TODOS LOS MESES 8M: MUJERES ROMPETECHOS
Cristina Valdés, la decana que llevó el color a las reuniones de traje y corbata
La delegada de la Universidad en el Real Colegio Complutense en Harvard está convencida de que "aún hay que proyectar a las jóvenes la cultura de que podemos ir a por cargos"

Jimena Aller

Cristina Valdés Rodríguez (Gijón, 1970) es lo más parecido a una «embajadora» que haya tenido nunca la Universidad de Oviedo. Y no tiene cualquier embajada. La suya está en la institución de enseñanza superior más antigua de los Estados Unidos, la Universidad de Harvard.
Todo un «regalo» para esta filóloga, exdecana de la Facultad de Filosofía y Letras (2011-2015), exdirectora general de Universidades e Investigación (2015-2019) en el Gobierno de Javier Fernández, con afanes viajeros desde bien niña y a la que el rector, Ignacio Villaverde, confió hace algo más de un año un puesto nuevo: hacerse cargo de la Delegación de la Universidad de Oviedo para el Real Colegio Complutense en Harvard.
Tras la reelección del Rector hace unos meses, la llamada que recibió Valdés no fue «para quitarme el regalín» sino para confirmarla en el puesto con nivel de vicerrectora y ampliarle el radio de acción y de representación a toda América del Norte.
Y esta gijonesa que aprendió en su casa y con las mujeres de su familia «que nunca hay que decir que no sin al menos intentarlo», se lanzó a disfrutar de un nuevo cometido donde todo estaba por definir. «El Real Colegio Complutense en Harvard es una alianza que tiene la Universidad madrileña con la americana desde hace más de 30 años. Pasado un tiempo decidieron ampliarla a más universidades españolas: ahí están las de Sevilla, Valencia, Alcalá, la Politécnica de Madrid y ahora ha entrado Oviedo. Cada universidad, que tiene una sede propia en Harvard, hace una aportación y con ella lo que hacemos todas es sacar convocatorias para que los investigadores hagan estancias, favorecer que estudiantes predoctorales pueden ir allí...», explica Valdés.
Siente que este destino es «un lujo», con lo cual no le pudo poner ni un pero al Rector cuando le planteó si quería encargarse de echar a rodar la alianza y consolidar la presencia de la Universidad de Oviedo en ese grupo privilegiado. Tras una primera visita –que hizo «al estilo Dora la exploradora, porque no conocía la universidad y quería ver cómo era aquello, qué hacían...»– y ya de vuelta a Oviedo, Cristina Valdés creyó que nada mejor para conocer el engranaje real que hacer ella misma la primera estancia de investigación. Así se conocería al detalle los handicaps a los que se iban a enfrentar los que la siguieran. Y a nadie le extrañó, porque con Valdés se aplica el que si hay que hacerlo, ella la primera.
Con la «embajada» abierta, los proyectos han ido llegando. Cuando se publiquen estas líneas estará formando parte de la delegación avilesina que iniciaba esta semana su visita oficial a la ciudad hermana de San Agustín de la Florida (EE UU), dentro de las actividades del centenario de las relaciones entre las dos ciudades de Pedro Menéndez, el Adelantado de la Florida. Seguirán en octubre reuniones en Filadelfia y luego en Nueva York, donde está previsto que la Universidad de Oviedo haga su presentación en el centro Rey Juan Carlos I, una fundación independiente fundada, entre otras entidades, por la Universidad de Nueva York.
«Aunque sea un cargo de responsabilidad yo lo veo como un regalo. Y así se lo digo al rector. A la gestión más dura ya me dediqué desde 1999, con muchos cargos académicos dentro de la Universidad y fuera. El de decana fue el más gratificante y el que más me llenó, en parte porque fue por elección y no a dedo, aunque también fue el más duro porque me tocó implantar Bolonia. Esto de ahora tiene una parte de gestión, pero a la vez es abrirle mundo a la Universidad de Oviedo y me parece una gran oportunidad».
Si Cristina Valdés echara la vista atrás debería admirar los logros de quien, de joven, era «una gran tímida. Pero con los años te obligas a ser sociable», reconoce. Lo de ser mujer sin fronteras se lo debe a haber crecido en una familia muy marcada por la determinación de las féminas. «Abuelo no conocí; padre, poco; y lo que yo tuve fue la suerte de tener un entorno familiar de mujeres fuertes, luchadoras, de carácter. Abuela, madre, tía, tías-abuelas… Mi abuela tenía un genio… Se quedó viuda con pocos años, con cinco hijos, y murió con 95 años. En la aldea donde vivía, en Caso, solo la conocían por su nombre de pila: Ignacia». Y esas mujeres dejaron en ella el sello del «trabajo, la disciplina, el esfuerzo... y creo que yo lo aprendí».
Con los recuerdos llega la emoción. La de pensar en cuánto le debe a su tía May, quien fuera casi una segunda madre para Valdés, fallecida demasiado pronto. Aunque siempre sea demasiado pronto. «Me crie con ella y siempre me inculcó el intentar las cosas. Era disciplinada y yo lo soy. Era muy organizada, planificada, y creo que me lo enseñó. La echo mucho en falta», dice con la voz ahogada y las lágrimas asomando. «Los sentimientos me salen fácil», avisa la filóloga.
