Opinión
Máquinas y personas: una reflexión imprescindible en Asturias ante el cambio en la organización del servicio de salud

Salud digital: máquinas y personas / LNE
Cuando el avance digital es ya imparable, hasta el punto de alterar en buena medida nuestro modo de vivir, es momento de pararse para ver de dónde venimos, hacia dónde debemos ir y cómo salvaguardar nuestros derechos como ciudadanos. Nos encontramos ante un salto tecnológico descomunal, de la mano de las herramientas digitales avanzadas, que revolucionará las organizaciones sanitarias y las relaciones entre los servicios de salud y los ciudadanos. Este salto afectará a la oferta de servicios, a las relaciones de los ciudadanos con el sistema, a la atención sanitaria y a las formas de gestión. La reflexión estratégica resulta en este momento imprescindible para orientar las decisiones, especialmente cuando en Asturias estamos en los albores de un cambio en la organización territorial del servicio de salud que representa una oportunidad para redefinirlo con una visión que permita proyectarlo a lo largo de las próximas dos décadas.
Mejor pronto que tarde, la sanidad pública deberá abordar cambios en su cartera de servicios, o mejor, en el modo de prestar sus servicios, desplegando de manera generalizada ofertas asistenciales como la hospitalización domiciliaria o la video-consulta, el trabajo en red o la integración funcional de servicios de diferentes centros hospitalarios.
Las características territoriales y la sólida experiencia en el funcionamiento del sistema público de salud son un sustrato ideal sobre el que avanzar hacia un futuro en el que las herramientas digitales serán una pieza fundamental para acercar servicios al ciudadano, llevándolos al propio domicilio, y también para revisar la estratificación de la cartera de servicios hospitalaria, impulsando la superespecialización y la excelencia en las áreas de conocimiento con mayor exigencia tecnológica y especialización. Pero no toca hoy aquí hablar de eso.
El avance digital nos alcanzará como pacientes igual que nos alcanza como ciudadanos. Cada vez existen en el mercado más aplicaciones que nos ayudan a conocer y controlar nuestro estado de salud. Los servicios de salud, públicos o privados, nos ofrecerán cada vez más funcionalidades sobre herramientas digitales, sin duda con las condiciones de máxima seguridad, pero no invulnerables. Aumentará de manera exponencial el tráfico de datos personales sobre los diferentes canales de comunicación y en los almacenes de datos. Esto nos obliga a dar la batalla para dotarnos de soportes legales sólidos que hagan compatible el desarrollo de conocimiento y servicios con la preservación de los derechos de las personas.
Recientemente se ha desencadenado una polémica porque una compañía ha ofrecido dinero, bitcoins, a cambio de la imagen del iris de cada persona interesada. La campaña para obtener la imagen del iris puede violar varios elementos legales de la protección de datos. Cada día traspasamos nuestros datos a un pozo oscuro mientras utilizamos las herramientas digitales; datos que luego se ponen a disposición de terceras compañías para múltiples usos.
El economista Javier Santacruz ha realizado una aproximación, a petición de la Asociación Europea para la Transición Digital, estimando que el valor monetario de los datos personales oscila entre los 241 y los 536 euros anuales, dependiendo de la intensidad de uso. Hace escasas fechas se publicó el informe elaborado por cincuenta expertos con un diagnóstico de riesgos por el uso de herramientas digitales por los menores, incluyendo una serie de propuestas para garantizar los derechos de los más vulnerables. Algunos estados de EE UU han presentado demandas contra empresas tecnológicas por ofrecer herramientas que producen alteraciones mentales en los jóvenes y adolescentes. En España se han disparado los ingresos hospitalarios entre adolescentes por procesos de salud mental.
El impacto en la salud por el uso excesivo de las herramientas digitales no sólo alcanza a los jóvenes. Cada vez es mayor el número de personas adultas que ven condicionada su vida por la adicción a las tecnologías digitales, agravadas en los casos en los que se producen ataques a los datos personales. La aparición de dispositivos neuro-electrónicos no hará más que incrementar los riesgos, tal como advierten algunos expertos, como el español Rafael Yuste, profesor de Neurociencias en la Universidad de Columbia (Nueva York).
¿Puede la humanidad renunciar al conocimiento? Evidentemente, no. El diagnóstico y tratamiento de los procesos tumorales, el avance aplicado de la genética, requieren del procesado de millones de datos para generar soluciones que serán cada vez más personalizadas. El avance será exponencial y, si las administraciones no definen un marco legal y ético, las máquinas estarán por encima de las personas.
La gobernanza de los datos está en la agenda de los países y, en nuestro ámbito, en la Unión Europea, como también ha de estar en la de las grandes compañías tecnológicas que emplearán todos los recursos a su alcance, y son muchos, para continuar haciendo caja con los datos de personas y de terceras compañías. Como personas individuales tenemos, aparentemente, la capacidad para gestionar nuestros datos. Sin embargo, comprobamos que cada día aparecen funcionalidades vinculadas a la aceptación de cederlos a terceros. La migración de una red social a otra no nos va a aportar mayores garantías.
En este entorno es en el que se ha de desarrollar la estrategia digital de los servicios de salud, el asturiano entre ellos. Con independencia de las exhaustivas medidas de seguridad que utiliza nuestra sanidad regional, los avances en el procesado de datos y en la utilización de la Inteligencia Artificial requieren no sólo de elementos de alta seguridad, sino que es necesario un análisis ético que garantice la aplicación de medidas que aseguren el correcto y medido uso de los datos.
Generar conocimiento es, en este momento, una necesidad, una obligación, pero también un riesgo que quienes diseñan y gestionan los sistemas y las redes de datos no pueden obviar. Hoy disponemos ya de dispositivos que utilizan el procesado de datos para devolvernos resultados en diagnóstico precoz, resultados terapéuticos, predicción evolutiva individualizada de algunos procesos patológicos, mientras otros utilizan nuestro organismo para producir, por ejemplo, movimiento en personas con limitaciones importantes y dispositivos capaces de recuperar parcialmente algunas funciones motoras sensoriales complejas.
El riesgo es, por tanto, creciente, pero no podemos ni debemos detener el crecimiento del conocimiento aplicado a la salud humana. Por ello es imprescindible una reflexión y las consiguientes decisiones en materia de gobernanza digital, a nivel internacional, a nivel nacional y a nivel de las propias compañías, en este caso, de los servicios de salud.
En definitiva, urge proteger a las personas para que el avance digital esté a su servicio, y no en su contra.
Enrique González Fernández es experto en gestión sanitaria y vicepresidente del Área de Salud de la Asociación Europea para la Transición Digital
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