Bea lo ganó todo cuando el Oviedo perdió con el Génova: fútbol y amor entre Asturias e Italia

La ovetense Beatriz Álvarez Villanueva encontró su destino la noche del estreno europeo del equipo azul, en 1991, cuando conoció al que sería su marido, un hincha del conjunto italiano con el que vive en Italia desde hace 31 años y tiene un hijo de 23

Diplomada en Empresariales, trabaja como traductora técnica para una multinacional y baraja el objetivo de regresar al jubilarse

Beatriz Álvarez Villanueva, con una bufanda del Oviedo, y Claudio Campanella, con una camiseta del Génova, en la grada del Carlos Tartiere antes del Oviedo-Racing del pasado agosto.

Beatriz Álvarez Villanueva, con una bufanda del Oviedo, y Claudio Campanella, con una camiseta del Génova, en la grada del Carlos Tartiere antes del Oviedo-Racing del pasado agosto.

Ella todavía no lo sabía, pero el azar decidió su destino un jueves de verano en un hotel de lujo de Ginebra. Era el 11 de julio de 1991, se sorteaba la primera eliminatoria de la Copa de la UEFA de aquel año y el momento llegó cuando un señor canoso con gafas, representante de la organización, mostró la papeleta con el nombre del Real Oviedo y la dejó emparejada con la del Génova italiano. Nada extraordinario sucedió aquel día en Oviedo, donde Beatriz Álvarez Villanueva, entonces 22 años casi recién cumplidos, estaba a punto de diplomarse en Empresariales, pero dos meses después sí. El 19 de septiembre, otro jueves, día de América en Asturias en la ciudad y de partido histórico en el viejo Carlos Tartiere, Bea salió con sus amigas a una noche de San Mateo atestada de hinchas italianos y se encontró con Claudio Campanella, un genovés muy del Génova que resultó ser, esto “es cursi, pero sincero”, “el amor de mi vida”.

Ella buscaba empleo, él trabajaba como operario en una fábrica de pintura y salvaron la distancia con un acuerdo. Si ella encontraba trabajo en Asturias, vendría él; si no, se iría ella. El destino escogió la opción B, se casaron en 1993 y desde entonces viven en Génova, donde Beatriz trabaja como jefa de documentación en una multinacional. Tienen un hijo de 23 años, Yago Campanella Álvarez, estudiante de Económicas y cinturón negro segundo dan de taekwondo “que a veces se siente italiano y a veces español, y es hincha del Génova como su padre, pero se sabe de memoria la alineación de España cuando ganó el Mundial de Sudáfrica…”

Claudio y Bea, en Oviedo, en la noche de 1991 en la que se conocieron.

Claudio y Bea, en Oviedo, en la noche de 1991 en la que se conocieron. / B. A. V.

Esa es la historia contada rápidamente, o una de las intrahistorias de aquel día memorable en el que el Oviedo se estrenó en Europa y el aeropuerto de Asturias batió su récord de tránsito, con 42 vuelos entre Génova y Asturias en 30 horas. Los azules ganaron el partido de ida (1-0), pero cayeron con crueldad y un gol en el último minuto de la vuelta en Italia (3-1). Todo era especial en aquella eliminatoria que era la primera experiencia europea para los dos contendientes y Bea no estuvo en el Tartiere, pero sí en el Luigi Ferraris de Génova. En la “jaula” de los aficionados visitantes, “nos tiraron de todo cuando marcó Carlos y pensé que si el Oviedo ganaba el partido tendríamos que correr hasta el aparcamiento de los autocares para escapar de los hinchas furiosos”.

No pasó. Salieron cabizbajos, maldiciendo a aquel alemán, Aron Schmidhuber, que no le pitó un penalti a Berto y expulsó a Lacatus, pero Bea ya había ganado. Ella le visitó aquel día en Génova y Claudio volvió a Oviedo en Navidad, en Semana Santa y en verano. Después de la primera Nochevieja juntos decidieron iniciar los trámites para casarse por poderes –“era más barato y fácil”– y en febrero de 1993 contrajeron matrimonio y se instalaron en Génova.

No fue fácil. Llegó sin saber italiano y cuando logró defenderse con el idioma trabajó como asistenta. Luego empezó a dar clases de español, primero particulares y más tarde en academias de idiomas, haciendo, entre otras tareas, “traducciones legales de contratos y hasta una canción enseñando la pronunciación al cantante”. El día que cumplía treinta años, el 11 de marzo de 1999, seis años después de su llegada, la contrataron como traductora técnica de inglés en una empresa que luego sería absorbida por la multinacional para la que trabaja desde entonces. Su labor como “technical writer” era escribir en inglés manuales técnicos de programación informática para grandes empresas, como Fiat, BMW o Barilla, y este año ha ascendido a “documentation manager” lo que en su traducción “significa que colaboro con otros escritores técnicos provenientes de India, Alemania, Israel e Irlanda para actualizar y publicar manuales de alta tecnología para grandes empresas manufactureras”.

Yago Campanella Álvarez, entre su madre y su padre, con su título de Empresariales ante el puerto antiguo de Génova.

Yago Campanella Álvarez, entre su madre y su padre, con su título de Empresariales ante el puerto antiguo de Génova. / B. A. V.

Recuerda que muy al principio llevaba la distancia "mal". Volvía a casa dos o tres veces al año, a veces alguna más “cuando mis padres envejecieron y enfermaron”, en la época en la que los precios de los aviones hacían que el coche fuera casi el único medio posible de desplazamiento. Con el tiempo se han espaciado las visitas y “ahora que mis padres ya no están y mi hijo tiene 23 años, volvemos una vez al año para ver a mi familia y a mis amigos ovetenses”, pero el plan a largo plazo “es jubilarnos e ir a vivir a Oviedo" siempre, eso sí, que "podamos comprar un piso, porque los precios son muy altos”.

La punzada del retorno ha estado siempre ahí, confiesa, “pero soy realista”. No a cualquier precio. No quiso seguir a su marido cuando le trasladaron a Milán y también rechazó Valladolid cuando la fábrica en la que trabajaba estaba en pleno proceso de reducción de repartos productivos y, “sabiendo que soy española”, quiso traerle a España. Era 2004 y “con 35 años y un hijo de tres, un título de Empresariales con el que nunca trabajé y cuatro años de experiencia como traductora técnica no quería convertirme en la ‘señora Campanella’”.

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