Con semejantes impulsos, nada es de extrañar que Cristina Valdés fuera la primera de su familia en ir a la Universidad, a cursar Filología Inglesa. «Siempre me dijeron que hiciera lo que yo quisiera; y que por ser buena estudiante no tenía que hacer caso a los que me indicaban que igual Derecho era más productivo. Yo lo aborrecía». También fue la primera de su entorno que se fue de Erasmus –el programa europeo llevaba por entonces, en 1991, muy pocos años en activo–, lo que la llevó a Inglaterra.
Desde 1994 su vida profesional está vinculada a la Universidad de Oviedo. Y eso que «nunca fui de las que quise ser profesora. Nunca. Me gustaban los libros de viajes, de países... Y me gustaban las películas de ver otros sitios. Lo inglés, por ejemplo, me fascinaba. Pero nunca tuve claro, ni siquiera en COU, que iba a hacer Filología Inglesa. Dicho lo cual, también digo que nunca me arrepentiré de la decisión que tomé porque la carrera me permitió no solo estudiar la lengua inglesa, sino toda su cultura, su literatura, las personas que lo hablan».
A esa docencia que nunca le había llamado la atención también le encontró su grado de satisfacción. Hasta el punto de que en los distintos cargos de responsabilidad que ha asumido en los últimos veinte años nunca dejó la docencia de lado. «Solo la tuve que dejar los cuatro años que estuve en la Consejería y lo eché mucho de menos. Porque me gusta el aula, el contacto con los alumnos y con la gente joven. Puedo estar muy cansada pero cuando entro en el aula me trasformo».
Llegó el momento en el que le fueron ofreciendo cargos y Cristina Valdés no suele decir que no. «No lo pienso, digo que sí, adelante. No le doy vueltas. Si ello supone enriquecimiento personal y constructivo, me motiva. Creo que la vida siempre es un poco arriesgada, sobre todo para las mujeres», añade. Además está convencida de que esa cultura de «ir a por las cosas aún hay que proyectarla a las mujeres. Es muy necesario. Lo sigo viendo en la Universidad, a día de hoy». Y lo que ve es que la mujer aún se queda atrás, sobre todo en los ámbitos de más responsabilidad.
A Valdés nadie la oirá decir que «nosotras seamos más listas, ni más nada. Pero los datos están ahí para analizarlos. En el inicio de las carreras universitarias hay más mujeres en casi todas las ramas académicas, pero al subir de rango, catedráticas, decanas, vicerrectoras… ahí hay muchas menos mujeres. Algo pasa».
Y lo que cree que pasa «tiene mucho que ver con esa autorresponsabilidad con la que nos cargamos las mujeres. Que parece que te tienes que ocupar de los hijos, de los padres, de la casa… No digo que no lo hagan los hombres, pero sí digo que nos tendemos a cargar y responsabilizar de demasiado. Ellos no lo hacen. Y el día tiene 24 horas; es decir, no tenemos tiempo ni fuerzas, para tanto». «Y luego está la maternidad, que siempre ha penalizado a la mujer. Ahora espero que con los permisos de paternidad todo se irá equilibrando un poco, pero hasta ahora era complicado para nuestras vidas laborales».
Se enciende cuando cuenta que «el otro día todavía me decía una chica joven, que tiene interés por coger cargos de responsabilidad en la Universidad, que hay compañeros que le dicen que teniendo dos niños para qué se mete en un lío de cargos académicos. Eso a un hombre no se lo dicen. ¿Dónde tenemos que remarcar que si aspiro a más es porque quiero, porque estoy capacitada y porque puedo encajarlo en mi vida personal y familiar sin que nadie me juzgue?».
Cristina Valdés sabe que la visibilidad importa. Vaya si lo sabe. «Cuando entré en el decanato, durante unos meses yo era la única decana-directora en la Universidad de Oviedo. ¿Cómo puede ser que a estas alturas todavía tengamos que estar viendo esas fotos de reuniones, de equipos directivos, con todo paisanos?». Para eso tiene un remedio, aunque no sea del todo premeditado. Y lo dice con humor: «Menos mal que yo siempre pongo la nota de color. Como soy tan oscura de tez, de pelo y de todo, siempre voy con algún ‘colorín para destacar. Fui plenamente consciente de que eso me hacía destacar aún más en las fotos, entre tanto paisano de traje y corbata. Ahí estaba mi aportación de color».
Así que anima a todas a hacerse igual de visibles. «Porque en cualquier ámbito lo que aportan las mujeres será diferente a lo que aportan visiones solo masculinas. No seremos ni mejores ni peores. Pero no hacemos las cosas de igual manera. Y tenemos que mostrar nuestra voz. Aunque te equivoques, lo bueno es que se te pueda oír. Por eso yo digo que en los sitios hay que estar. Y no por la cuota, que esa me da exactamente igual».
Y ella habla por la experiencia de haber tenido, también en lo profesional, grandes mujeres referentes. En la universidad trabajé con mujeres muy valientes, poderosas. Hoy se diría empoderadas. Ana Cano, Socorro Suárez, Carmen Alfonso, Marta Mateo, Isabel Carrera… muy distintas, pero de cada una aprendí cosas. Eso también te da otro plus», sostiene. Y vuelven los recuerdos de niña: «De pequeña mi único referente de lo que yo quería en la vida eran Socorro (Suárez Lafuente) y su marido, Urbano (Viñuela). Eran profesores de Filología Inglesa, tenían una furgoneta, tres hijos y se pasaban la vida viajando. Para mí eso era un sueño. Y yo quería eso».
Ahora Cristina Valdés es filóloga, madre de dos hijos, esposa, hija, exdecana, delegada en Harvard y ha hecho la tramitación para ser catedrática, abriéndole un boquete al techo de cristal.
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