ENTREVISTA

Argemino Barro, periodista y escritor: “Mariúpol era el símbolo de la Ucrania libre”

Repasa en su libro Mariúpol, la última batalla las claves de la guerra de Rusia contra Ucrania

Argemino Barro, periodista y escritor

Argemino Barro, periodista y escritor / Cedida

Mario Saavedra

Mario Saavedra

Madrid

A principios de este siglo, Rusia era un gigante con pies de barro que aún no había superado los vaivenes de la caída del muro de Berlín. Su presidente, Vladímir Putin, era un miembro más del club occidental. Casi nadie sabía muy bien dónde estaban Ucrania y de qué iba. Y Estados Unidos era la potencia mundial expansiva que había sido en las décadas anteriores. Pero, en 2014 primero y 2022 después, todo cambió para siempre. Rusia y Ucrania estaban en guerra, la primera en suelo europeo desde la II Guerra Mundial. El panorama dio un giro definitivo el pasado 20 de enero. Donald Trump llegó a la presidencia y rompió la alianza de ocho décadas con Europa. 

Argemino Barro (Mugardos, 1984) tiene todo para comprender bien ese cambio geopolítico. Estudió en Moscú, estuvo en Ucrania durante la primera guerra con Rusia, en 2014, y tres veces más durante la segunda, desde 2022. Ahora es corresponsal en Estados Unidos para El Confidencial, La Sexta y TVGA y desde allí cuenta la implosión del sistema americano tal y como lo conocíamos. El periodista y escritor habla con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA sobre su nueva obra, Mariúpol, la última batalla (Siglo XXI editores), una larga crónica de una de las batallas más cruentas de la invasión rusa, y de la situación geopolítica internacional. 

Pregunta: La ciudad de Mariúpol fue símbolo de la dureza de los ataques rusos contra Ucrania, ¿qué significado tiene para usted la ciudad en el contexto de esta guerra? Mariúpol era una espina clavada en el honor militar de los rusos, porque en 2014 los ucranianos fueron capaces de rechazar que los rusos la capturaran. Adquirió entonces un carácter simbólico, ya que se convirtió en la ciudad de llegada para buena parte de los ucranianos que salían de las zonas ocupadas de Donetsk y Lugansk. Por este motivo los sucesivos presidentes ucranianos, Petró Poroshenko y Volodímir Zelenski, la mimaron bastante: les dieron incentivos fiscales y se invirtió en las infraestructuras de la ciudad. El mayor oligarca de Ucrania, Rinat Ajmétov, que había perdido su base en Donétsk, se mudó a Mariúpol y registró allí su popular equipo de fútbol. En este sentido, querían que, para los desplazados, Mariúpol fuera el símbolo de la Ucrania libre.

La ciudad estaba despegando… Hasta que, en la primavera de 2022, los rusos la conquistaron y se resarcieron. Para ellos tiene también una gran importancia geoestratégica: Mariúpol está en mitad del corredor terrestre que une a la Crimea ocupada con la Rusia continental. 

En el libro cuenta que la última reunión de los funcionarios de Mariúpol antes de la guerra, el mismo 23 de febrero, no versaba sobre preparaciones bélicas, sino sobre la construcción de un aeropuerto. La invasión les pilló, como al resto de Ucrania, en la inopia… Sí, incluso de forma más clamorosa. Muchos ucranianos, empezando por el propio presidente, Volodímir Zelenski, no se creían que los rusos fueran a invadir a gran escala. Había algunas razones lógicas: por ejemplo, que los rusos no habían acumulado suficientes tropas como para atacar un país tan grande como Ucrania, ni mucho menos para ocuparlo. Desplegaron apenas 180.000 soldados y los dividieron en cinco ejes de ataque. Probablemente pensaban que los ucranianos se iban a rendir los primeros días. Los subestimaron. Por otro lado, los ucranianos llevaban ya ocho años en guerra, en el Donbás, y muchos se habían desensibilizado. Pensaban que este despliegue militar era más de lo mismo: un farol de Vladímir Putin para intimidar a Ucrania. Hubo una subestimación mutua.

Narra de forma trepidante el cerco de la planta de Azovstal. Durante tres meses, miles de soldados y civiles ucranianos se refugiaron en la red de túneles y búnkeres de la acería de la ciudad. Desde el punto de vista estratégico, tenía sentido resistir en Mariúpol. Lo que hizo la guarnición ucraniana allí, sabiendo la importancia estratégica y propagandística que tenía la ciudad para los rusos, fue resistir con 5.000 soldados y obligar a que entre 18.000 y 22.000 soldados rusos estuvieran dedicados a conquistar la ciudad durante casi tres meses. Sabían que estaban condenados: no tenían suficiente munición.

