Del pupitre a la mina: Los alumnos de Liceo conocen el pozo Sotón

Estudiantes del primer curso de Primaria conocen el trabajo de sus abuelos: "era muy duro"

Andrés Velasco

Andrés Velasco

Pozo Sotón (San Martín del Rey Aurelio)

Hace unos años, quizá no tantos como pudiera parecer, el sector del carbón estaba lleno de "guajes" que, por no poder o querer estudiar, acababan trabajando en la mina. Este jueves el pozo Sotón de Hunosa también se llenó de niños. Fueron los escolares de 1.º de Primaria del Colegio Liceo Mierense los que llegaron a la explotación ubicada en San Martín del Rey Aurelio para conocer el trabajo que sus padres, abuelos, familiares o vecinos desempeñaron durante su vida. Vivir en las Cuencas es sinónimo de conocer a alguien que haya trabajado en la mina, y los más pequeños conocieron las labores que hasta hace apenas unos meses todavía se realizaban en el último pozo vertical de carbón de España, el pozo Nicolasa en Mieres.

Llegaban al Sotón los niños acompañados de sus tutores Pablo Suárez y María Alonso. Desde que se posaban del autobús había nervios. Los recibían Alejandro Virginio y Yanela Pello, que les guiarían en su visita por el exterior del Sotón, y Ana Fueyo, quien los acompañaría por el  Centro de Experiencias y Memoria de la Minería (CEMM). Durante la mañana hubo dos relevos. En el primero, la mitad del grupo se fue a conocer la mina de El Entrego, mientras que el resto iría a la zona museística. A mediodía, y tras comerse el aperitivo para reponer fuerzas, se cambiarían el turno.

Tanto en uno como en otro sitio, los niños se lo pasaban en grande. Para poder ver la parte más industrial del enclave, los pequeños tenían que ponerse casco y guantes (además de un chaleco). Llegaban las primeras dificultades. Porque equiparse para "bajar" a la mina no es fácil. Pero todo se supera. Y tras algún que otro ajuste de cascos y guantes, y alguna pelea para que el chaleco tamaño adulto ajustara en el cuerpo de niños y niñas de 6 años, los pequeños llegaron a la boca del pozo. Allí el ensordecedor "turullu", cuyo sonido algunos pequeños identificaron perfectamente, les daba la bienvenida al tajo. Alejandro Virginio y Yanela Pello les explicaban lo que eran los castilletes, que el sotón tenía "hacia abajo" la misma profundidad que el edificio más alto del mundo, o los llevaban a una jaula de muestra para que tuvieran la experiencia de haber montado en el "ascensor" que lleva a los mineros al trabajo. "Pero esto no se mueve", comentaba uno de los pequeños al salir con inocencia.

Los mini-mineros seguían con su experiencia por el pozo probando la sensación de andar por una "rampla" o conociendo como se "postiaba" para asegurar el terreno en el que tenían que trabajar. Donde muchos pegaron un brinco fue cuando escucharon un "barrenazu" en un trozo de galería. "Vaya susto", comentaban los pequeños unos con otros.

Museo

Mientras unos experimentaban a la luz del sol, el otro relevo del Liceo Mierense conocía las entrañas del CEMM, que no es un museo al uso, sino que permite a sus visitantes interactuar con algunas de las partes de la mina que se muestran. Para empezar, los peques se llevaron un susto al entrar cuando vieron al fondo a la mula que antiguamente se utilizaba para cargar el carbón. "Está endemoniada", soltaba uno de los niños, ante la risa nerviosa del resto. Escucharon a Ana Fueyo explicarles que es el carbón o como a Asturias vino mucha gente de otras provincias y países a trabajar a las minas cuando el sector estaba a pleno rendimiento.

Los pequeños escuchaban atentos y formales, algo nada fácil para una veintena de "seisañeros" inquietos. Pero la recompensa les llegaría más pronto que tarde. En parejas pudieron experimentar lo que era empujar una vagón de casi una tonelada por las vías. Y aunque a algunos se les atascaba, Ana Fueyo les enseño una de las máximas de la mina: que los compañeros están para ayudarse. Así que quienes se trababan con la vagoneta, solo tenían que gritar "compañeru, dame tira", y sus colegas de clase acudían a echar una mano. Porque aunque las minas de carbón sean ya historia en las Cuencas, el espíritu de solidaridad y compañerismo sigue presente.

También pudieron vivir los pequeños la sensación de caminar a oscuras por la mina, agarrados a una cuerda. Una recorrido que quisieron hacer más de una vez. Conocieron lo que era un hospitalillo, y también se dieron un paseo por un economato antiguo. Las guías del CEMM explicaron también a los pequeños que hace algunas décadas, quizás no tantas, había niños y mujeres que trabajaban en la mina, pero que no tenían los mismos derechos que los hombres. "Es injusto que trabajaran más horas y cobrasen menos", apuntaba alguna que otra pequeña, con más razón que un santo.

Para acabar la visita, todos se llevaban a casa un pequeño trozo de las entrañas de la tierra, unas pequeñas piedras de carbón que los guías de Hunosa les entregaban, y que guardarán como oro en paño. Porque este regalo será parte del recuerdo de una experiencia que les ha permitido conocer la historia de los valles mineros. Y porque además, no fue un presente envenenado. Porque ya se sabe que el carbón, como les dijo Alejandro Virginio a los pequeños, sirve para tres cosas: para generar calor, para generar energía, y para que los Reyes Magos lo repartan en Navidad a los niños más trastes. Si se comportan como en la visita, los de Liceo no corren peligro.

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