Así era la antigua mina de montaña clandestina que ha traído a la memoria el accidente en Cerredo: el chamizu, historia de las cuencas mineras
Vecinos y familiares comparan la explotación de Degaña con las antiguas bocaminas de montaña "sin seguridad" donde los mineros trabajaban para complementar su sueldo

Trabajadores entrando a Mina Julita, en 2017, el último chamizo que estuvo en activo en las Cuencas.

"Chamizar" llegó a ser, durante décadas, un verbo común en el vocabulario de los asturianos. Reflejaba lo que era una actividad laboral muy habitual, al tiempo que clandestina en sus inicios. Chamizar consistía en abrir una bocamina para picar carbón, normalmente en zonas poco accesibles, en la montaña, donde la vigilancia de las empresas carboneras que tenían las concesiones –Duro Felguera o Nespral y Compañía, por ejemplo– apenas llegaba. Los trabajadores "chamizaban" fuera de su horario laboral, y así se sacaban un dinero extra con el que completar su salario, que a mediados del pasado siglo era "muy exiguo". Cuando la empresa encontraba los chamizos, se aseguraba de que no hubiera nadie dentro y a continuación, "los hundía". Esta palabra ha vuelto estos días a la primera línea a raíz del accidente de Cerredo porque algunos vecinos y familiares calificaron el yacimiento de "chamizo".
Un veterano minero de San Martín del Rey Aurelio, jubilado hace ya tres décadas, explica cómo aquel carbón se vendía directamente: cuanto más sacaba el minero, más se cobraba. Su primer trabajo, con 12 años, fue precisamente bajarlo hasta el cargadero de La Oscura, en El Entrego. La mina estaba en la zona de Lantero, por encima de esta localidad. "Bajaba el carbón cargado en un ‘macho’", un mulo. Se lo dejaba al transportista, el camionero, que en su caso lo llevaba "hasta Bilbao, hasta los Altos Hornos de Vizcaya". Ya entonces, como ocurre ahora, el "carbón siderúrgico", usado en las fundiciones, estaba mejor pagado que el "carbón térmico", que se empleaba en las centrales energéticas para generar electricidad. La seguridad en aquellos chamizos, previos a la constitución de Hunosa en 1967, la resume este veterano de la mina en una palabra: "Inexistente".
Las investigaciones abiertas ahora a raíz del trágico accidente con cinco mineros muertos en Cerredo (Degaña), con sospechas sobre la seguridad y el tipo de actividad que se estaba desarrollando en la explotación, retrotraen a los años del auge del chamizo. Un segundo exminero, en este caso de la cuenca del Caudal, matiza: "Había chamizos y chamizos". Algunos, meros agujeros en la tierra, entradas al infierno. Otros, minas bien organizadas, que acabaron transformándose en empresas serias del sector, como pudo ser Jovesa, en Aller. Su experiencia con este "subsector" de la minería es más reciente, posterior a la creación de Hunosa. "Todas las empresas mineras tenían las mismas reglas en materia de seguridad", recalca. Hunosa, como empresa pública, iba a la vanguardia. Más todavía tras la tragedia del pozo Nicolasa en 1995, con catorce muertos. Pero en las pequeñas minas privadas, "dependía de la ética empresarial". Colocar más o menos tresillones, ventilación adecuada, aparatos medidores del grisú... La actividad en los chamizos llegó hasta principios del siglo XXI, cuando muchos de sus trabajadores se integraron en Hunosa al tiempo que clausuraban las minas de montaña.
Una década después de estos cierres, y con un aumento del precio del carbón a nivel mundial, volvieron a aflorar en las Cuencas los proyectos que planteaban reabrir algunos de estos chamizos. Se presentaron hasta cinco propuestas, de las cuales solo una salió adelante: Mina Julita, en Lena. Pero entre permisos, planes de trabajo e instalación de las nuevas medidas de seguridad, su apertura llegó tarde para aprovecharse del pico de rentabilidad en el mercado carbonero. La nueva aventura, la "mina 3.0" que no era otra cosa que la vuelta al "chamizu", duró solo tres meses. En diciembre de 2017 ya estaba cerrada.
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