No espíes en las casas ajenas

Amy Adams.

Amy Adams. / Tino Pertierra

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Es un buen consejo: no espíes en las casas ajenas. Quien busca donde no debe encuentra lo que no quiere. Anna Fox se marca un “Jeff” (James Stewart en “La ventana indiscreta”, nave nodriza de novela y película) y fisga a los vecinos de enfrente metiéndose en un lío de narices. Que todo nace del clásico de Hitchcock queda claro en páginas e imágenes, un engarce cinéfilo que ayuda al dibujo de esa mujer que vive encerrada alimentándose de pastillas, alcohol y películas antiguas mostradas en escorzo distorsionado. Atenazada por su brutal soledad y una amargura que no hay manera de combatir, Fox se somete a un confinamiento pre-Covid sin más compañía que un gato y un inquilino inquietante.

Joe Wright empezó a lo grande con “Orgullo y prejuicio” y “Expiación”, y poco a poco se fue amoldando a las hechuras de un cineasta cumplidor pero menos ambicioso. Eso sí: incluso en sus títulos menos distinguidos hay momentos de muy buen cine. Y aquí los hay en número suficiente para disculpar las áreas más convencionales del thriller psicológico. Película de accidentado desarrollo y aplazamientos tormentosos, “La mujer en la ventana” brilla sobre todo en la oscuridad de una mente magullada, a medio camino entre el delirio y la desesperación. Y ahí es donde entra en juego la gran baza que supone Amy Adams, presente en casi todos los planos y siempre perfecta en la exposición de miedos, angustias, heridas sin cerrar y fobias intimidantes, con un momento sobrecogedor en el que su pasado malherido irrumpe literalmente en su casa. Wright, salvo en el explosivo desenlace, enhebra con sutileza elegantes y calculados encuadres con un uso del color muy hitchconiano, desgarrado por rojeces premonitorias que ensangrientan el porvenir.

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