Esta es la historia de Olvido García Francos, icónica hostelera de La Espina y nueva Mujer del Año de Salas
Emblema del bar-tienda Casa El Cándano y "católica de las de ir a misa", presume de nieto y legado, con cierto pudor por el nombramiento municipal

Olvido García Francos en la tienda de Casa El Cándano, ayer / LNE
Ángela Rodríguez
“Quería que pusieran a otra”, reconoce Olvido García Francos (El Cándano el 11 de agosto de 1936), ya nueva Mujer del Año de Salas. La confesión la hace desde las antípodas de la arrogancia. Con una humildad y discreción sincera que destaca cualquiera que la conoce. “Soy como todas. Seguro que hay otras personas que se lo merecen más. Aunque me dijeron que todo el jurado opinó que tenía que ser yo”, señala, con cierto pudor, al otro lado del teléfono.
Elegida ayer por el Consejo municipal de la Mujer, como Mujer del Año en el concejo, la histórica hostelera recogerá el galardón en una fecha aún por determinar. "Por su trayectoria Empresarial y su ejemplo de lucha, fuerza, coraje y solidaridad", destaca el jurado.
A sus 87 años, vive sobre el bar-tienda de La Espina al que dedicó su vida. “Mis padres hicieron esta casa. Siempre tiraron para venir para La Espina. Éramos una casa humilde, de El Cándano. Mi padre tenía ocho hermanos. Ya sabes, esas casas de antes”, explica la salense. La mayor de tres hermanos (ellos, hombres), que siempre ayudó a sus padres en el bar tienda que llevaba el nombre del pueblo ‘El Cándano’. Luego, se casó con Celedonio, “que compraba ganado” y tuvo a su hijo Quini.
La fortuna olvidó, sin embargo, golpear su puerta y, solo unos meses después del fallecimiento de su marido (hace unos nueve años), también perdió a su hijo. “Tengo un nieto, eso sí. Estudió Químicas y está en Madrid ahora. Aunque le gustaría venirse para Asturias”, asegura, orgullosa.
Sin su familia continuó hasta los 79 años tras las puertas del bar-tienda más icónico de la zona. Aunque nunca estuvo del todo sola. Casa el Cándano cada vez era más conocido y requería más tiempo y dedicación. Entre los empleados, Olvido y Celedonio habían acogido ya como a uno más de la familia a Víctor, al que se referían como su segundo hijo. También ve a Olvido como a una segunda madre la actual gerente del bar-tienda, Pili Riesgo. Que se confiesa “muy contenta” porque el galardón salense haya recaído en su mentora.
“Di un curso de maestra en La Espina. La maestra de Ovés, una señora muy importante, se puso enferma y la de La Espina, que me diera clase a mí, dijo que yo era la que estaba preparada. Así que le di un año clase a más de veinte nenos”, recuerda Olvido. Intentando tapar sus méritos con los de sus hermanos: “uno hizo Económicas y el otro, ingeniero técnico”.
“Soy como todo el mundo. No soy ninguna santa, solo humilde”, asegura la premiada. Con una paciencia, simpatía y amabilidad que, según sus conocidos, algún que otro santo envidiaría. “Todavía ahora bajo al bar y todos los que me conocen, inclusive los viajantes, todos me saludan.. eso sí. Pero soy solo una mujer más. Fui una trabajadora, antes sabías hacer de todo. Igual cocinabas, que eras la que llevaba el negocio…”, relata.
Católica, “de las de ir a misa los domingos”, colabora en lo que puede, siempre discreta. En su día a día prepara la comida, para ella y su hermano, que la visita con frecuencia. “Estuve tantos años de pie, que resulta que estoy fastidiada. Me asusto de ver antes que movía cualquier saco, y ahora dos kilos ya me son mucho. Hago de todo, no como antes, pero voy tirando”, sostiene la hostelera. Desde su casa sobre el bar, en el que sigue velando por su clientela, que hoy tiene un motivo más para levantar la copa.
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