Describe brevemente la historia del conflicto, que ya trató en su otro libro sobre Ucrania, Una historia de Rus. ¿Cuáles son para usted los momentos clave de la escalada entre Rusia y Ucrania? En 2014 el momento clave, por supuesto, es en la huida de Víktor Yanukóvich después de la escalada violenta en el Maidán: manifestaciones masivas y transversales, pero en las que había también un elemento de extrema derecha que al final fue el que se enfrentó cara a cara con las tropas del Berkut [la unidad especial de policía antidisturbios]. Todo se fue de las manos cuando se produjeron disparos en posiciones elevadas contra los manifestantes de la Plaza de la Independencia, o Maidán. Técnicamente no se sabe quiénes fueron, pero la hipótesis más probable, por su profesionalidad y por la potencia de las armas, y por el historial, es que eran rusos. 

Rusia invadió aquel año Ucrania… Primero se anexionó la península de Crimea. Luego hubo una escalada en la región del Donbás, en el este de Ucrania. Radicales rusos y miembros de los servicios de inteligencia de este país, junto a ucranianos prorrusos, comenzaron a asaltar edificios públicos en la región a principios de abril. Ahí se produce una nueva escalada. Yo creo que la guerra convencional empieza el 26 de mayo, con el inicio de la batalla del Aeropuerto de Donetsk. 

A Ucrania la cogió desprevenida, ¿no? Sí, y en Rusia hay críticos que dicen que fue entonces cuando se tenía que haber invadido por completo. Una de las teorías para explicar el ataque de 2022 es que Putin llevaba tiempo viendo cómo los ucranianos reforzaban su ejército y ganaban destreza en el campo de batalla, por ejemplo con el uso de drones importados de Turquía. Y pensó: cuidado, porque, si dejamos que los ucranianos continúen mejorando y recibiendo ayuda de la OTAN, quizá llegue un momento en el que no los podamos dominar militarmente. 

¿Cuál es el otro momento clave en la escalada militar? Uno que suele pasar desapercibido es cuando, en mayo del 2021, el líder prorruso Víktor Medvedchuk es puesto bajo arresto domiciliario al ser acusado de traición. Medvedchuk es amigo íntimo de Putin, que de hecho es padrino de su hija. Con Medvedchuk bajo arresto y políticamente neutralizado, probablemente Putin comprendió que se había quedado sin instrumentos de influencia en Ucrania. Los grandes movimientos de tropas rusas, para preparar la invasión a gran escala el año siguiente, empiezan justo entonces.

De las muchas historias humanas que narras, ¿cuál fue la historia que más te marcó? Quizá la de la madre que perdió a su hijo, defensor en la batalla de Azovstal. Era miembro de la Guardia Fronteriza. Su joven hijo cayó alcanzado por un francotirador ruso en los últimos días del asedio de Azovstal. Y tan solo 24 horas después de haberse casado con otra defensora de Mariúpol en la misma planta de Azovstal. La boda fue certificada por el comandante Denis Prokopenko, que tenía esa autoridad. 

En el libro entras de lleno en la polémica sobre la Brigada Azov… Ahora es una brigada que está dividida en tres formaciones: una con la Guardia Nacional, otra con el Ejército y otra con el Directorio de Inteligencia.

¿Cuál es tu conclusión? ¿Son o no fascistas? No todos los miembros tienen la misma ideología, pero sí se puede describir como una fuerza de extrema derecha. Los líderes de estas tres unidades militares, una de ellas dirigida por el fascista Andriy Biletskyi, tienen un historial de extrema derecha, ideología fascista y hooliganismo. Lo mismo con muchos lugartenientes y combatientes. Pero luego es cierto que, al ser también una brigada famosa por sus altos estándares de disciplina y de combate, ha atraído a soldados que no tienen relación con este mundo extremista. 

¿Cuál es su importancia ahora? Se trata de una brigada minoritaria dentro de las Fuerzas Armadas de Ucrania. Es una unidad extremista pero no refleja, ni de lejos, a todas las Fuerzas Armadas. Es esencial apuntarlo porque el régimen ruso, que tiene la mayor maquinaria propagandística vista desde la Segunda Guerra Mundial, utiliza a los azovitas para retratar espúreamente a Ucrania como un régimen nazi o un país lleno de extremistas. No es el caso.

¿Y cómo se les ve desde el lado ucraniano?  Entre algunos activistas se ha creado una suerte de ortodoxia moral y emocional, y todo lo que no deje a Ucrania en buen lugar es automáticamente tachado como propaganda. Por ejemplo, se ha negado muchas veces que la Brigada Azov sea de extrema derecha, se ha dicho que se ha despolitizado y se ha llegado al extremo de argumentar que su símbolo, originalmente un wolfsangel como el usado por unidades del Ejército nazi, es el acrónimo de “Idea de Nación” y otras ideas ridículas. No, no se ha despolitizado, al menos no completamente. Sus ideólogos y fundadores originales siguen al mando: es gente que procede del extremismo.

