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Las regiones del Noroeste están entre las veinte más envejecidas de toda Europa: estos son los alarmantes datos

Galicia, Asturias y Castilla y León comparten un elevado desequilibrio territorial y presentan los peores registros demográficos del país

Las regiones del Noroeste, entre las veinte más envejecidas de Europa

Las regiones del Noroeste, entre las veinte más envejecidas de Europa / FORO del NOROESTE

Oviedo / Santiago de Compostela

No hay fronteras para los achaques que afligen a las demografías doloridas del cuadrante noroeste de la Península Ibérica. Galicia, Asturias y Castilla y León comparten con muy leves variaciones de intensidad los síntomas de una dura recesión de muy largo recorrido, de diagnóstico muy repetido y vieja urgencia de tratamiento. El retroceso de la natalidad, el envejecimiento colectivo y una capacidad muy limitada para la atracción de población importada cocinan el cóctel de parámetros demográficos en los que las tres autonomías coinciden con reincidencia en los últimos puestos de las clasificaciones nacionales. Los 6.127.425 habitantes que salen de la última suma de las tres poblaciones son el resultado, eso sí, de un repunte muy reciente, cocido en los tres casos a partir de 2023 y al fuego del alza en la llegada de inmigrantes. El problema es que los estragos en los censos vienen de muy lejos, y de las pérdidas que en los tres vértices del triángulo del Noroeste generan varios decenios de relación muy desfavorable entre los nacimientos y las muertes.

Esos seis millones abundantes, fruto del acumulado de los 2,7 millones de gallegos, los casi 2,4 millones de castellanoleoneses y el millón largo de asturianos, también son 130.000 menos de los que las tres comunidades sumaban hace un decenio. La merma equivale a los habitantes actuales de León, sería dos veces el municipio de Ferrol y tres el de Langreo, y deja al Noroeste pensando por qué en un territorio que ocupa más de una cuarta parte de España vive apenas el 12,5 por ciento de su población. En la cadena de factores que tienen la respuesta tira mucho la estadística que confirma que desde hace tiempo las del Noroeste son de las cuatro autonomías españolas con más baja tasa de natalidad y las tres de más elevada mortalidad. Asturias es la única región española con menos de cinco nacimientos por mil habitantes (4,5), Galicia y Castilla y León rebasan por poco el cinco (5,18 y 5,23, respectivamente) y sólo el 5,05 de Cantabria compite con su penuria en un país que tiene la media en 6,6. Tampoco ayuda, queda dicho, la mortalidad: ni la tasa de casi trece defunciones por cada mil habitantes que hace líder nacional al Principado, ni las 12,1 de Galicia, ni las 11,7 de Castilla y León, los tres valores más elevados de un país donde el promedio no llega a nueve.

La falta de relevo autóctono que insinúa esta combinación de factores debería, no cabe otra, cubrirse con población importada, y hasta hace poco tampoco. El saldo migratorio ha sido en los últimos años casi siempre positivo en las tres comunidades, pero casi nunca hasta muy recientemente en cantidades suficientes para tapar por completo la hemorragia de la crisis de natalidad. El lastre acumulado es demasiado pesado, y el repunte en la recepción de inmigrantes con el que las tres han replicado en los últimos años la tendencia nacional no evita que sigan formando parte del quinteto de regiones con un porcentaje más menguado de población extranjera.

Sin llegar al cuatro por ciento que lleva hasta el fondo a Extremadura, Galicia y Asturias son en esta clasificación la penúltima y la antepenúltima –con un 5,7 y un 5,9 por ciento de foráneos, respectivamente– y Castilla y León la quinta por la cola, con un 7,7 que además de a sus vecinas supera el valor de Cantabria. Total, que la tormenta perfecta es una combinación de todo eso en una coctelera de la que salen las tres sociedades más envejecidas de España. El índice que mide la vejez colectiva, y con ella de algún modo el grado de sostenibilidad de la población a largo plazo, dice que nadie tiene en el país una población más escorada hacia la jubilación que Asturias –con sus 2,5 habitantes mayores de 64 años por cada joven menor de dieciséis– y que inmediatamente por delante están las magnitudes de Galicia y Castilla y León, donde unos valores muy parecidos bajan a poco más de dos residentes en edad de jubilación por cada niño.

