Desde Roma
Santa María la Mayor, basílica papal
Ignacio de Loyola dio su primera misa en esta catedral de Roma, preferida por Francisco y cuyo artesonado, sufragado con oro de América, fue un regalo de los Reyes Católicos al Borgia Alejandro VI

El impresionante ábside, sobre las regias escaleras. / María Teresa Álvarez
Fue la primera de las cuatro basílicas papales de Roma que conocí. Antes que San Pedro del Vaticano. Años después estuve grabando en ella, en la Cripta de Belén, donde Ignacio de Loyola celebró su primera misa el 25 de diciembre de 1538, antes de que la Compañía de Jesús fuera aprobada.
Siempre me he preguntado la razón por la que Ignacio de Loyola se decantó por esta basílica, utilizada por el Papa como catedral de Roma, para celebrar su primera misa. Es probable que no la haya elegido, aunque también cabe la posibilidad de que fuera la relación española con este templo el móvil para inclinarse por ella, ya que desde siempre se ha dicho que el dorado del artesonado, obra de Giuliano Sangallo, fue sufragado con el oro América, regalado por los Reyes Católicos al papa Alejandro VI, el valenciano Rodrigo de Borja, que había desempeñado antes de llegar al solio pontificio el cargo de arcipreste de esta basílica.

La fachada, obra del arquitecto florentino Ferdinando Fuga, ejemplo del Barroco romano. / María Teresa Álvarez
Además, el hecho de que los escudos de los papas Calixto II y Alejandro VI, dos de los tres pontífices españoles, figuren en lugar destacado en el artesonado, y que la escultura del rey Felipe IV de España, situada en el atrio de la basílica, nos habla a las claras de esta relación.
La escultura de Felipe IV, obra de Girolamo Lucenti y Gianlorenzo Bernini, recuerda que el monarca español, de acuerdo con el papa Inocencio X, crean la Obra Pía de Santa María la Mayor, por la que se asignaba una renta anual al cabildo de la basílica a cambio de preces por la Monarquía Española. Desde entonces, los reyes de España han sido protocanónicos honorarios del Cabildo de Santa María la Mayor.

Interior de la loggia, con la Virgen reflejada. / María Teresa Álvarez
Una basílica, Santa María la Mayor, que se encarama en la cumbre de la colina del Esquilino. Según una antiquísima tradición fue la Virgen quien manifestó sus deseos para que se construyera un templo. Cuentan que una noche se apareció en sueños a un patricio de nombre, Juan, y al papa Liberio manifestándoles lo que quería. Les dijo que ella indicaría el lugar en el que debía construirse un templo en su honor. La mañana del 5 de agosto, la colina del Esquilino apareció cubierta por la nieve. Nadie dudó de que aquel era el lugar elegido. Y allí se construyó.
Es un templo en el que compite la belleza de la panorámica que ofrece tanto en su fachada principal, como en la posterior.
Al pensar en este templo la primera imagen que veo es la de la parte de atrás, su impresionante ábside, sobre unas regias escaleras que lo arropan como si de los pétalos de una flor se tratara. Permanece en mi memoria, porque en anteriores estancias en Roma viví en la Vía Cavour, y la veía todos los días, ya que la parte posterior da a la Plaza del Esquilino, donde se erige un obelisco de casi 15 metros.

La escultura de Felipe IV, realizada por Girolamo Lucenti y Gianlorenzo Bernini. / María Teresa Álvarez
La fachada principal de la basílica se abre a la Plaza de Santa María la Mayor. Plaza en la que se levanta la columna mariana diseñada por Carlos Maderno, coronada por una estatua de bronce, de la Virgen con el Niño.
La fachada, obra del arquitecto florentino, Ferdinando Fuga, dicen que es uno de los mejores ejemplos del llamado barroco romano. Destaca el campanario románico que mide 75 metros y es el más alto de Roma. Tiene cinco campanas.
En la parte superior del pórtico se abre la gran "Logia de la Bendiciones", rematada por una barandilla con una estatua central de la Virgen con el niño Jesús, flanqueada por santos y papas.
Se puede acceder a la logia por medio de una escalera desde el atrio. Es interesante subir porque se pueden ver los preciosos mosaicos de la antigua fachada de la basílica, que recuerdan el milagro de la nieve en el verano.

El mosaico del ábside. / María Teresa Álvarez
En el centro del atrio, la puerta de acceso aparece decorada con relieves de bronce alusivos a la Encarnación.
El primer contacto visual con la basílica resulta espectacular, de forma especial si el sol se cuela por las ventanas.
Se cuentan por miles los visitantes diarios a este templo, que siempre ha estado en el punto de mira de los turistas, pero desde hace tres años a su atractivo innato se suma el querer ver el Icono de la Virgen "Salus Populi Romani", (Protectora del pueblo romano) que el papa Francisco mandó trasladar al Vaticano durante la pandemia.

El baldaquino. / María Teresa Álvarez
Este icono bizantino, que llegó a Roma en el siglo VI, ha sido considerado desde siempre milagroso y a lo largo de los siglos, los romanos han acudido a pedir su protección ante las pestes y desgracias. También ha procesionado por las calles de la ciudad ante el fervor del pueblo que imploraba su favor. Desde el año 2000, por decisión de san Juan Pablo II, una réplica de este icono acompaña a la Cruz de los Jóvenes que preside las jornadas de la JMJ, como ha hecho este verano en Lisboa. En la basílica, el venerado icono, se encuentra en la Capilla Paulina, que fue creada en el siglo XVII para albergarlo. En esta capilla decorada con piedras preciosas, oro y mármoles de colores están enterrados los papas; Paulo V y Clemente VIII.
Son muchos los tesoros que alberga la basílica; los mosaicos paleocristianos del siglo V en el Arco de triunfo o triunfal. Muy hermoso el del ábside, "Coronación de la Virgen", del siglo XIII. Las reliquias del Pesebre, expuestas en la cripta de la confesión, el primer pesebre de Arnolfo di Cambio y la sencilla tumba, solo una placa de Bernini, padre e hijo.

El artesonado, obra de Giuliano Sangallo / María Teresa Álvarez
Maravillosa visita para repetir y poder asimilar todas las historias que atesora. Si estáis en Roma el 5 de agosto, os animo a asistir a la misa solemne y ver la lluvia de pétalos blancos que caen sobre el altar desde una abertura del techo.
Como Roma siempre sorprende, a las diez y media de la mañana del pasado martes, cuando me encontraba en Santa María haciendo las fotos para el reportaje, no podía sospechar el regalo inesperado que iba a recibir: ver a Papa Francisco que, con un ramo de flores acudía a saludar a la Virgen y postrarse a los pies del Icono "Salus Populi Romani". Una mañana, muy emocionante, para no olvidar.
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