Por lo visto
Ejercicio de memoria e imaginación
El Oscar a "Aún estoy aquí" permite tener todavía esperanza en el cine

Walter Salles. / efe
María Donapetry
Si rastreamos la pista de Aída Bortnick, quien escribió junto a José Luis Puenzo el guión de "La historia oficial" (1984 y Oscar a la mejor película extranjera en el 86), llegamos a creer sin dificultad que la historia de las dictaduras en América Latina (quizás en todas partes) la articulan las mujeres de una manera que no se parece nada a cómo suelen relatarla los hombres. Los personajes femeninos en este tipo de películas no se limitan a encarnar mejor o peor los símbolos de la madre patria, la república, la justica, etc., quedándose inmóviles en un pedestal. Tampoco tienden a hablar de batallas más o menos crueles o decisivas ni de un pensamiento político concreto que liberará a su sociedad o la condenará a un abismo infinito. Simplemente viven el día a día de la historia de su país y no se les olvida. Tanto las mujeres en "La historia oficial" (abuelas de la Plaza de Mayo, una madre adoptiva de una niña arrebatada a una desaparecida, amistades femeninas, etc.) como las de la recién oscarizada "Aún estoy aquí" (Walter Salles, 2024) llevan literalmente el peso de la historia, de las dictaduras, de sus respectivos países sobre sus hombros. A pesar de mediar 40 años entre una película y otra, ambas visitan la época de las guerras sucias. La de Argentina duró desde 1976 hasta 1983 y "La historia oficial" se rodó en plena transición. El caso del Brasil de "Aún estoy aquí" fue desde 1964 hasta 1985, y es ese periodo de tiempo el que cubre la película de manera retrospectiva. Entiendo perfectamente la urgencia con la que Aída Bortnick y Puenzo se lanzaron a retratar los horrores de la dictadura porque las heridas estaban a flor de piel y pedían a gritos identificarlas y señalarlas. ¿Por qué, entonces, se aplica Walter Salles a la tarea de revisitar parte de las décadas más oscuras de su país ahora mismo que tiene un presidente progresista? La respuesta más simplona podría ser "por si acaso", dadas las tendencias internacionales hacia una derecha extrema. Sin embargo, esta simplicidad no es incompatible con la máxima de Terry Eagleton: "El presente sólo se puede entender a través del pasado, con el que forma una continuidad viva; y el pasado siempre se entiende desde nuestro punto de vista parcial dentro del presente". Lo retrospectivo en "Aún estoy aquí" es un ejercicio de memoria e imaginación que nos hace no sólo revivir el desconcierto y la desesperación de unos individuos (unas mujeres principalmente) sino también entender la situación presente de su sociedad. No deja de tener su ironía que la protagonista en la actualidad sufra alzhéimer.
Ambos filmes les dan forma a sus argumentos de dramas familiares y, en este sentido, son convencionales en cuanto a ambientar una macro-situación política en un microcosmos de relaciones fáciles de identificar y de entender. Es lo que muchas películas hacen cuando tratan un momento histórico crítico (recuerden que "Raza" de 1942, dirigida por Sáenz de Heredia y con guión del propio Franco, siguió exactamente esta pauta). "Aún estoy aquí" gira en torno a la búsqueda que emprende una mujer de su marido y padre de sus hijos, "desaparecido" y asesinado por las fuerzas del orden, unas fuerzas eminentemente masculinas y oscurísimas. Su ordalía la lleva a dejar Río, empezar y terminar la carrera de derecho para defender los derechos de los indígenas, sacar adelante a sus hijos, y no termina hasta que recibe un certificado oficial de la muerte/asesinato de su marido. Ya que nunca podrá encontrar a su marido, quiere que se reconozca públicamente la injusticia criminal del tratamiento que recibió él concretamente y muchos otros que quedaron en un anonimato doloso perpetrado por el gobierno.
Convencional, pues, en su forma, sobra decir, sin embargo, que simplemente por las actuaciones de Fernanda Torres y Fernanda Montenegro (ambas jugando el papel de la protagonista) la película ya se merece un Oscar. Que se lo hayan dado como mejor película extranjera me llena de esperanza en el cine o, por lo menos, en un cine que se preocupa por hacer presente lo que está ausente combinando memoria e imaginación con unos personajes y una historia que conmueve a un público avisado.
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