabajar. Mi padre empezó con una tienda de deportes en la calle La Cámara por medio de una amistad que teníamos. Era en el edificio donde ahora está la tienda de Joluvi. Con eso fuimos tirando. Nos dio de comer a todos. Yo me puse a trabajar ahí también".
Aquel Avilés. "Llegué a Avilés cuando estaba Ensidesa, estaban los raíles del tranvía por aquí. Era tremenda aquella época. Todos los días llovía. La mentalidad de aquella época. Hoy hay cosas buenas y otras que no caminan. La vivienda no puede ser cosa de partidos particulares, debe ser algo en lo que se pongan de acuerdo previamente. Que gane quien gane siga adelante".
Pasión por la aventura. "Lo mío hubiese sido ser profesor de educación física, monitor de tiempo libre o de montaña, pero claro, había que trabajar. Estudié en los Agustinos hasta los 16 años. Mi padre quería que estudiase, pero a mí no me gustaba mucho. No estaba muy centrado. Como no quería estudiar, me puso a trabajar. Entraba antes, me tocaba barrer todo lo de fuera. Al principio tenía cierta vergüenza de que mis amigos me viesen ahí, pero era lo que tocaba. Mi afición de verdad, mi pasión, era la aventura. Desde pequeño. Me metí en una fundación de scouts del colegio de San Agustín, y participé en ella hasta los 19. Pero vi que lo de la alta montaña me gustaba tanto tanto… Empecé a hacer la sierra del Aramo. Iba de noche. Llegaba a las siete y media de la mañana. Íbamos a una cabaña que habíamos hecho, que no valía para nada. Daba igual dormir dentro de ella que fuera. Había un frío del carajo. Un día me llevaron a la escuela de escalada de Quirós y ahí me di cuenta que lo mío era la escalada. Al principio era un poco torpe, pero era lo que me gustaba".

Menéndez en la Cordillera Cantábrica / .
Picos y Pirineos. "Donde más tiempo he pasado fue en los Picos y en verano a los Pirineos. Tengo alguna anécdota en los Picos que no olvidaré nunca. Fue en el canal del Pájaro Negro en invierno. Era la segunda vez que se hacía. Nos juntamos tres de Oviedo y yo y fuimos: llegamos tarde, cansados, con unas mochilas tremendas… Todo así. Echamos dos días de pared. Estaba mojado, muy helado, y la escalada fue muy lenta. Yo tenía 22 años y había uno de 17. Éramos unos guajes. El de 17 no dijo nada en toda la escalada. En aquella época la misma bota te servía para todo. Tan pronto la usabas para escalar en verano como para esquiar en inverno… El que tenía bota, era para todo. Las comprobamos en Andorra porque aquí no había material y lo que se importaba era muy muy caro. No había competencia con el resto de países de Europa. Aprovechábamos los viajes a los Pirineos, comprábamos material y luego, en la frontera, nos devolvían los impuestos. A los meses nos mandaban el dinero".
Esposo y padre temprano. "Me casé bastante joven, a los 22 años con Cristina Menéndez. Ya era padre. Tuvimos dos hijas, Eva y Silvia. Los fines de semana trataba de compaginar todo, con la familia y con el trabajo, para escaparme a la montaña. Por donde más me prodigué fue por los Picos de Europa. Alguna vez íbamos a los Alpes por el verano, pero no era lo que más me gustaba. Igual íbamos 15 días y los 15 días hacía mal tiempo y daba mucha rabia. Guardaba vacaciones y veía que me pasaba eso… A mis hijas no les pegué el amor por la montaña. Es algo que es muy duro, tiene que llenarte. Les gusta, pero no tienen mi pasión".

Menéndez, durante uno de sus intentos con el parapente / .
La Patagonia y la Cordillera Cantábica. "En 1980 nos juntamos tres amigos y fuimos al monte Fitz Roy (Patagonia, Argentina). De aquella era la élite, lo más de moda dentro del mundo del alpinismo. Nos convertimos en los primeros españoles en intentarlo por la vía de los ingleses. Ahí estuvimos 40 días sube y baja, sube y baja. Era muy complicado escalar, había unos vientos increíbles. Yo tenía una hija de dos años y me di cuenta que hasta ahí, que ahí debía acabar mi época de alpinismo más extremo. Me jubilé pronto del alpinismo extremo, estuve sobre diez años en esa época Tenía una empresa familiar, dos hijas… Pero no dejé de hacer cosas porque el mono seguía".
