Opinión
Importante
El día que el teléfono no paró de sonar por un inesperado accidente
Hoy es curioso el sentirme importante cuando tenía tan solo 12 años y era estudiante de segundo de bachillerato en el instituto Alfonso II "El Casto" y hacía un año que en el mismo centro había tenido una caída jugando en el recreo y que me costó…, no sigo, dejemos los asuntos dolorosos para otro momento.
Volviendo al tema que me ocupa, viviendo en la calle Asturias, casi esquina con la calle Independencia, para ir hasta la entrada en el instituto, no por la puerta principal que estaba en la calle Santa Susana, sino por el portón situado en el entonces llamado Campo de Maniobras, yo cogía el tranvía número 3 en Independencia, que bajaba hasta la calle Uría, continuaba por la calle Fruela, subía un tramo de la calle del Rosal y se metía por la calle Martínez Marina, justo en esa esquina yo me apeaba y así solo tenía que subir la cuesta que restaba de Rosal. Después de tantas descripciones, me centro.
Discurría el tranvía por Uría e iba llegando a la calle Milicias Nacionales, cuando de esta calle salía un autobús de la Empresa Álvarez González, con tan mala fortuna que, al describir la curva, vino enfrente del tranvía y más sobre la parte izquierda en la que yo acostumbraba a ir, al lado del conductor. Él mismo vio el autobús venir de frente y a la vez que echaba el freno eléctrico, me gritó: "chaval salta", cosa que él hizo por la salida derecha. Pero yo no podía saltar y si decidí entrar en el pasillo de viajeros, justo en el momento en que se produjo el choque. Me vi salvado del encontronazo, bajé del tranvía, recogí la cartera con los bártulos de estudio que estaba tirada en la calle y sin encomendarme ni a Dios ni al diablo, me puse en marcha por el Paseo José Antonio hasta que inicié la subida por la calle Santa Cruz. Pero la aventura continúa. Transcurrida la mitad de Santa Cruz, una señora dice: "chico, estás sangrando por las piernas". Me asusté, giré la cabeza y vi que unas gotas de sangre me arroyaban hasta los calcetines. En lo posible aceleré la marcha hasta el instituto. Allí acudí hasta el primer bedel que creo recordar que se apellidaba Giménez, me puso unas vendas y me recomendó ir a la Casa de Socorro. Así que allí fui y me recibió un policía municipal que tomó nota de mis datos y circunstancias, añadiendo que si quería denunciar tenía que ir con un mayor de edad. Luego un enfermero, en tanto me curaba, pensé que los cortes en las piernas me los habían provocado los cristales del frontal del tranvía. Más tarde vino alguien de mi casa a buscarme.
Pero el asunto no acaba aquí. Por la tarde, como era costumbre, poníamos Radio Oviedo, daban las noticias de todo lo acontecido y allí salí yo a relucir, con lo cual el teléfono de casa no paraba de sonar preocupados por mí. Así que, por un día, me sentí importante.
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