Opinión
La sonrisa de Álvaro oyendo
La entrega del premio "Cervantes"
En un tiempo, cuando era político, que lo fue a su manera, Álvaro Pombo gritaba por las calles, lleno de entusiasmo, creyendo que el futuro iba a oírlo. Durante años, sin embargo, ese hombre que quería que ganara UpYde (¡¡upeidé!!), ni fue político ni fue otra cosa que un poeta, lo que volvió a ser en seguida que aquel desahogo acabó en nada.
Era poeta desde el siglo anterior, y sigue siendo poeta ahora mismo, también mientras escuchaba como su amigo Mario Crespo leía lo que él le tenía que decir a los Reyes. Escuché a Mario, que leyó magníficamente lo que escribió el maestro, como si estuviera viendo a Álvaro hace siglos sentado en la silla giratoria que mi hija le prestaba para pasarse las tardes en la casa que teníamos en Londres.
Entonces él escribía poesía e iniciaba novelas, que fueron el germen de obras maestras, como "Santander, 1936", que fueron y son enseñanzas muy bien traídas al acto por el ministro de Cultura. Desde aquellos años de su especie de clandestinidad en Inglaterra Álvaro desplegaba una especial manera de mirar, en la que yo me fijaba porque era, a mi ver, la explicación de su paciencia, el modo de ser que entonces le ayudaba a arrostrar vicisitudes de la época, persiguiendo siempre la libertad en nombre de un país que tardó en tolerar a gentes de su modo de recibir y cumplir con su propio sentido de la alegría de vivir.
En la entrega del premio, esta vez, estuve viendo cómo miraba Álvaro, y miraba con el silencio sonriente con que siempre recibió a los que tenía cerca o a los que tenía lejos, pero siempre acercándolos. Lo vi, por ejemplo, cómo hacía sonreír al rey, que parecía allí más feliz que nunca en un acto como este, y cómo asustaba, entre sonrisas también, a doña Letizia, la reina, que parecía temer que aquel hombre que estaba abajo, con sus gafas de siempre, con su ropa de vestir para el premio, con su alegría de escuchar a Mario y de reírse de sus propios chistes quijotescos, fuera a descarrilarse sobre esa silla que le pusieron para que su envergadura, ya de hombre flaco, diera con fragilidad en el suelo.
Cuando escuché que Mario, por su boca, pero con las palabras del maestro, traía a colación la palabra "España" sentí que en cualquier momento aquel torrente que es Álvaro iba a meterse en camisa de once varas. No lo hizo, o sí, quién sabe cuál es alcance de todas sus metáforas, pero cuando lo vi sonreír, que fue durante mucho tiempo en el acto, sentí que este hombre que está tan cerca de Cervantes se encontraba tan feliz como cuando, al principio de sus tiempos por el mundo, soñaba con momentos así y siempre siendo libre, como ante los reyes.
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