La tienda. "Nunca me planteé ser profesor de montaña porque en la tienda era muy importante. Tenía obligaciones y no podía dejar eso. Encima, a mi padre el encantaba la tienda y me mataba si me iba. Nos iba bien y para qué iba a meterme en otro jaleo. No éramos ambiciosos, estábamos cubiertos. Tuvimos una vida buena y normal. Trabajaba las nueve horas diarias, de lunes a sábado, y los domingos subía al monte".
La Cordillera Cantábrica. "En 1983 quise hacer la Cordillera Cantábrica desde Lugo hasta el Alto Campoo, Santander. Estudiamos lo poco que había de información y la hicimos. Estuvimos 15 días físicos y uno de descanso, en San Isidro. Al séptimo día paramos en San Isidro y seguimos. No pudimos acabarla, porque había poca nieve y nos faltó la última etapa. Unos amigos de Oviedo sí que la hicieron completa. Esa fue un punto, una de las cosas que más me lleno, que más vida me dio. Teníamos un amigo que subía a los puertos y nos daba avituallamiento y ropa seca. De aquella todo era pesado, todo pesaba la de Dios, y era imposible si no. Las mochilas pesaban 16-18 kilos".
Abrir rutas. "A Arnao o Peñablanca íbamos a escalar también. Y en Picos abrí muchas rutas. Con 21 años, junto a dos amigos, hicimos la "Norte al Requexón". La habían intentado otros y no se podía pasar. Nosotros la hicimos. Luego, pasados los años, yo tenía mucha amistad con un pastor clásico de los Picos. Era de los pastores antiguos, iba con su abuelo desde los seis años. Se llamaba Remis. Un día me aviso de que las cabras se habían subido a unas peñas y que no podían salir. Me pidió que fuese a buscarlas. Él estaba mal del equilibrio porque le había pegado una coz una cabra y le había roto una pierna. Llegamos allí y se nos escaparon las cabras. Ahí quedó la "vía de las cabras". También estuve mucho en las Ubiñas; hicimos una vía por la cara norte del Fontán y, a partir del 76, hice otra ruta por la cara sur. Allí abrí varias con pasos de sexto grado, que de aquella era la de Dios".

Anselmo Menéndez, en su casa, con una foto de una de sus proezas. / Ricardo Solís
Hacer afición. "Mi mujer me acompañó en alguna aventura; íbamos en pandilla. No había un chaval a quien le gustase la montaña que no pillase yo. Quería gente a la que le gustase lo mismo que a mí para poder escalar juntos. Hay una generación que me quiere mucho, y alguno se hizo guía profesional por mi culpa. El primer guía profesional de Asturias, Erik Pérez, vivió exclusivamente de la montaña y es un gran amigo mío. Es de lo que más agradecido estoy: de haber podido pasar mi amor por la montaña a toda una generación. De ellos, ninguno fumó, ni se dio por la droga ni nada. Todos sabían qué hacer en su tiempo libre. Los cogía y para el monte. Hasta cuando se separaron de mí sabían qué hacer, no perdían el tiempo en otra cosa. De lo que más orgulloso estoy es de la gente a la que pude ayudar. Cuando venía algún chaval a pedirme cosas prestadas para ir al monte yo se lo daba encantado. Lo mío era de ellos y lo suyo era mío. Todo para que no dejasen de estar en el monte".
