Asturias exporta talentos
La ovetense Ana Lena Rivera decidió ser escritora a los 8 años y hoy encadena bestsellers: "Asturias está llena de tesoros únicos que fuera pasan desapercibidos"
"Nuestra tierra tiene muchos embajadores en potencia, que hacemos lo que podemos por mostrarla más allá del Huerna y del Pajares"

Ana Lena Rivera.
Ana Lena Rivera (Madrid). Escritora, nació en Oviedo en 1972. De padre de Turón y madre de Pola de Lena, creció en Oviedo, aunque pasaba los veranos en Gijón, y vive en Madrid desde hace más de treinta años. Su primera novela, "Lo que callan los muertos", fue galardonada con el premio "Torrente Ballester". Es autora, además, de "La niña del sombrero azul", "Las herederas de la Singer", "Los muertos no saben nadar" y "Un asesino en tu sombra".
Ana Lena Rivera es escritora de éxito con una conexión especial con quienes la leen. Lo mejor de su trabajo, afirma desde Madrid, es "cuando los lectores se acercan a mí porque se han encontrado a ellos mismos o a sus antepasados en las páginas de las historias que escribo, cuando me cuentan cómo se han emocionado, el sentimiento de orfandad con el que se quedan al llegar al final y tener que despedirse de los protagonistas, o me confían los momentos complicados de sus vidas que la lectura les ayudó a superar. No hay mejor motivación para seguir dando lo mejor de mí en cada novela".
¿Y lo menos gratificante? "Corregir, corregir y corregir los textos una y otra vez, pero lo hago con gusto porque sé que, aunque duele borrar y reescribir lo ya escrito, mis lectores merecen que las historias les lleguen cuidadas y revisadas con esmero y cariño".
Su vocación nació de niña, "tan temprano que ni lo recuerdo. Tenía lo que hoy sé que se llama hiperlexia: aprendí a leer muy pronto y yo sola. Los libros eran una prolongación de mí, no los soltaba más que para dormir, por mucho que mi familia insistiera en que me separara de ellos, al menos, para comer. Con 8 años decidí ser escritora, pero la vida me llevó por otro camino, aunque nunca abandoné ese sueño hasta que pasados los cuarenta llegó la oportunidad que ahora me lleva a los hogares y al corazón de muchos miles de lectores con cada nueva novela".
Los estudios la llevaron a vivir sola en Madrid con 18 años y el trabajo alrededor del mundo. "Madrid me enseñó lo importante que para cada uno es su tierra, sus costumbres, su gastronomía, su cultura, y el placer que supone mostrarla a otros y, a la vez aprender las suyas. Coincidí con estudiantes de todos los rincones de España, de Sevilla, Bilbao, Canarias, Albacete o Castellón, e incluso con algunos europeos, y eso me hizo ver que había mucho país por descubrir y que todos los rincones me ofrecían experiencias y personas diferentes y enriquecedoras".
Con el trabajo tuvo la oportunidad de "conocer personas de todas las partes del mundo y comprendí que lo que nuestra cultura nos graba a fuego, en otras no le dan la menor importancia, así los chinos hacían virguerías cuando estaban resfriados para no estornudar en público, los japoneses rehuían los saludos europeos plagados de besos en las mejillas, y los españoles nos escandalizábamos de que los suizos nos sirvieran la comida a las once y media de la mañana. Todo ello hizo que hoy valore muchos más a las personas que a las tradiciones".
"Disfruto enseñando cada rincón de mi infancia a mi familia"
Supongamos que alguien en Asturias quiere seguir sus pasos y dedicarse a la literatura. Apunten: "Que se forme en técnica literaria, que estudie el mercado, que se haga un plan de trabajo, que trabaje, que dé lo mejor que sí y que después busque intensamente quien apueste por su obra, que se olvide de fronteras y encuentre a lectores que vibrarán con sus historias en cualquier lugar del mundo en que se lea en castellano.
Lo que la transporta al pasado: "El olor a almendras y a azúcar que desprendían las confiterías, el del horno caliente mientras se cocinaba el hojaldre de las empanadas, el de la acidez de la sidra bajo el serrín en los suelos de las sidrerías, el del chorizo de los bollos los Martes de Campo, o el salitre del mar durante los veranos en Gijón. Recuerdo el sonido de las castañas crepitando al fuego en el Campo San Francisco, el de los bidones de los barquilleros cuando mis padres me compraban una galleta de miel, el del bullicio de las fiestas de San Mateo o de Begoña, o el del reloj de la Caja de Ahorros dando las doce con el ‘Asturias, patria querida’. Hoy, cuando vuelvo a Asturias disfruto enseñándole cada rincón de mi infancia a mi familia, que sonríe cuando me ven emocionarme al encontrarnos por las calles algún grupo tocando y bailando música asturiana con gaitas y castañuelas".
Muchos obstáculos superados, "como el todo el mundo, y todos me enriquecieron. Estoy convencida de que la vida consiste en eso, en tropezar para aprender y de la satisfacción de superar, pero también va de dejar el pasado atrás y mirar hacia el futuro, fuertes y con esperanza, precisamente gracias a todo lo aprendido".
Le entristece que Asturias es una "tierra preciosa, llena de gente maravillosa y tesoros únicos que fuera pasan desapercibidos. A veces siento que Asturias es invisible cuando se piensa en el Norte. En Madrid, el marisco es gallego y la sidra es vasca. Esto no quita para que muchos madrileños conozcan Asturias, pero mucho menos que otras zonas del Norte. Cuando hablas de Asturias el comentario general es ‘qué bonito tiene que ser, pero llueve tanto…’. Se piensa en el verde y en la lluvia, pero no en las playas, ni en la maravilla de sus montañas, ni en la amabilidad de la gente, ni en la delicia de una tradición pastelera única en España. Me toca explicar qué son los carbayones y les casadielles que aparecen recurrentemente en mis libros y que, aunque llueve, también sale mucho el sol".
Con la cantidad de asturianos que viven fuera, "nuestra tierra tiene muchos embajadores en potencia, que hacemos lo que podemos por mostrarla más allá del Huerna y del Pajares, aunque creo que tendríamos mucho más impacto si, desde allí, nos ayudaran a coordinarnos y a dar visibilidad a las maravillas que se esconde nuestra tierra".
Pongamos que hablamos de Madrid: "Me encanta la gente porque aquí quién más y quien menos o es de fuera, o lo son sus padres o sus abuelos, así que nadie es extranjero, es una ciudad en la que todos somos bienvenidos. Me encanta vivir rodeada de árboles, quizá porque me recuerda a Asturias porque, en cuanto sales de la ciudad, en Madrid también hay verde. En cambio, me cansa el clima, tan frío en invierno y abrasador en verano. Echo mucho de menos el mar y poder ir andando casi a cualquier sitio, porque aquí el coche o el metro forman parte del día a día de casi todos los madrileños".
Todas las personas que han pasado por su vida "me han enseñado algo, unas con dolor y otras con amor, aunque reconozco que solo guardo como un tesoro el recuerdo de estas últimas, como mi padre, que me enseñó que la satisfacción de tener la razón no conserva los amigos; o mi tía Luz, la costurera, que, entre puntada y puntada, me invitó a conocer la vida de su generación; o sor Cándida, que creyó que aquella niña con coletas que iba a su clase en 3.º de EGB sabría encontrar el camino hacia sus sueños, o José María Guelbenzu, que me enseñó que los lectores merecen que los coches no se paren, sino que se detengan, y que las cosas no pasen, sino que ocurran y sucedan".