No extraña pues que las últimas proyecciones demográficas, esa advertencia de la estadística que indica el destino que aguarda a las poblaciones si se prolongan sus tendencias recientes, sitúe a estas tres regiones entre las cuatro que se arriesgan a una pérdida demográfica más abundante de aquí a 2039, con Asturias a la cabeza y Castilla y León y Galicia como tercera y cuarta por detrás de Extremadura. Tampoco es raro, a la vista de todas las confluencias reseñadas, que todas ellas figuren ya entre las veinte de toda la UE con la edad mediana más alta: sólo Galicia está por debajo de cincuenta años (49,7), Castilla y León sube a 50,4 y únicamente dos regiones europeas –Liguria, en Italia, y Chemnitz, en Alemania– superan los 51,4 años que alcanzan como promedio los habitantes del Principado.

Vasos comunicantes

Por si no hubiera bastante, está el aliño del profundo desequilibrio territorial, un rasgo diferencial que marca muy profundamente la realidad demográfica del Noroeste. En Asturias, por ejemplo, tres de cada cuatro habitantes se aglomeran en el doce por ciento de una superficie regional de densidad desigual en la que la alta concentración del área central contrasta muy vivamente con la realidad opuesta de los 23 municipios, casi uno de cada tres, que están por debajo de los diez habitantes por kilómetro cuadrado, la magnitud en la que los expertos abren la puerta del «desierto demográfico». Suman un tercio de la superficie de la región y en el mapa forman una «mancha» que conecta con una cierta continuidad las dos alas a través de los municipios aledaños a la Cordillera Cantábrica. La línea va por el interior con muy pocas interrupciones desde los Oscos hasta Peñamellera Alta, y la realidad es plenamente trasladable a las áreas rurales afectadas por el éxodo en las otras dos autonomías del noroeste.

6,1 millones de habitantes  

El 12,5% de España vive en el 26,6% de la superficie

-19.125 personas

Saldo vegetativo de Galicia en 2024, el segundo peor de la historia

2,5 mayores por cada joven  

La magnitud que hace a Asturias líder nacional de envejecimiento

210.500 habitantes  

La pérdida de población de Castilla y León desde comienzos de los ochenta

Se diría que las tres tienen un fondo común que las conecta por debajo, en una sutil teoría demográfica de vasos comunicantes. De las tres demarcaciones del ámbito es Asturias, como queda dicho, la que presenta peores comportamientos en la natalidad, la mortalidad y el envejecimiento. Influye, sí, que sea la única uniprovincial de las tres, porque por provincias, Zamora y Orense tienen una tasa de natalidad más menguada que la asturiana y esas dos, además de Lugo y León, la superan en el índice de envejecimiento.

Pero hay un patrón común evidente. Galicia, por ejemplo, obtuvo el año pasado el segundo peor saldo vegetativo desde que hay registros. La diferencia negativa entre los fallecimientos y los nacimientos fue en la comunidad gallega de 19.125 personas. En 2024 se registraron 13.400 nacimientos, 4.000 menos que en 2013. Un dato muy significativo del desierto demográfico gallego es que en 2023 sólo tres ayuntamientos se rebelaron contra la etiqueta del declive. Fueron Corcubión, Ames y Oroso, los tres en la provincia de La Coruña, y tampoco pudieron presumir mucho porque en conjunto su saldo vegetativo sólo suma una ganancia de 51 habitantes.

