"Los alemanes", del Camerún a Zaragoza
Sobre la última novela de Sergio del Molino, premio Alfaguara 2024

El escritor y ensayista Sergio Molino, durante la presentación de su libro "Los alemanes". / Juan Plaza
El título, enigmático y huero a la vez, del premio Alfaguara de novela 2024 y la campaña mediática nos llevan a esta obra como por efecto de succión de un remolino.
De inspiración inicial le sirve a Sergio del Molino un hecho sucedido en 1916, cuando Alemania fue despojada por los aliados de sus territorios conquistados en África hacía solo tres décadas. Un grupo de colonos germanos asentados en el Camerún optaron por entregarse a las autoridades coloniales españolas al otro lado del río, en Guinea, y, en vez de regresar a su país en plena primera Guerra Mundial, se asentaron en Zaragoza.
El argumento que se desarrolla a partir de ahí resulta original, no solo en cuanto al material que tiene el autor a su disposición, sino en la manera en que traba un relato a lo largo de un siglo hasta hoy –incluyendo conexiones con el nazismo, el franquismo (y su red de apoyo a criminales de guerra fugados) y la política española actual con una urdimbre de corrupción urbanística, entrelazándolo con encuentros y desencuentros familiares a través de varias generaciones, con toques de humor en forma de ironía, sarcasmo y sorna.
Sin embargo, la lectura resulta innecesariamente imbricada, quizás por la exigua vertebración de la trama. Los 32 capítulos son mayoritariamente relatos alternos de los hermanos Fede (13) y Eva (10) apodada "Braun", y de Berta (5). También aparecen Ziv (4 entradas) y Gal, "las caras bonitas de un grupo de inversores israelíes" (p. 49), caracterizados con manidos estereotipos (codiciosos chantajistas revanchistas… dejémoslo ahí). Los alemanes, a su vez, también pueden resultar excesivamente estereotipados (por ejemplo, las salchichas aparecen como una especie de leitmotiv).
La lectura resulta innecesariamente imbricada, quizás por la poca vertebración de la trama
Obviaré la trama y tocaré algunos aspectos puntuales, como el del nazismo, que es tratado con una especie de cachondeo. Quizás para justificarlo, Del Molino pone esta frase en boca de Fede (uno de los descendientes de "los alemanes", que trabaja en la Universidad de Ratisbona): "Mi afición a los chistes de nazis, que sólo puedo contar a mis amigos no alemanes" (p. 18). El propio autor, ciertamente, tiene claro que en Alemania no se puede frivolizar con el nazismo. Aun así, en su obra abundan gracejos, como lo de Eva "Braun", saludar "Heil", o asociar a Richard Wagner con Hitler. Vamos a ver, que al sátrapa (nacido en 1889) le encantara la música de Wagner (fallecido en 1883) no convierte a éste en nazi, a no ser que el autor tenga en mente un posible episodio de "El Ministerio del Tiempo". Conviene saber que saludar con "Heil", en Alemania, no solo es delito, sino que cualquier supuesta broma con ello es perseguida judicialmente. Por ejemplo, muy recientemente, la cantante pop Melanie Müller fue condenada a una multa de 80.000 euros por emplear aquel saludo en un concierto suyo en Leipzig.
También resulta menester una aclaración filológica e histórica. Cuando Del Molino menciona "el himno nazi con la letra de Alemania sobre todos" (sic, p. 44), se basa en una traducción tan errónea como extendida del verso "Deutschland über alles". "Alles" es "todo" y no "todos" (que sería "alle"), y por tanto significa "Alemania ante todo" (ojo, no "por encima de todos"). Cuando en 1841 Hoffmann von Fallersleben compuso las tres estrofas del himno, esto se refería en primer lugar a la Alemania unida más allá de los estados federados que recientemente se habían constituido en lo que sería la Nación. En segundo lugar, expresa el amor a la patria, como en todo himno nacional. De nuevo, aquí, que los nazis lo descontextualizaran, no desvirtúa al texto ni al compositor. Por cierto, hoy se canta solo la tercera estrofa que comienza con "Einigkeit und Recht und Freiheit" (Unidad, Justicia y Libertad). Y se canta. Hay países que no tienen letra para su himno. Por no entrar en las letras de algunos himnos, por ejemplo, el francés, o algunos latinoamericanos, que chorrean sangre.
