Centenario de Ángel González (1925-2008)
(Des)angelados
Sobre el autor de "Áspero mundo", la efeméride del Día de la Poesía y las polémicas culturales en relación a algunas viudas de poetas

Ángel González, en la década de 1980. / Ángel Ricardo
Escribo este artículo en una tarde de tejados goteantes y calles mojadas, lo escribo desde una ciudad con puerto que mira al Norte, ese Norte que tenemos apegado al alma y a nuestro incierto porvenir, al porvenir que pareciera no venir nunca. Y no, esta canción de invierno no es la del puerto de Bremen, pero bien que se echa de menos una canción de verano en el Pacífico Sur, contemplando los balandros soleados de Valparaíso.
La poesía era lo que tenía. Era el último consuelo en la desazón. Paradójicamente, en estas semanas que por doquier se conmemora el Día Mundial de la Poesía una se siente, aún si cabe, más desangelada. La Poesía, ese término que algunos utilizábamos para describir ese abatimiento del alma, pareciera también haberse esfumado. Por ello hoy me sé apátrida, un animal sin territorio, porque incluso ella, la Poesía, me ha despechado. Ella también me ha sido desleal y ha decidido dejarme, irse hacia un lugar menos hosco y menos hostil, hacia un lugar más mediático. Ahora, en este tiempo en que los deportistas declaman poesía, los pilotos de avión declaman poesía, los policías, los juristas, los futbolistas de primera, los toreros, los banqueros, los del Ibex-35, los de la Milla de Oro, los del Tesoro, los manufactureros, los tenderos, los de la FADE, los del bingo, y todos los empresarios que han hecho carrera, todos, todos ellos, declaman poesía, yo ya no lo hago: me he quedado sin voz. Aunque en cierto modo eso es incluso un alivio. Porque bienvenida la oscuridad de las tinieblas, bienvenido el frio, bienvenida la lluvia y el desabrigo. Algo, un no-sé-qué siempre podrá cuajar desde esta desapacible atmosfera.
Tal vez debiera sentirme feliz por ella, por la Poesía, por ella, aunque esa ella ya no seas tú. Tú eres ya otra cosa, una cosa que, de repente, se ha quedado huérfana de nombre, aunque permanezca su espíritu y su presencia sigua deambulando por los resquicios de la solitud.
Algún día saldrá el sol y será verano –me digo–, entonces haremos inventario de lugares propicios para una nueva realidad, menos vírica y expansiva. Aunque tengo la certeza de que con el discurrir de los días, el fantasma de aquel tal González me va a gritar fuerte: ¡Escupe dentro! – me dirá. Y yo, aunque tenga intención de ignorarlo, sé bien que terminaré haciéndole caso y escupiré, escupiré en un poema. La alquimia de mi naturaleza es así: una naturaleza lúgubre, una naturaleza que cada vez se siente menos cómoda con la algarabía de las fiestas y que últimamente prefiere ya agazaparse silenciosa en la negritud de las trincheras.
Pero hay amigos que permanecen a lo largo, ya lo dijo Gil de Biedma, y tiran de ti y de esa esencia. En mi caso yo aún conservo alguna amistad, alguna buena, como por ejemplo, la de un extraordinario vate al que desde que lo inscribieron en el registro civil su destino estuvo sentenciado. Me sugiere Rubén Rodríguez que nos dediquemos a la gastronomía, a cocinar editando en su tinta callos, calamares, repollos y otros manjares. Con escucharlo ya te da gozo, quizá sea porque la cesta de la compra se está cada vez más cara o porque aquella remota posibilidad de "que vuelva otra vez la fame" cada vez es un horizonte menos improbable. Los jugos gástricos son primarios, así que le digo que sí, que venga, que vamos a arremangarnos y que vamos a focalizarnos en los pucheros. Colateralmente me pide Juan, otro profe amigo, que vaya a Avilés a leer a sus alumnos de la ESO cosas sobre el gran maestro, aquellas cosas sobre ciudades cero, sobre cucarachas, sobre camposantos en Collioure o sobre aquellos jirones de niebla en el puerto de Bremen. Así que revivo. Se enciende una luz, y la llama se me aviva exponencialmente sobremanera cuando por el Messenger una amiga me mensajea desde Nuevo México. Es la misma que siempre me habla con fervor del que fue su marido, su amado esposo, su idolatrado compañero. "¡Hola, Susi!" –la saludo, y aunque eso nos retrotrae a la nostalgia al rememorar la casa de Lola, los amigos de Lola (F. Lucio) y todas las anécdotas, andanzas e inquietudes que a ellas escuché sobre Juan Benito y sobre Ángel, historias de viudas, de viudas desangeladas, ese mensaje me alegra mucho a la vez que me apena un poco. Susi me cuenta novedades mientras yo me reafirmo en las convicciones de la realidad social que existe en torno al universo femenino, sobre todo en lo concerniente a eso que ya se denomina el edadismo. Cada vez me sorprende más la impúdica capacidad que tienen algunos para minimizar e incluso para usurpar el papel de las mujeres en el devenir de la vida y todos sus esfuerzos, incluso en los ámbitos de referencia cultural, que deberían ser por ello, aún más garantes en términos de igualdad. Minimización, invisibilidad y opacidad, términos que se reiteran, términos que sufres al máximo al llegar a una cierta edad, justo en el momento en que las mujeres adquieren más perspectiva sobre el mundo, más óptica y más espíritu crítico. Quizás porque yo ya tengo unos años, quizás porque las percibo como amigas, pero cada vez me creo más el relato de las viudas. Creo en su visión de las cosas y en su versión de los hechos. El tiempo, ¡ay el tiempo!, ese tiempo, siempre suele dar la razón a la percepción.
Aunque me gustan los charcos de las causas perdidas, mi única intención era recordar los versos de Ángel González
Susana, Susana Rivera, me repite, ten cuidado, no te mojes en exceso, te va a perjudicar. Pero yo le contesto: "No me juego nada al apoyarte". Bien sabes que pocos me tildan de poeta, no soy un referente y mi nombre nunca aparecerá en las recopilaciones académicas ni en las revistas literarias. Además de todo eso, tengo fama de ser "difícil" y de no comulgar con ruedas interesadas de molinos.
En cualquier caso, son días para el lirismo y aunque este artículo sea un poco oblicuo, como es de por sí el armamento de los versos, los lectores interesados siempre podrán recurrir al Sr. Internet, que es muy útil para desvelar ciertas tramas. Y créanme esta trama tiene enjundia, tiene miga y multiplicidad de aristas. Les invito a que se adentren en el fascinante mundo de estas postrimerías de las Idus de Marzo.
Y, créanme, aunque me gustan los charcos de las causas perdidas, mi única intención en este artículo era poder recordar los versos de alguien que en su día se llamó Ángel González. Hoy, en este día próximo al inicio de la primavera y hoy, en este año, que nos traerá en unos meses el centenario su nacimiento.
Escribió Ángel:
"Todo pasó,
todo es borroso ahora, todo
menos eso que apenas percibía
en aquel tiempo
y que, años más tarde,
resurgió en mi interior, ya para siempre:
este miedo difuso,
esta ira repentina,
estas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar"
(Ángel González. Poeta.
1925-2008)
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