Okupar con la abuela dentro en Ibiza: "Le han quitado hasta el colchón"
Dos okupas se han atrincherado en un piso de Ibiza donde ya vivía una señora de 83 años que ha tenido que ir dos veces a Urgencias por ataques de ansiedad

Cerradura que han puesto los okupas en la puerta de la habitación. | D.I.
Guillermo Sáez
Unos okupas invaden un piso y se quedan a vivir con la abuela dentro. Parece el inicio de un chiste de Miguel Gila, pero se trata de una historia real, que se está desarrollando en Ibiza y que, al contrario que el humorista madrileño, no tiene ni puñetera gracia. Que se lo pregunten si no a Patricia, y sobre todo a su madre, de 83 años y que ya ha tenido que ir dos veces a Urgencias por sendos ataques de ansiedad: "Traen invitados y la echan de la cocina. Me llama al otro día y me dice: ‘Hijita, ¿me puedes traer alguna cosita para comer? Una manzanita, o algo, porque no puedo entrar a la cocina’. Y tantas cosas que mi madre se queda callada...".
Recapitulemos. Patricia tiene un restaurante en ses Figueretes. En noviembre recibe el mensaje de un joven venezolano al que conocía porque el verano anterior le había encargado unas fotos del local: "Le he consultado a varios conocidos y me tomé el atrevimiento de molestarla un poco. Por si llega a saber algo de trabajo pues estoy a la orden (sic)". También le pide que tenga en cuenta a su novia por si surge alguna oportunidad laboral. Son mensajes de un educación casi empalagosa, pensados para que la piel de cordero cubra por completo al lobo, que no quede ni una pezuña la descubierto: "Muchas gracias, que descanse señora Patricia".
"Les ofrecí trabajo y alojamiento para los dos, a él en mi restaurante y a ella en el bar de mi hija. Me dijo: ‘Excelente, con mucho gusto, nos ponemos manos a la obra’. Hasta ahí todo bien", recuerda Patricia, aliviada en aquel momento porque lleva tiempo buscando personal sin éxito para ambos negocios. En abril va a recibir las llaves del piso que alquila para su trabajadores "con autorización del dueño", según narra a Diario de Ibiza, pero el joven y su novia, que viven en Sevilla, quieren mudarse en febrero. Tan necesitada está que idea una fórmula sorprendente para que no se le escapen sus nuevos trabajadores: meterlos unas semanas en el piso alquilado donde vive su madre, hasta que se muden al otro inmueble junto con los demás trabajadores. Como darle las llaves de la cueva a Alí Babá.
Todas las facilidades
La primera semana de febrero, los supuestos trabajadores de Patricia llegan a Ibiza y son recibidos cálidamente por su empleadora, que les pone todas las facilidades para instalarse en su hogar provisional: "Gracias por lo de la almohada y las sábanas", le agredece él en un mensaje.
Pero todo se empieza a torcer cuando la novia del joven se marcha a la brava del bar de la hija de Patricia en su primer día de trabajo. Cartas boca arriba: ella va a trabajar en una discoteca y él, conduciendo un coche VTC. Evidentemente, ese «no es el trato ni las condiciones». Las pieles de cordero ya han caído al suelo, pero Patricia sigue sin ver a los lobos, así que les da "una semana de plazo para que se busquen algo". Adiós tono meloso, hola cruda realidad: "Señora, mire, de aquí no nos vamos. La situación está difícil y usted no nos puede echar de aquí. De aquí no nos saca ni el dueño del piso".
Patricia se queda de piedra y enseguida también descubre que están "súper informados". "Llamaron a la Policía avisando de que iban a poner una cerradura en la habitación. Yo pensaba que eso no podía ser legal, pero vino la Policía y dijo que sí, que era su morada y que tenían derecho a proteger sus cosas", rememora. La pesadilla ha comenzado oficialmente.
En un arrebato, Patricia coge las cosas de los jóvenes y las saca a la puerta. Ellos responden llamando a la Policía y unos agentes obligan a la mujer a volver a meterlas dentro. Además, le dicen que "dé gracias" de que no le la lleven detenida porque la conocen. Los jóvenes denuncian por coacciones a Patricia, que ahora vive "acojonada" de que la Policía se la lleve. «Me siento impotente, sin poder hacer nada. Me voy a dormir con mi madre y ellos están a sus anchas, te pasan por el pasillo casi empujándote y tú tienes que callarte. Pegan portazos y tú no puedes hacer nada", describe.
Conviviendo con el invasor
Pero la peor parte se la lleva su madre, obligada a convivir 24 horas al día con los invasores. Los médicos prefieren no recetarle nada ante el peligro de que "las pastillas le atonten y pueda sufrir una caída» y la derivan a una trabajadora social: "Nos dice que nos vayamos nosotros del piso porque la salud de mi madre es la prioridad". Mientras tanto, los okupas "montan fiestas y campan a sus anchas por la casa". "Ahora somos nosotros los invitados ahí. Entraron a la habitación de mi madre, le quitaron su colchón grande y se lo llevaron a su habitación", cuenta Patricia. La historia se sigue complicando al preguntar por los propietarios del inmueble, ya que estaba alquilado por la anciana: "La dueña del piso está en una residencia, me lo alquiló su hija pero ya falleció. No he querido molestar a los dueños del piso porque no sé hasta dónde vamos a llegar con este asunto".
Así que ya han pasado dos meses y todo sigue igual, los okupas disfrutando del piso como si fuera suyo, la legítima inquilina aterrada por unos extraños que están dispuestos a quedarse toda la temporada y Patricia yendo a dormir al piso por las noches para hacer compañía a su madre. "Pasamos todo el día trabajando, el trabajo nos absorbe mucho, y por eso ellos han visto que es el lugar ideal para quedarse. Se ve que la ley les protege y yo no puedo hacer nada", se resigna. Ni Gila te hace un chiste con esta historia.
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