Solo la edad media de los gallegos baja de los 50 años y únicamente Liguria, en Italia, y Chemnitz, en Alemania, superan los 51,4 años de los asturianos

Es cierto, en todo caso, que la radiografía no es la misma en las cuatro provincias gallegas. Mientras entre Lugo y Orense apenas suman 630.000 habitantes, La Coruña supera el 1,1 millón y Pontevedra se acerca a los 950.000 vecinos, siendo además las dos provincias atlánticas las más dinámicas en todos los aspectos, en actividad económica y capacidad de fijar población por ofrecer más salidas laborales. Y no sólo eso, ya que las dos circunscripciones occidentales son mucho más urbanas y la población está más concentrada en las ciudades y en sus áreas de influencia, mientras que en las dos anteriores, un tercio de la población está asentada en sus respectivas capitales, lo que da idea de la supremacía del ámbito rural y la dispersión.

Esta acentuación de los desequilibrios es igualmente un ingrediente esencial de la profunda transformación sociodemográfica que ha sufrido Castilla y León a lo largo de los últimos cuarenta años. El cambio no ha sido homogéneo ni sectorial ni territorialmente, generando el fenómeno muy conocido en el Noroeste ibérico de una concentración de la población en Valladolid y su área metropolitana y en menor medida en Burgos, Salamanca y León. La caída desde comienzos de los ochenta es de 210.500 habitantes, con las contracciones más significativas en Zamora, que ha perdido más de uno de cada cuatro residentes, y Palencia y León, con retrocesos del entorno del dieciséis y el catorce por ciento, respectivamente. El resultado es también aquí una acusada desertización demográfica, especialmente dramática en las áreas que no alcanzan los ocho habitantes por kilómetro cuadrado, como Arlanza (León), Ledesma (Salamanca), Sepúlveda (Segovia), Almazán (Soria), Sayago o Sanabria (Zamora).

Orense y Zamora perdieron un tercio de sus habitantes

Carlos Gil Andrés / Zamora

Si a cualquier español se le pregunta cuáles son las provincias que más población pierden, inmediatamente se le vendrán a la cabeza tres: Cuenca, Teruel y Soria. Sin embargo, los números muestran que son otros los territorios que encabezan el ranking nacional de pérdida de habitantes y todos se sitúan en el vértice noroeste del país, justo donde confluyen las comunidades de Castilla y León, Galicia y Asturias. No es que el triángulo de referencia de la despoblación en España –Teruel, Cuenca y Soria– no tenga argumentos para considerarse deshabitado. De hecho, esas tres son las únicas provincias con una densidad de población inferior a 12,5 habitantes por kilómetro, lo que les ha valido para obtener lo que se conoce como ayudas al funcionamiento, una reducción de la carga fiscal que soportan las empresas que se instalen allí.

Sin embargo, mientras estas tres parecen estar saliendo de la UCI, no se sabe si por una especial atención de las administraciones o por medios propios, otras, como Zamora, se siguen desangrando debido a que los estándares que se estilan en la Unión Europea para las ayudas contra la despoblación, que toman como base las unidades territoriales denominadas «Nuts», detectan que no están aún lo suficientemente vacías (consideradas en su conjunto, las catorce provincias del Noroeste superan los 12,5 habitantes muchas veces por el efecto capital de provincia) o no son ya lo suficientemente pobres (fondos Feder) para recibir asistencia intensiva.

Y así resulta que mientras Orense o Zamora han perdido prácticamente un tercio de su población en las últimas décadas (desde 1980), Teruel ha retrocedido un trece por ciento y Soria el doce. Salvo la provincia aragonesa, el resto de las que figuran en el «top ten» de declive poblacional son de las tres comunidades citadas: Orense y Lugo, Asturias y seis de las nueve demarcaciones castellanoleonesas. En números absolutos, en ese periodo nadie ha perdido tantos como Orense (126.214, más de los que tiene ahora la capital) y Asturias, que se ha dejado 113.564 habitantes, el equivalente a su tercer municipio más poblado. Zamora ha perdido en este periodo 65.468 vecinos, el equivalente al cierre de toda la capital, mientras Soria retrocedía en poco más de 12.000.

Las repercusiones sociales y económicas de este impacto son, sin duda, mayores. Casos como los de Orense o Asturias, aunque por causas completamente diferentes son también para hacer reflexionar.  

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