Opinión

Francisco bien vale una misa

El Papa Francisco y su testamento de humildad

El Papa Francisco bien vale una misa: ha elevado enormemente el listón de la humildad a quienes se erijan en el futuro en pastores máximos al cuidado del rebaño de Dios. A partir de ahora, ya no habrá lugar para el boato y la pompa en las exequias pontificas. El octogenario que reposa desde ayer en un nicho sencillo y sin adornos, casi anónimo, en la basílica romana de Santa María la Mayor, deja en herencia una forma más sencilla de hacer las cosas, una idea de la Iglesia “pobre y para los pobres” que no sea solo pose y palabrería. Un Papa enterrado fuera de la cripta vaticana de San Pedro supone un mensaje testamentario de la máxima relevancia, como lo es también descansar hasta el fin de los tiempos en un modesto ataúd de madera sencilla revestido de zinc, en vez de los tres féretros de ciprés, plomo y roble de sus antecesores, que fueron expuestos sobre cojines en un catafalco.

Desde su nombramiento, Bergoglio optó por la modestia y el recato. Decidió habitar un cuarto de la residencia de Santa Marta en lugar del apartamento privado de los papas en el Vaticano. ¿Cómo no iba a llamarse Francisco el propulsor de la humildad franciscana? Somos criaturas maravillosas, pero limitadas, con virtudes y defectos, dijo el Pontífice, que se hizo gigante desde la percepción de su propia pequeñez.

Todo cardenal u obispo de la Cristiandad debería a partir de ahora huir del abuso de la púrpura, el color reservado a los príncipes. Mientras haya una sola persona en el mundo que camine descalza o cubra su cuerpo con andrajos no cabe en la Iglesia asomo alguno de suntuosidad. Esa fue la gran enseñanza de Francisco.

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