¿Cuándo se torció la relación entre Rusia y Occidente? Se suelen destacar dos momentos. Uno es el discurso que dio el presidente ruso Vladímir Putin en la conferencia de Munich en 2007, en el que cuestionó el orden de la posterior a la Guerra Fría y mostró una nueva cara ante el mundo. En este discurso pasó del tono conciliador con Occidente, de apoyar a George W. Bush en la guerra de Irak en aspectos logísticos o de visitar a Tony Blair en Reino Unido, a hablar de forma revanchista. El otro momento destacado es en 2008, en la famosa cumbre de la OTAN de Bucarest. La canciller Angela Merkel, con el apoyo del presidente francés Nicolas Sarkozy, rechaza la idea de que Estados Unidos abra la puerta a Ucrania y a Georgia como potenciales miembros de la OTAN en el futuro, una promesa de Washington algo difusa. En un momento Merkel y la secretaria de Estado americana, Condoleezza Rice, mantienen una acalorada discusión en ruso. Los estadounidenses se llevan el gato al agua. En agosto de ese año, Rusia invade Georgia.

Luego, en 2014 y 2022 acaba invadiendo Ucrania… Se dan dos factores. Por un lado, la vena histórica revanchista de Rusia hacia Ucrania, que yo creo que es independiente de la ampliación de la OTAN. Esa ampliación, impulsada, sobre todo, por los países que querían entrar en la alianza, es en parte una excusa que se cuentan los rusos para justificar su agresión. Ya tenían un historial de intervencionismo en Ucrania muy anterior a la fundación de la OTAN o de los propios Estados Unidos. Pero, por otro lado, y esto no contradice lo anterior, hay también una cierta ligereza de comportamiento e irresponsabilidad por parte de Estados Unidos: si no vas a realmente a incluir a Georgia o Ucrania en la OTAN, ¿por qué prometerlo? Ni siquiera hoy, ni siquiera antes, con Joe Biden, tenían intención los americanos de incluir a Ucrania en la OTAN, ni tampoco los alemanes. Nunca hubo realmente una intención de hacer a Ucrania miembro de la alianza, dada su cercanía con Rusia y el claro historial de obsesiones emocionales y geoestratégicas de los rusos.

Tras la bronca histórica que le echó Donald Trump a Volodímir Zelenski en la Casa Blanca hace unas semanas, ¿cree que el presidente ucraniano ha conseguido enderezar la situación? Ha terminado admitiendo el liderazgo estadounidense en las negociaciones… A mí me dio la impresión de que fue una encerrona a Zelenski, una humillación para debilitarlo políticamente como interlocutor y lograr que se le reemplace en algún momento, como exigen los rusos. Por otro lado, sabiendo que la manera de llegar a Trump es con adulación, algunos observadores han criticado a Zelenski por no ir a la Casa Blanca con una actitud más calculada.

Pero también es verdad que Trump valora a los hombres fuertes, no a los dóciles. Esa valentía de Zelenski, ¿no le habría servido para ganarse el respeto del republicano? Donald Trump tiene una visión del mundo muy parecida a la de Vladímir Putin, una visión mafiosa. Cuando Trump era joven, en el submundo neoyorquino gobernaban las cinco familias de la mafia. Para Trump, a día de hoy, sucede algo parecido: el mundo se lo reparten Donald Trump, Vladímir Putin y Xi Jinping. Sería como los jefes de las tres grandes familias geopolíticas. Y estos jefazos se merecen su respeto. Pero luego están los europeos, Zelenski o Emmanuel Macron, etc, que no son jefes de familia, sino lugartenientes de Donald Trump. Mandos medios que le tienen que rendir pleitesía al jefazo. Volviendo al recibimiento de Zelenski en Washington, está documentado que los líderes autoritarios practican rituales de humillación y eso fue lo que Trump le hizo a Zelenski: le enseñó quién manda en el corral.

¿Quiere acabar realmente Trump con la guerra de Ucrania? Sí, pero quiere acabar con ella a toda prisa, como prometió en campaña. El problema es que la única forma de conseguirlo, de zanjar la guerra a toda prisa, es presionando al eslabón más dependiente, Ucrania. En ese sentido, la humillación de Zelenski puede formar parte de un programa para debilitarlo. En Washington se defiende la idea de celebrar elecciones en Ucrania, como hacen los rusos, como una forma de quitarse a Zelenski del medio.

