Vivir en la calle, un reto para la salud mental

Los sin techo: "Insultar y denigrarnos es una costumbre diaria"

nUn grupo de hasta 50 personas malvive en el centro de Barcelona

"Cada día hay menos humanidad", lamenta Ahmed, artista plástico

Imagen de archivo de un recuento de la Fundació Arrels sobre las personas que duermen en las calles de Barcelona.

Imagen de archivo de un recuento de la Fundació Arrels sobre las personas que duermen en las calles de Barcelona. / MANU MITRU

Fidel Masreal

Barcelona

El pasado 27 de septiembre, al mediodía, una mujer fue hallada muerta en un banco de la plaza de Cataluña de Barcelona. Estuvo allí durante horas sin que nadie se diera cuenta de que había fallecido. ¿Cómo es posible que en el lugar más céntrico de la capital de Cataluña nadie se de cuenta de la pressencia de un cadáver? ¿Hasta este punto son invisibles las mujeres y hombres sin techo? La respuesta a estas preguntas tiene que ver con vivencias individuales al límite y con los valores colectivos. Sin ir más lejos, y también en Barcelona, decenas de hombres y alguna mujer, mayoritariamente subsaharianos, malviven a diario a la vista de miles de turistas, con el miedo de ser expulsados cualquier día.

Ericka (nombre ficticio, como el de todos los que aparecen en esta crónica) lleva ocho años en la calle. Vende cigarros a 40 céntimos, latas de cerveza a un euro. Sentada junto a su carrito de la compra y abrigada con varias capas, contempla toda la escena. Cuando la saluda Viviane Ogou, de Arrels, y le propone que se acerque por la Fundación, estalla en un relato que parece no tener fin, salpicado de lágrimas: "Nunca me he quejado y siempre me he apuntado en todas las listas, pero siempre pasan por delante de mí, me han llamado puta por ser mujer y estar en la calle, yo no soy puta, ni fumo, ni bebo, he hecho los cursillos de catalán, que es parecido al francés. Relata su vivencia en una nave industrial, y en una chabola, donde a medianoche reventaron la puerta que tenía cerrada con candado y le reventaron el dedo corazón de la mano izquierda. Lo mueve y dice que ahora está empezando a despertarse.

"Muchos tenemos el corazón lleno"

Asha llora y Viviane se pone en cuclillas y la consuela. Le dice que su testimonio es de "una gran generosidad, y muy valiente". Repite la palabra valiente seis veces. Asha por fin guarda silencio y dice que se pensará eso de pasar por Arrels. Al menos, dice Viviane, para que pueda guardar la documentación y no se la roben. "Muchos tenemos el corazón lleno, la cabeza llena, yo pienso que puedo caer en cualquier momento", dice Ericka sobre la muerte de la mujer en la plaza de Cataluña. No lo sabía. No le sorprende. Pocas cosas parecen sorprender a estos hombres y a esta mujer. "Insultar y denigrarnos es una costumbre diaria, no solo cuando estamos en la calle sino en el transporte público, en todos lados", relata.

"Muchos tenemos el corazón lleno, la cabeza llena, yo pienso que puedo caer en cualquier momento"

Ericka

— Mujer sin techo

"Cada día hay menos humanidad", zanja Ahmed sobre el caso de la mujer fallecida en la plaza de Catalunya. Lo dice sentado en un banco con la mirada aparentemente relajada. Es el llamado Picasso negro, aparece en una nueva bicicleta, con abrigo, camisa y corbata, y un pañuelo en la cabeza. Enseguida pregunta: "¿Cuál es el el causante de los casinos, del capitalismo, de la revolución industrial?".

A su lado, Assid toca el Kora, un instrumento africano de cuerda. Viene de Burkina Fasso y se gana la vida lo justo para no tener que vivir en la calle. Pasa la tarde ahí, sin dejar de sonreir. Otros no, otros tienen los ojos enrojecidos y la mirada perdida. Uno de ello se indigna al ser preguntado por su país de orígen. El resto le reprochan esta actitud. mientras, en un fuego improvisado con carbón cuece una taza con te a la menta. Lo cargan de mucho azúcar.

"No se puede vivir en muchos sitios de Barcelona si no tienes pasta, y si tienes, has de pertenecer al club (pronunciado en inglés)", proclama otro de los hasta 25 hombres que se reúnen durante todas las tardes en este lugar que no quieren revelar por miedo a que la policía aparezca en cualquier momento y los eche. Algunos tienen papeles, la mayoría no. Otros compatriotas se acercan a saludarles, y también alguna mujer blanca con ánimo solidario.

