Opinión

El legado de Ana Gloria Blanco

Un vacío inmenso que dejas

Siempre quise escribir sobre Ana, pero no es fácil plasmar en palabras todo lo que ella significó para tantos. Si cierro los ojos, la veo claramente: en su despacho, rodeada de libros y notas, moviéndose de un lado a otro con precisión, siempre en busca de algo, siempre organizando, siempre trabajando sin descanso. Su presencia irradiaba serenidad y confianza, y su voz, calmada y firme, tenía la capacidad de tranquilizar hasta las mentes más inquietas.

Recuerdo perfectamente la primera vez que la vi: sus rizos castaños, su expresión amable, su manera de escuchar con verdadera atención. Con ella viví muchas primeras veces: el primer libro que realmente me marcó, la primera visita a un teatro, la primera vez que enfrenté el miedo con su apoyo incondicional. Y también estuvo ahí en mis momentos más oscuros, cuando la ansiedad y la incertidumbre amenazaban con derrumbarme. En cada ocasión, Ana fue mi refugio, mi consejera, mi fortaleza.

Pero lo más admirable de Ana fue que no solo estuvo para mí. Su generosidad, su entrega y su capacidad de ayudar alcanzaron a muchas más personas. Sin pedir nada a cambio, sin esperar reconocimiento, simplemente porque era su manera de estar en el mundo. Su vocación por acompañar a los demás dejó huellas imborrables en aquellos que tuvimos la suerte de cruzarnos en su camino.

Hoy, el vacío que deja su ausencia es inmenso. Nos hará falta su consejo, su paciencia infinita, su risa discreta y esa manera tan suya de hacernos sentir que todo iba a estar bien. Pero aunque ya no esté físicamente, su legado sigue vivo. Vive en cada enseñanza que nos dejó, en cada persona que ayudó y en cada vida que cambió con su bondad y su entrega.

Gracias, Ana, por todo lo que nos diste. Por cada palabra de aliento, por cada gesto de apoyo, por enseñarnos con el ejemplo lo que significa la verdadera generosidad. Siempre te recordaremos y siempre te llevaremos en el corazón.

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