Escribió usted un primer libro, El candidato y la furia, sobre la campaña presidencial que llevó a Trump a la Casa Blanca en 2016. ¿Ha cambiado su visión de Donald Trump? Sus instintos narcisistas y autoritarios estaban claros desde el principio. En el famoso libro El fin de la historia y el último hombre, de Francis Fukuyama, publicado en los años noventa, el autor habla de la democracia como un sistema estable y consolidado, pero que puede ser potencialmente amenazado por personas narcisistas y sedientas de poder que lo pueden desestabilizar, y menciona a Donald Trump como ejemplo de este tipo de personas. Fueron palabras proféticas. En mi libro de 2017 hay un capítulo dedicado a los demagogos y cómo acaban subvirtiendo la democracia, con Donald Trump como ejemplo. 

Ahora parece dispuesto a romper más cosas… Ahora es un ultra mucho más purista, con experiencia y sin contrapesos en su gabinete o en el Partido Republicano, y que ha llegado al poder con ansia de venganza, tanto en el apartado internacional como en el apartado interno. Va a cumplir 80 años y quiere hacer las cosas a toda velocidad, con brusquedad, para dejar un legado. Yo creo que su sueño es que, cuando nuestros descendientes, dentro de muchos siglos, abran un libro de historia, vean, no sé, a Julio César, a Napoleón y a Donald Trump. Él quiere iniciar un ciclo político completamente nuevo, para bien o para mal. 

¿Es Trump un autócrata? Yo jamás me había metido en el debate sobre si es legítimo calificar a Donald Trump de líder fascista hasta hace aproximadamente un mes. Ahora sabemos, por ejemplo, que algunos de sus colaboradores del primer mandato lo han calificado como tal. El máximo general de EEUU, Mark Milley, dijo que Trump era “fascista hasta la médula”. Y su jefe de gabinete más duradero, John Kelly, dijo que, si Trump volvía al poder, gobernaría “como un fascista”. Ni Milley ni Kelly son precisamente militantes progresistas, sino militantes republicanos. Y trabajaron de cerca con Trump: lo vieron actuar en público y en privado.

Fascista es una palabra de alto voltaje, ¿ahora está usted abierto a debatir si es una figura fascista? Yo suelo citar a dos historiadores del fascismo. Uno es Robert Paxton, autor de un libro excelente que se llama Anatomía del fascismo. Paxton decía en el primer mandato de Trump que sí, que Trump tenía elementos del fascismo, como la teatralidad mussoliniana, el azuzamiento de la violencia política, instintos claramente autoritarios, etc. Aun así, sostenía que la etiqueta fascista era demasiado tóxica y demasiado grave, y que había que ser cautelosos. Pero Paxton cambió de opinión el 6 de enero del 2021, cuando estaba en su casa viendo por televisión cómo la muchedumbre, animada por Trump, irrumpía en el Capitolio. "Cuando un líder incita a la violencia para anular el resultado de unas elecciones, ha cruzado la línea roja", dijo Paxton a Newsweek. Para él, la palabra fascista ya no era sólo legítima, sino “necesaria”.

¿Y el segundo autor?  Es el historiador Federico Finchelstein, un profesor de la universidad New School, aquí en Nueva York. Finchelstein dice que para considerar que un líder es un fascista tiene que haber cuatro elementos: la demonización extrema del adversario, la incitación a la violencia, una propaganda que niega la realidad…

Trump mintió miles de veces en su primer mandato… 30 y pico mil mentiras le computó The Washington Post en el primer mandato. Algunas totalmente delirantes. Empezó su mandato diciendo que parecía que iba a llover ese día, el día de la jura del cargo, pero que al final no llovió. Pero no era cierto: llovió. Yo estuve allí, en Washington, viendo la ceremonia en vivo, bajo la lluvia. Luego mintió sobre el tamaño de la multitud presente en su inauguración. Es decir, miente tanto que miente sobre cosas absurdas y totalmente irrelevantes. Lo hace para probar las defensas cognitivas de la gente, para tensionarnos y agotarnos.

Citaba tres elementos que tenía que reunir un líder fascista según Finchelstein, pero eran cuatro. ¿Y el que falta? El último elemento para considerar que un líder es fascista, según Finchelstein, es la dictadura. Ése es lo que le falta a Trump. Pero está trabajando en ello: el Congreso, dominado por los republicanos, se ha convertido en un órgano impotente, meramente consultivo, que deja hacer al Gobierno lo que le da la gana. Solo quedan los jueces, el poder judicial. Y Trump y compañía están socavándolo diariamente, ignorando las órdenes judiciales, amenazando con lanzar una reforma judicial que le permita desbancar a los magistrados, etc. Finchelstein dice que Trump es un “aspirante a fascista”. Yo estoy de acuerdo con la expresión. No le llamaré “fascista” porque es, como dice, un término de alto voltaje que dinamita la conversación. Pero Trump está, cada vez más, esforzándose en merecer la etiqueta.

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