Diez años haciendo parapente: "Fui el primero que voló del Urriellu en parapente, en 1989. Estuve diez años haciendo parapente. Empecé a ver fotos e imágenes por la tele de unos franceses. Yo pensaba: si subo a la montaña y bajo volando seré el más feliz del mundo. Empecé a meterme, pero solo había dos profesores en España, uno en el País Vasco y otro en Madrid. Venía del ala delta, por lo que ya conocía de vientos, de inversión térmica, tenían experiencia. Nos enseñaron que nos metíamos en una carretera, que era el aire, que tenía sus reglas. Todos caímos; yo lo hice en un concurso nacional en Potes. Me cogió una insolación, me puse a 2.500 metros y veía que me dormía. Intenté llegar al punto de salida, pero no podía. Caí de espalda y rompí tres vértebras. Un año de baja, pero no me dieron guerra. Hubo muchos años en los que, cuando cambiaba el tiempo, lo notaba. Al Urriellu fui con dos amigos que nunca habían subido. Yo ya lo había hecho 30 veces, pero nunca había ido con la mirada del parapente. En Xagó estuvimos aprendiendo a arrancar, entrenábamos a dar un paso y volar, porque yo sabía que en el Urriellu solo había esa opción. Al final volamos. No había manera de abrir nada, pero nos lanzamos. Lo logramos. Salimos mirando para Bulnes. Fue muy fuerte, el impacto fue brutal. Los peores golpes que tuve fueron con el parapente. En la montaña tuve suerte con los golpes. Hay que ser tan sabio para tirar para adelante como para ir hacia atrás. A veces te metías en líos, pero hay que tener cabeza".
Ahora hay montañeras; en el franquismo, no. "Avilés ha cambiado muchísimo. Yo antes solo podía ir al monte con chavales. Estaba mal visto que una chica fuese contigo o con un grupo de cinco chavales. Pensaban que era la puta. La cultura de la época franquista era una represión inútil. A mis primas les daban una hostia si pasaban diez minutos de la hora de volver a casa, pero luego en casa no sabían lo que hacían cuando estaban fuera. Ahora voy al monte y veo juventud, chicos y chicas, y se me alegra la vida. Es lo normal, da gusto verlo. La montaña une mucho. La principal diferencia es la libertad. Empezaron a meterse conmigo y yo bromeaba que las chicas que venían al monte se casaban seguro. El único problema que había era que sus padres fuesen muy católico y que, los domingos, en vez de ir al monte tuviesen que ir a misa".
El Avilés actual. "Antes, para ir del centro de la Cámara a mi casa, en Rivero, en carnaval, tenía que dar la vuelta por Los Castros y volver al Palacio Valdés, porque no se pasaba en una hora ningún día. Ahora no hay juventud, no hay forma de tener un hijo. Todo se ha puesto muy complejo y se ha perdido el poder adquisitivo. Mi hija tiene un hijo y calculó que para dos no le daba. Los gobiernos no ayudan. Lo primero que tiene que hacer un gobierno es apoyar a las generaciones para que tengan hijos, como hacen en Países Bajos o Portugal. El fracaso moderno de los Estados es la falta de nuevos niños. Y luego está la vivienda. La vivienda es un tema estatal, que se debe facilitar. ¿Cómo se facilita? Con menos impuestos y con los que tienen los terrenos facilitando las cosas. Pero a los constructores los crujen a impuestos, y así nadie quiere hacer nada".
El cáncer y con la quimio al monte. "Llevo un año fatal. Con 64 años tuve un cáncer linfático. Me lo pasé por el sobaco, porque iba al monte igual. En la quinta sesión de quimioterapia fui a Oubiña. Con la quimio del lunes marchaba el sábado. Era duro como una piedra. Nunca dejé de ir a la montaña. El médico alucinaba. Me decía que había gente que con la quinta sesión lo pasaba fatal y yo estaba por ahí, de aventuras. Dicen que a los cinco años vuelve. Yo aguanté ocho y me está volviendo. En febrero tendré que volver al tratamiento. Que no me den una media oportunidad porque vuelvo al monte. Aunque esté en tratamiento. Cuando me dieron el alta del cáncer, un 1 de julio, empecé a ir a la playa a entrenar. El 1 de septiembre marché al Alto Campoo e hice una travesía por la Cordillera Cantábrica de 17 días".
El nieto que sube al monte con 5 años. "El nieto ya empieza a ir a la montaña. Va hacer cinco años en marzo. Los padres son los que más tiran para vaya a la montaña. Este año contrataron un monitor y ya empezó a esquiar. Me como hasta las orejas de no poder ayudarlo, con lo que he sido yo. Se llama Óliver. Tiene mis ojos azules, que no está mal. Lo importante es que disfrute de la montaña. A las dos horas ya lo hacía muy bien, no le tenía miedo ni a un tigre".
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