Uno de ellos, que supera los cincuenta años, enjuto, elegante, y que durante la tarde irá encargando a otro que le traiga cervezas frías de Ericka, despliega un discurso infinito sobre la "gente desubicada" y el proceso de Investigación, Acción y Participación de las ciencias sociales. Dice que lo sabe todo sobre los procesos migratorios y describe a su generación como una generación "degenerada". Otro, no tan hablador pero generoso, proclama, sobre el estado de ánimo del asentamiento: "No hay que perder la esperanza". Sonríe y lleva una gorra de beisbol negra con logotipos dorados de los Chicago Bulls.

"Pelear con la cabeza"

La tarde avanza, los turistas pasan casi sin mirar. Alguno deja una propina ante Assid y este les devuelve una sonrisa. El Picasso africano despliega un discurso contra la democracia representativa, "que no es democracia, porque la democracia no es dar mi poder de representación a otro". Llega el ocaso del día y entre unos cuantos preparan un caldo de pescado en una olla encima de las brasas en las que antes han tomado el te. Uno de ellos proclama la importancia de "pelear con la cabeza, no con el cuerpo, para arreglar las cosas de la vida, mientras se lía un cigarrillo al que ha añadido una minúscula piedra de hachís.

"Estamos contentos porque estamos vivos"

¿Cómo conviven? Según su relato: cada uno pone un euro o dos, o uno de los cinco uque tiene y compra comida. "Estamos contentos porque estamos vivos", proclama el que no para de encargar cervezas. Entre las conversaciones, que se producen entre largos silencios y miradas perdidas, ideas como las de volver, tener trabajo, tener una casa. Al lado de todos ellos, y de su tienda de campaña, una fiesta con dos grandes globos dorados con los números 3 y 0. Una fiesta de halloween ajena totalmente a lo que sucede tan solo a dos metros de allí tras una balaustrada de piedra.

La furgoneta eléctrica con el lema Cuidem Barcelona pasa, para, sale un trabajador, cambia la bolsa de basura de la papelera, se vuelve a meter en el vehículo y se va. Assid de repente estalla denunciando que le han robado el dinero que la gente le ha ido dejando toda la tarde. Llegan los Mossos d'Esquadra. Esposan a un joven, que está sentado en el suelo rodeado de cuatro agentes -tres hombres y una mujer- y otro de paisano que lleva una sudadera azul. La agente se acerca al joven esposado y le dice: "¡Que te calles ya, hombre!". "Esto no es bueno", se limita a decir uno de los africanos cerca de la escena. La fiesta de Halloween sigue, al lado de toda esta escena, con música de Rosalía. Veinte minutos después, el policía de paisano le quita las esposas al joven y este se marcha, ranqueando. Los agentes se meten en el coche patrulla y también se van.

Oscurece. Apuntalan una tienda de campaña con una estaca metálica más. Entran y salen de la tienda algunos de ellos. La sopa de pescado sigue cociéndose.

"Hasta que no te pones a mirar, no los ves"

Viviane tiene raices africanas y se enorgullece de ello. Esa es una puerta de entrada excelente para hacer algo también excelente: conocer los nombres de buena parte de los hombres y alguna mujer que malviven en este espacio. Los visita desde hace años. Y describe al detalle cómo conviven y como, pese a la extrema precariedad de sus vidas, ayudan a quienes sufren problemas de salud mental. "A los que tienen algo más grave se les cuida, se les calma".

Viviane no esconde su indignación porque pese a que se trata de un lugar céntrico, la mayoría de las personas pasa sin más. "Hasta que no te paras a mirar, no los ves, tenemos tan asumido que los negros son personas que viven en precario, que no nos sorprende", relata.

Viviane intenta, con mucho tacto, que todos ellos conozcan Arrels y tengan presente la posibilidad de acudir a la Fundación, en el Raval. Pero evita nada que se parezca a dar lecciones. Escucha, abraza y se aparta si ve una mirada perdida o un silencio incómodo. Sabe que el grupo es heterogéneo, que hay algunos que llevan años o otros que simplemente pasan una tarde. Sabe también que al llegar el frío algunos se quedan pero la mayoría trata de buscar un lugar menos frío. Sabe también que algunos tienen fe musulmana y rezan. Que procuran mantener hábitos. Y que reciben visitas de otros compatriotas. Una cierta solidaridad africana recorre este espacio de extrema precariedad.

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