Opinión | SOLO SERÁ UN MINUTO
No me mires, rencor
Un día decides por tu cuenta y riesgo que no vas a guardar rencor a nadie, ni siquiera a quien se ganó a pulso entrar en una tonta lista negra de agraviadores funestos. Y desde entonces, aunque no te des cuenta al principio, sientes que andas más ligero de equipaje en cuanto a piedras se refiere. Llamémoslos lastres. No es sencillo, tenlo claro. Quizá no tengas muchos candidatos a ser tomados en cuenta como personas a las que mantener en jaula imaginaria de inquinas, pero sí los suficientes para percibir el aliento pestilente de la memoria tóxica, construida a partir de heridas que pueden tener origen en orgullos malheridos, decepciones amargas o traiciones de mala digestión. Incluso en sentimientos humillados y ofendidos. Pero no suele ser la penalidad propia la que ponga más problemas a la hora de ajustar cuentas, no, no, no, tampoco hay que darse mucha importancia y la resiliencia se lleva mal con el victimismo, lo que más se resiste a abandonar los circuitos del rencor & derivados es aquello que tiene que ver con los seres queridos: cuando los daños afectan a personas de tu entorno más íntimo y casi siempre más desprotegido (no siempre por debilidad, sino por una ingenuidad que tiene mucho que ver con la bondad natural, la que no se construye sino que procede del más profundo de quienes son incapaces de herir), cuando la miseria ajena se ensañó en quien confiaba y nunca esperaba traiciones. Se puede, y se debe, alejar el rencor aunque cueste mucho cuando procede de mentes destructivas y carroñeras, y dejarlo en cuarentena y sustituirlo por precaución para estar alerta y descubrir las señales de peligro a tiempo. No se trata de poner la otra mejilla (quien se considere santo que levante la mano derecha o la izquierda, pero nunca las dos a la vez, la rendición es pecado), sino de estar preparado para dar un paso atrás o al lado cuando todo indica que alguien se está posicionando para lanzar a una ofensiva en toda regla. La gimnasia de las precauciones es un buen entrenamiento para saltar a tiempo. Adiós, zancadillas.
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