Opinión

Salas

Las mujeres celtas

En las sociedades célticas la mujer gozaba de una libertad y un prestigio religioso y social considerable

Investigando en la Biblioteca Pública Municipal de Salas, encontré lo que a veces llamamos “una pepita de oro”. Se trata de un librito muy bien documentado y ordenado, lleno de historias, editado por Editorial Picu Urriellu, Xixón 2002: “Celtas en Asturies”, de Alberto Álvarez Peña.

En él, deduce que algunas mujeres de entre los astures y los cántabros, al menos entre las élites, debían gozar de un elevado estatus, a juzgar por la importancia de la estela funeraria dedicada a la hija de Talavo, hallada en La Doriga (Salas, Asturies), en el caserío denominado El Castiellu, en las inmediaciones de un castro.

Nada sabemos de reinas entre los astures, pero sí que algunas mujeres prefirieron arrojarse al fuego con sus hijos y suicidarse antes que caer en el poder de los romanos y ser vendidas como esclavas. Es habitual hallar mujeres al mando de tribus celtas, principalmente en Britania. Como ejemplo, se conoce una Reina de brigantes, llamada Cartimandua. Lideró, por lo que parece, una tribu situada entre Liverpool y el Firth de Clyde.

En la epopeya irlandesa de Cuchulainn también aparece una reina al frente de las gentes del Ulster, llamada Maeve. Dión Casio-historiador romano del siglo II de nuestra era- y Cornelio Tácito nos narran una secuela de la revuelta liderada por la reina de los iceni britanos Boudica para rebelarse contra los romanos que ocupaban su isla, en el año 61 de nuestra era: “... Boudica era de altísima estatura y apariencia severa, de feroz mirada y poseía una áspera voz. Una gran cabellera muy rubia le llegaba casi hasta las nalgas. Portaba un gran cetro de oro, vestía una túnica de variados colores y sobre el vestido se cubría con una gruesa clámide...”

Y continúa: “...Boudica, en un carro y llevando ante sí a sus hijas, iba pasando frente a cada pueblo, proclamando que ya era costumbre de los britanos luchar bajo el mando de las mujeres... En aquel combate había que vencer o morir, tal era su decisión de mujer, allá los hombres si querían vivir y ser esclavos... Proclamaba: Aquellos sobre los que reino son britanos, hombres que no saben cómo cultivar el suelo o ejercer el comercio pero que están profundamente versados en el arte de la guerra y todo lo que poseen en común, incluidos hijos y esposas..., de modo que estas últimas poseen el mismo valor que los hombres...”.

Volviendo a los astures, Trogo Pompeyo recoge de las obras de Justino y Silio Itálico el dato de que las mujeres trabajaban en los campos, mientras que los hombres se dedicaban a robar con las armas. Tácito decía que lo mismo ocurría entre los germanos. Para José María Blázquez Martínez, (“Los Astures y Roma”, 1983) el hecho de que la agricultura estuviese en manos de las mujeres era un rasgo del matriarcado antiguo, y era una muestra de un estadio primitivo de explotación agrícola. Esto sería herencia de los pueblos indoeuropeos preceltas. Parece ser que también llamó la atención de los romanos el que las mujeres de los astures y otros pueblos del norte peleasen al lado de los hombres.

Apiano y Antonio Diógenes describen la expedición de Bruto Galaico en el 138-136 antes de nuestra era y dicen: “...Para impedir el saqueo de las ciudades, las mujeres luchaban al lado de los hombres, manejando al igual que ellos las armas sin proferir un grito o una súplica en la refriega cuando eran degolladas...”. La familia indoeuropea tenía visible, al menos, una figura masculina, y entre los astures ocurre lo mismo. Los historiadores romanos anotaron una serie de rasgos referentes a la mujer que les llamaron la atención e incluso llegaron a denominar ginecokracia.

Estrabón comenta que la herencia pasaba a manos de las mujeres y que estas disponían el casamiento de sus hermanos y la dote era dada por el hombre a la mujer. Tácito atestigua algo semejante en Germania. Para Adolf Shulten (“Los cántabros y astures en su guerra con Roma, 1962) la costumbre de dar preferencia a la mujer derivaba del desconocimiento del padre, ya que las mujeres tenían relaciones con varios hombres, tal era el caso también de las tribus precélticas de Inglaterra. Así, entre los pictos, la sucesión se daba, no al hijo propio, sino al hijo de la hermana, costumbre que pasó de los pictos de Irlanda a las poblaciones célticas. Estrabón habla de cómo existía entre los astures la costumbre de la covada: después del parto, el marido se echaba en el lecho y era cuidado por ella.

Refiriéndose a que en las sociedades célticas la mujer gozaba de una libertad y un prestigio religioso social considerable, Mircea Elíade dice lo siguiente: “El rito de la covada atestiguado por lo que a Europa se refiere, a los celtas, sirve para poner de relieve la importancia mágico-religiosa de la mujer, junto a otras costumbres arcaicas (ciertos ritos funerarios, mitología de la muerte, etc). La covada indica la supervivencia de elementos indoeuropeos supervivientes con toda seguridad de las poblaciones autóctonas del Neolítico”. Se trata de una participación masculina en el acto de la procreación, pero además, es un acto para asegurar al recién nacido el derecho paterno. El elemento central de la covada es que el padre imita los efectos de parto, poniendo al niño entre sus piernas simulando el alumbramiento. Esto pervivió hasta época reciente como práctica ritual en Asturias y León.

Según Julio César, las tribus de la Galia establecían acuerdos de dote que proporcionaba las mujeres casadas los mismos derechos de propiedad que sus esposos: “...Cuando un hombre se casa, contribuye, de sus propiedades, con una cantidad calculada para que iguale cualquiera que haya recibido de su esposa como dote. Se lleva una cuenta conjunta de todas las propiedades y los beneficios de esa cuenta son puestos a un lado. Cualquiera de los dos que sobreviva al otro recibe ambas partes, junto con los beneficios que se vayan acumulando a lo largo de los años”.

Alberto Álvarez Peña, autor de este libro que ha llamado mi atención, ilumina una parte de la historia que nos explica nuestra evolución como sociedad. Hace que reflexionemos sobre las causas, el contexto y las consecuencias de los hechos que nos han traído hasta aquí. Con estas lecturas, podemos aprender de aquellos valores que una vez ya funcionaron; podemos reconquistar unos derechos que un día ya ejercimos, podemos recordar un respeto a las mujeres que no se cuestionaba y a alcanzar de nuevo el equilibrio, ocupando en toda regla nuestra posición en la sociedad

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