Muy logradas resultan las variadísimas referencias musicales, que apuntalan un estereotipo fundado: la melomanía del pueblo alemán, hasta en sus descendientes en otros países. El libro incluso ofrece un código QR para descargar las piezas mencionadas, lo cual es de agradecer.
En muchas de las reseñas y entrevistas con el autor se ha podido leer o escuchar esta interesante aseveración: "En España, la clase social se nota en la mesa. No en el habla, ni siquiera en la ropa, sino en los hábitos de la mesa. Es tan evidente que casi nadie lo ve". (Eva, p. 41). Del Molino lo ilustra con un ejemplo de una serie televisiva, donde se ha descuidado el detalle de caracterizar coherentemente a los personajes cuando se sientan a la mesa.
Ahora bien, el propio autor cae en un lapsus a la hora de caracterizar a sus personajes, pues todos ellos y ellas hablan exactamente de la misma manera. En esto destaca su uso reiterativo de tacos y expresiones soeces. A modo de ejemplo: "triste que te cagas", "mierda", "esas mierdas", "joder", "estamos jodidos", "cabrón", "puto analfabeto", "el muy gilipollas", "la puta Alemania", "anda, coño", "me iba a cagar en todos sus muertos", "putas como las que se follaban los señorones de dedos gordos como sus salchichas", "que se meta al niño santo por el culo", y un innumerable y variado etcétera. En cada página he contado entre dos y cinco, es decir, en las 320 páginas del libro hay en torno a un millar de expresiones chabacanas.
El libro quizás podía haber reposado y ser repasado algo más, pero el argumento engancha
El autor deja entrever que los alemanes no saben beber vino, obviando que desde la época de los romanos se cultivan vides en lo que entonces era Germania. Los viñedos más famosos se encuentran a orillas del Mosela y del Rin, y el vino blanco está relacionado con el Albariño gallego (alba=blanco, riño=Rin). ¿En qué sustenta Del Molino esa, según él, incapacidad alemana de disfrutar del vino? Paradójicamente en su generosidad a la hora de servirlo: "Berta me esperaba con una copa de vino blanco llena hasta el borde, como las sirven en Alemania". (p. 181) "…la camarera me puso delante otra copa que contenía siete litros de vino blanco y había que coger con las dos manos", "el copón" (p. 183), "era bien difícil brindar con esas copas tan llenas: más que un gesto estilizado, sus brazos parecían grúas acarreando hormigoneras" (p. 184), "otra copa-cisterna de riesling" (p.187) ·"Agradecía el nuevo bidón de vino que había dejado la camarera". Mientras Del Molino se ríe de las copas llenas en Alemania, nosotros, acá, en España, nos reímos (y nos lamentamos) de la exigua cantidad de vino que se sirve en las copas de muchos bares, considerándose fino un dedo (de ancho, no de alto), vamos, un sorbito, pero cobrando bien por él. Habrá que hacer como en las películas de vaqueros, cuando entran en el saloon pidiendo un whiskey doble. Pues acá, un vino doble, o, mejor: la botella, para administrarla como uno quiera. Por cierto, en Alemania y en otros países las copas tienen marcadas las medidas.
En fin, el libro quizás podía haber reposado y ser repasado algo más, sobre todo en cuanto a la uniformidad expresiva y a la estructura narrativa, que convierten la lectura en un reto. Con todo, la trama engancha, abundan las curiosidades históricas, sociológicas y culturales, y aguarda una traca final que enlaza con la actualidad política española.

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Los alemanes
Sergio del Molino
Alfaguara, 320 páginas, 20,90 euros
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