Filosofando sobre una pandemia que quitó la vida a todos los jóvenes de Asturias

Juan Muñoz, filósofo y profesor residente en Tereñes: “Parecía que la única afectada era la hostelería, ¿y el mundo de la cultura?”

Juan Muñoz, en su casa de Tereñes (Ribadesella)

Julián Rus

Eduardo Lagar

Eduardo Lagar

Juan Muñoz, Filósofo y profesor jubilado, de 68 años, directivo de la Asociación de Amigos de Ribadesella, nació en Nueva de Llanes pero ha encontrado en Tereñes (Ribadesella) su refugio. Fue director del instituto riosellano y del Jovellanos de Gijón, villa donde pasa dos meses al año, “hibernando, como los osos”. En Tereñes pasó el confinamiento y allí surgieron las reflexiones que conforman parte de su último libro, “Ahora que lo pienso”. En ellas habla de la huella, sobre todo emocional, que nos ha dejado la pandemia.  

Durante el confinamiento coronavírico, tanto paseó por el prado de su casa de Tereñes que acabó haciendo la marca de una senda entre la hierba. El filósofo y profesor jubilado Juan Muñoz pensó acerca de muchas cosas en aquellos paseos. Pero sobre la pandemia pensó esto:

“Con el virus cambiaron radicalmente nuestras preocupaciones, la conversación diaria. Al cuerpo social le pasó lo mismo que al cuerpo físico. Si me duele un poco el hombro, pero luego me dicen que tengo un cáncer y el dolor del hombro desaparece. Poco antes de la pandemia, aquí se estaba hablando mucho del faro de Tereñes, sobre si había que hacer un museo del Cachucho, todo ese fondo marino que tenemos en frente, o si había que urbanizarlo y hacer chalés. De repente vino la pandemia y ese debate desapareció. Quizás la normalidad consista en debatir, como si nos fuera la vida en ello, sobre asuntos menores”.

“Otra cosa que me sorprendió fue en qué poco tiempo nos acostumbramos a andar con mascarilla, como si lo hubiéramos hecho toda la vida. Si nos lo hubieran contado hace unos cuantos años, no lo creeríamos. También hubo cambios que sobrevaloramos. En Ribadesella se pensaba que los pueblos se iban a llenar de gente teletrabajando, que los neorrurales iban a aparecer por aquí y acabar con la despoblación. Entonces el campo se valoraba precisamente por la salud. Pero eso fue pan de un día. La cosa volvió a su sitio. Las empresas dijeron a los trabajadores que volvieran”.

“Pero sí hubo cambios que se quedaron. La gente, ahora ya de forma voluntaria, usa más la casa como refugio. Se mete allí con las plataformas digitales y hasta descubre que para tomar un vino prefiere quedarse en casa”.

Juan Muñoz

Juan Muñoz / Julián Rus

“Sobre los damnificados, se habló mucho de la hostelería y, sinceramente, aquí la hostelería estaba a tope. Las terrazas en Ribadesella estaban a tope. Pero hay otros sectores, por ejemplo el sector de la cultura, de los que nadie se acordó. Nadie se acordó de los músicos que ya no podían tocar, de las ferias del libro anuladas… Parecía que los únicos damnificados eran los hosteleros. Tampoco nadie se acordó de la gente joven, que perdió y perdió mucho. Tengo una hija de 26 años y sé lo que pasaron ella y sus amigos”.

Y esto es importante. Ahora la juventud se está alargando muchísimo. Seguimos llamando jóvenes a gente con 30 años o más que tienen que seguir viviendo con los padres. Daba la impresión de que después de la crisis de 2008 parecía que empezaban a levantar cabeza y que podían ya hacer su proyecto de vida y emanciparse con todas las de la ley. Pero entonces viene otra crisis de naturaleza diferente, vírica, y de nuevo a sumergirse. Como la ballena que sale a respirar y tiene que volver abajo. La hija mía tenía un proyecto de trabajo fuera de España, había sacado el billete a México y olvídate, se pasó el confinamiento con nosotros. Seguimos viendo a cantidad de gente en una edad en que tenía que hacer su propia vida pero sigue con unos trabajos totalmente eventuales. No pueden hacer un proyecto de vida. ¿Cómo no va a caer la natalidad? Pero si dentro de seis meses no sabes qué va a ser de ti”.

Sí, a la gente joven le afectó. Ahora no estoy en la enseñanza, pero sí sigo en contacto con ellos y me dicen que notan un cierto desequilibrio en los chavales. Notan con ellos una relación más compleja, son más difíciles. Por eso ahora se está hablando de problemas emocionales y la salud mental. Eso les pasó factura”.

“Si algo nos descubrió la pandemia es que la parte presencial de la vida es insustituible. La educación a distancia está muy bien para adultos, para hacer un máster, pero los chavales tienen que estar en clase. Tienes que tener una relación personal. La educación no sólo es aprender determinados contenidos, también es saber compartir, tener unos horarios, convivir, etc. Y como eso, otras muchas cosas. Yo lo noto por profesores amigos que me lo dicen: hay un deterioro en el comportamiento por la pérdida de hábitos de disciplina básicos. Chavales que olvidaron que entrar a las nueve no es entrar a las nueve y cuarto”.

“Entre los efectos de la pandemia yo creo que hubo un aprovechamiento de la situación en ámbitos que nada tiene que ver con la salud pública. No tenía mucho sentido que en la enseñanza estuvieran dando clase a los chavales, 25 críos con un profesor y todos en una misma aula, pero luego para bajar a hacer una gestión básica con la administración o con un banco, tuvieras que pedir una cita con no sé cuánta antelación. ¿Pero de qué me estás hablando? Hay ahora una complejidad para cualquier gestión que no tiene ningún sentido. Se aprovechó la pandemia para abusar de los ciudadanos, sobre todo del ciudadano que no está muy metido en las nuevas tecnologías. Los que no somos nativos digitales, los analógicos”.

“También creo que la actitud de los políticos causó mucho desasosiego. En una situación de éstas la ciudadanía espera que vayan todos a una. Pero se vio cada espectáculo… A ver quién quien degradaba más al otro aprovechando la pandemia. Alemania también tiene landers, pero se reunían y a las tres horas salían todos a una. Para salir del atolladero lo mejor posible...”

“A muchos los defraudó también ver que la ciencia se equivocaba, que no ofrecía la seguridad que creían que les iba a ofrecer. Quizá porque no tuviéramos una idea muy clara de lo que es la ciencia, que avanza a base de equivocarse. La ciencia no es teología. Primero decían que las mascarillas eran una tontería, luego que imprescindibles; o decían que al llegar al 70% de infectados el virus desaparecería, pero veíamos que la gente se reinfectaba y se reinfectaba… Eso provocó mucha desconfianza, que dio lugar al negacionismo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que se desarrolló una vacuna en poco más de un año. Imaginemos si estas últimas olas no nos hubiera pillado vacunados. No habría bosques para tantos ataúdes. En definitiva, yo creo que, tras la pandemia, nos queda una especie de pesimismo, lo que está dando lugar a un aumento de los problemas mentales”.

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