La historia de un señorín de pelo blanco que traía el periódico y caramelos (o cómo ayudar al que tiene cáncer)

Pepe Barcella, con el faro de Tapia al fondo.
José Pérez, Pepe Barcella tiene 66 años. Ahora está jubilado, pero fue socio fundador de la clínica veterinaria de Tapia y uno de los veterinarios más conocidos entre los ganaderos de esa parte de la rasa occidental. Cuando tenía 52 años, superó un cáncer muy grave. Eso le abrió los ojos a su propia vida. No solo. También al sufrimiento de los demás. Empezó a ayudarlos de una manera muy singular. Así lo cuenta:
"Tuve un linfoma muy grave, muy jodido. Pero, afortunadamente, me curé. Lo llevé por delante. De momento, de momento. Me lo diagnosticaron en 2008. Estuve toreando, pero bien. Fue una época muy buena, que me hizo poner los pies en la tierra. Empecé a ver que había cosas muy importantes. Tú fíjate, ya verás. Seguro que tú andas estresado, vas pasando y pasas por el mismo sitio siempre. Y cuando te das cuenta, allí hay una casa. Imagínate: ¿cómo vas a ver una flor, si la hubiera, si no eres capaz de ver una casa? Si no miras alrededor, no ves nada. A ver, ¿ves las puestas de sol que hay en Tapia? Pues hay gente de Madrid que vio más que yo. Y no hay derecho. Después del cáncer ya lo veo de otra manera. También es verdad que va pasando el tiempo y te vuelves a ocupar de las mismas cosas, las mismas tonterías que nunca suceden. Sobre todo, siempre te preocupas y pierdes de dormir por algo que nunca sucede. Luego lo que sucede es otra cosa".
"Antes trabajaba demasiado y el cáncer fue lo mejor que me pudo pasar. Yo creo, sí. Tranquilamente lo digo. Estoy contento de que me haya pasado porque, si no, el trabajo no daba freno con él. Era una cosa tremenda".
"Ahora tengo gente con cáncer en un grupo de WhatsApp a los que voy ayudando con cosas y orientando. Siempre tengo tres o cuatro personas en el grupo. Como me salvé, mucha gente venía a preguntarme. El grupo es gente que se va subiendo al carro, te llaman y les digo: te voy a meter en el grupo y los meto y todos participamos, y todos los demás van viendo. Ellos me cuentan adónde van, qué marcadores tienen. O cuando se acerca la revisión, que la gente se pone nerviosa. Todavía me pongo yo, que soy el tranquilo del grupo, y que llevo 14 años sin tener el alta todavía. Voy a revisión cada seis meses. Trato de ayudar porque sé muy bien qué pasa con la quimio, por qué vomitas, qué puedes hacer... A veces la gente se ve por la noche y entonces te mandan un mensaje. Les dices: esto es normal, no te preocupes... O tienen una historia médica y no saben interpretar bien lo que pone allí... Yo trato de interpretarlo siempre en el sentido positivo y empujar. El no dormir no te lo quita nadie, pero sí que ayuda mucho y la gente me lo agradece un montón".
"Siempre encuentro algo que decirles. Mi padre murió de cáncer y me acuerdo que venía un internista en Jarrio, Ángel Álvarez, que ahora está en el Centro Médico, que es un crack y siempre tenía algo. Nunca se le acababan lo recursos. La preocupación tiene que llevar a la acción. Una preocupación tiene que ir seguida de una acción. Y con él siempre había una acción detrás de la preocupación: tengo fiebre, pues no te preocupes que hay este medicamento, hay esta quimio, va a salir esto, hay que meterse en esto. Y así llegas hasta que ya pierdes el conocimiento y ya se acaba todo".
"Ayudar a esta gente me revuelve mucho, sobre todo cuando mueren. Hay cada disgusto importante... Pero lo hago porque a mí me ayudaron. A mí me pilló el tema en Madrid, me trataron en La Paz, y todos los días venía un señorín de la Asociación Contra el Cáncer. Era un señorín de pelo blanco, que me llevaba el periódico y me llevaba caramelos. Fue una cosa que me impresionó. Esto del grupo me vino sin buscarlo, empezó a venir gente. Yo conozco a mucha por la clínica y por el trabajo en el pueblo. Empezó a venir gente y se me ocurrió un día hacer un grupo de WhatsApp. Parecía que entretenía mucho a la gente y que la ayudaba. Pero, bueno, es duro. Es un trabajo duro. Es una cosa dura. Pero estoy muy contento".
"Cuando el cáncer, yo tenía 52 años. Y después todavía tuve un hijo, que ahora tiene 8 años. Tengo otros dos hijos, de 36 y otro de 40, de un matrimonio anterior. ¿Qué te parece? Sí, para tener un hijo a esa edad hay que tener mucha esperanza. Se llama Pablo, y es la alegría de la huerta, estamos disfrutando mucho. Juega al baloncesto como un loco, toca la batería, hace un montón de cosas".
Cita veraniega con el campo, el mar y la música
