Centenario de Ángel González (1925-2008)
Para que él se siga llamando Ángel González
A los cien años de su nacimiento, el lenguaje depurado del ovetense, su trabajo con el humor y su compromiso ciudadano mantienen viva una obra cuyo paradigma vital queda cada vez más lejos de las nuevas generaciones

Ángel González / Pablo García
En el año en que se cumple el centenario de su nacimiento (Oviedo, 6 de septiembre de 1925) y pasados ya diecisiete de su muerte (Madrid, 12 de enero de 2008), sobre la figura del poeta Ángel González cae la luz de los homenajes y las celebraciones. Bajo esos focos, su obra parece dispuesta a someterse al escrutinio de los llamados a ingresar en el canon de los clásicos de la poesía española. La vigencia de la obra del poeta ovetense se muestra para algunos como un hecho, pero también asoman algunos aspectos que la alejan de los paradigmas de la generación más joven.
Ricardo Labra, autor de la monografía "Ángel González en la poesía española contemporánea" (Luna de abajo, 2019), identifica entre las características definitorias de la poesía del ovetense la depuración del lenguaje poético, a través del magisterio de Juan Ramón Jiménez, el empleo del humor como un mecanismo de extrañamiento, que vincula al interés que el autor de "Áspero mundo" tuvo por Gloria Fuertes, y su marcado compromiso ciudadano. Estos ejes forman parte de los argumentos más sólidos que tiene la poesía de Ángel González para permanecer en el canon y el gusto de los lectores. El poeta Jaime Priede, director del festival Poex en Gijón, coincide en vincular el lenguaje depurado y la ironía con la contemporaneidad del autor centenario. "Su lenguaje puede pervivir durante tiempo porque él también se adelantó un poco", explica. "Liberar a la expresión poética de todo carácter retórico, ceremonial, generó una forma de decir las cosas de una sencillez apabullante. Además, las sensaciones de exilio interior que transmite, al darse la vuelta a través de la ironía, se convierten en una sensación muy parecida a la que tenemos también hoy, ese sentirse fuera de juego, esa incertidumbre".
Un autor más joven como Sergio Fanjul atestigua esa identificación con la sencillez de la expresión poética de Ángel González. Pero también con su compromiso. "A mí siempre me llegó lo que se dice de él, la ironía y la línea clara, pero también la actitud ciudadana. Me gusta esa idea suya de que el poeta no es un poeta, es un ciudadano normal que tiene instantes de poeta cuando se le ocurre un verso. Respecto a su poesía, vivimos tiempos leves donde la afectación no cuadra mucho con la contemporaneidad, y en ese sentido su poesía, con humor, más mundana, más desprejuiciada, está vigente".
En la Cátedra Ángel González, una institución nacida en 2013 con una labor que también ha contribuido a agrandar la proyección de la obra del ovetense, su directora, Araceli Iravedra, aporta una visión de síntesis entre el compromiso y la sensibilidad del poeta como factor fundamental a la hora de entender su contemporaneidad. "La capacidad de Ángel González para hacer de su poesía un espacio cordial es otra clave de su vigencia. Es una poesía que favorece el encuentro entre la experiencia personal y la experiencia colectiva, que tiene mucho que ver con su idea de la intimidad y que, por ello, junto con el empleo de la palabra común y la expresión coloquial, facilita el ingreso al lector".
Iravedra concede que la depuración que ejerce Ángel González de una línea poética narrativa iniciada con Cernuda lo sitúa en una tradición vigente. Esa vía es la que en los años ochenta y noventa resultó hegemónica en el panorama poético, agrupada en torno a la llamada "poesía de la experiencia". En ese grupo, no hay duda, Ángel González es el gran autor de referencia, y su sombra es, de hecho, más alargada entre ellos que otros compañeros de la generación de los 50 como Jaime Gil de Biedma o José Agustín Goytisolo. Pero Iravedra también alerta de que la nueva poesía joven ya no se inserta mayoritariamente en esta tradición. "Hay mucha dispersión y, dentro de esta, también es muy reconocible la tendencia a una suerte de fragmentarismo que se acerca a la destrucción de la lengua hablada y que se ubica, por tanto, muy lejos de la retórica de Ángel González".
Problema distinto es el mundo del que procede Ángel González y que se hace presente con fuerza en su obra. Ha venido otro tiempo muy distinto al suyo, parafraseando sus versos, y sus historias responden a un paradigma en el que las nuevas generaciones ya no se reconocen. "El problema", concede Priede, "es que el mundo del que habla Ángel González ya no es el mundo de hoy, y la suya es una poesía llena de objetos". Cambian además las perspectivas, y algunas miradas que trasluce la poesía de Ángel González están muy lejos de las nuevas sensibilidades de género. "Forma parte de toda su generación y no hay que tener miedo a decirlo", confirma Priede: "La poesía de Ángel González es masculina, no había otra visibilidad ni tenían otra perspectiva. Por ese lado envejece, pero envejece toda la literatura de esa época, porque el mundo ha cambiado mucho más desde entonces que desde aquella época al XIX".
Pero la voz de Ángel González, pese a esas distancias, va adentrándose ya en ese canon de los clásicos de la poesía española. Como tal, esa posible desconexión entre su mundo y el mundo de las generaciones más jóvenes parece quedar matizada. Ayudan a ello las virtudes citadas: el compromiso ciudadano, el humor, la incertidumbre, y también un aura de ternura asociada a su imagen. No se recuerda tanto al Ángel oficinista, bigote recortado, corbata negra, mirada de posguerra que se asoma a la portada de "Sin esperanza, con convencimiento", y sí al poeta de barba sinhogarista, al santo bebedor descamisado que canta boleros con Sabina por la noche madrileña.
"A mí me parece un tío entrañable", resume Sergio Fanjul. "Nunca le conocí pero siempre me cayó bien como poeta y personaje público, y creo que a la gente también, como si fuera un santo por lo civil. Recuerdo esa anécdota que contaba Almudena Grandes, que cuando iba a su casa le hacían comida, le ponían los mejores jamones, pero él sólo quería comer pan con mayonesa". La conclusión a este examen de la vigencia de la obra de Ángel González la sirve una de las autoras con más peso en la última generación de la poesía española, Luna Miguel. Suya es una de las antologías clave de ese grupo que empezó a publicar en internet antes que en papel, de los nacidos, aproximadamente, a partir de 1985, "Tenían veinte años y estaban locos" (La Bella Varsovia, 2011). Y para ella Ángel González sigue de alguna forma presente. "Lo recuerdo sobre todo", dice Luna Miguel, "en mi formación como lectora de poesía. Es uno de esos autores que te atrapan en la primera juventud y te enseñan a mirar con ternura, a mirar con ironía y a no desestimar los sentimientos más pasionales de una. Conforme he ido creciendo y envejeciendo, algunos versos suyos se me siguen apareciendo, y hasta podría recitar de memoria alguno de sus poemas. Creo que poco a poco regresa su voz. Con nuestros clásicos contemporáneos ocurre eso: entran y salen del interés de la juventud, pero de alguna forma siempre se vuelve a ellos porque rebosan juventud". Joven poeta centenario. No está mal para seguir llamándose Ángel González.
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