Morricone en el Campoamor
Marcos Morau y su Aterballetto logran hacernos entender a través de la danza cómo piensan los genios en su "Notte" dedicada al célebre y añorado compositor italiano

Un detalle de «Notte Morricone», ayer, en el Campoamor. | IRMA COLLÍN
En plena ola de reconocimientos internacionales, siendo el Premio Nacional de Danza más joven de la historia y con el título de Caballero de las Artes y las Letras concedido por el Ministerio de Cultura francés bajo el brazo, el coreógrafo Marcos Morau (Onteniente, 1982) llegó al Festival de Danza de Oviedo 2025, marca de la Fundación Municipal de Cultura, para estrenar en España una de sus creaciones más íntimas, "Notte Morricone". Un bellísimo homenaje al eterno compositor cinematográfico italiano al que el propio Morau señala como responsable de la banda sonora de su infancia.
El bullicioso patio de butacas del Teatro Campoamor, que presentaba un lleno hasta la bandera, enmudeció con respeto cuando, en un falso inicio, se alzó el telón y los bailarines del Centro Coreografico Nazionale–Aterballetto salieron al escenario. Lo que nos mostraron fueron varias referencias, usando la danza de objetos, que ya nos fueron introduciendo en el mundo del cine y de la música, con la creatividad y la muerte como protagonistas. Porque lo primero que ocurrió fue que un metrónomo, simulando los latidos del corazón de Morricone, se paró. Y la vida del genio se esfumó para explicar lo importante, su obra.
Lo que el talento de Morau quiso mostrarnos fue la grandeza y la complejidad del proceso creativo a través de la mente de uno de sus referentes artísticos. Todo lo que entra y sale de la cabeza de un genio cuando está tratando de destilar sus ideas y plasmarlas en algo sencillo que pueda emocionar a cualquiera. Una voz en off, el propio Morricone, dejaba alguna clave de lo que estaba pasando en el escenario: muchos Morricones en lucha entre ellos mismos, con movimientos histriónicos y exagerados sobre la base de melodías que se apuntaban pero no se concretaban. Las capas del cerebro buscando el equilibrio, todos los personajes que habitan en cada individuo. ¿Cuántos hombres son necesarios para completar un solo genio? Cuando todo está a punto de romperse, el ruido se convierte en melodía, la magia de la genialidad y todo cobra un pacífico sentido.
Morau logra plasmar de manera increíble todas esas capas de la creación: los demonios, los miedos, la idea, el esfuerzo, el folio en blanco, el camino que no lleva a ninguna parte, el hilo que te acerca a la idea, el Arte al final del camino. ¿Cómo ha de sentirse un compositor cuando, terminada su composición, al fin la escucha interpretada por una orquesta sinfónica? ¿Acaso puede considerarla acabada antes de ese momento? Y aún más, ¿cómo puede un compositor de cine considerar eso mismo hasta que no ve su obra superpuesta sobre las imágenes? Increíblemente, Morau logra plantear y responder estas preguntas en los noventa minutos que dura este espectáculo usando la danza como lenguaje. Para alguien como yo que, lejos de ser un crítico de danza y siendo sólo un espectador motivado, tener la oportunidad de disfrutar de esta maravilla en mi ciudad es un privilegio único. Decía Morricone que toda su vida había tratado de poner sonido a la soledad, a la nostalgia, a la barbarie, a la fe, a la desobediencia, a los sentimientos más íntimos. Que había tratado de plasmar cómo sonaba un hombre por dentro cuando estaba solo. Creo que lo consiguió. Anoche escuchamos momentos de "Érase una vez en América", de "La misión", de "El bueno, el feo y el malo"… Morau cogió todo eso y también consiguió hacernos entender cómo piensan los genios.
Morricone fue galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2020 pero, tristemente, falleció antes de poder venir a Oviedo a recogerlo. Sin embargo ayer todos los Morricones que existieron se dieron cita, al fin, sobre las tablas del Campoamor en un ejercicio plástico de belleza sublime y pensamiento genial. Por fin pudo recibir la cerrada ovación de nuestra ciudad, rendida al homenaje.
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