El barrio de todos

Vecinos de Bilbao, Langreo, Lugo, Valladolid, Salamanca o Alicante, como es el caso de quien escribe estas líneas, hacen vida en un mismo espacio, en La Corredoria. Un barrio en el que se escuchan diferentes acentos y que todos han acabado por hacer un poco suyo.

Descubrir el lugar en el que al final has acabado viviendo a través de los testimonios de otros es una forma curiosa de adentrarte en sus calles, en sus fiestas, en su forma de hacer comunidad. Y es que cuando te toca hacer periodismo a pie de calle, los barrios y sus residentes se convierten en la mejor fuente de historias. Historias que ya son, en parte, propias cuando eres una más de tantos que encontraron en el barrio un hogar.

Recuerdo las primeras veces que, ya como vecina, me encontraba con aquellos a los que en su día llamaba para tener la siguiente crónica, el próximo reportaje, decirme que había elegido “un buen sitio”, pero si esto es así es en gran medida gracias a quienes viven en él. Esos que pueden presumir de organizar su propia cabalgata de Reyes, de contar con una asociación de mujeres de la que están orgullosos y que han forjado una identidad propia que se resume en la frase “subir a Oviedo”, esa expresión que aún hay a quien le extraña, pero que una vez vives en el barrio, llegas a entender.

Horas de charlas y un año y medio después comprendes que sus vecinos han hecho de este barrio que mira al Naranco su lugar de encuentro, tranquilo, abierto, con sus bares de toda la vida, en los que al entrar aún se escucha desde la barra “¿lo de siempre?”, con sus fiestas de San Juan, en junio, que convierten la plaza del Coceyín en un escenario improvisado en el que no falta la música, la correspondiente hoguera y una gran fabada como símbolo de unión vecinal.

Pero, además de ese carácter colectivo, si hay un término imprescindible cuando se habla de La Corredoria ese es “populoso”. Pocos podían imaginar que, de esas primeras casas de La Carisa, el barrio acabaría casi desdibujando sus límites hasta convertirse en el más poblado de la ciudad, nutrido en gran medida por familias y parejas jóvenes que han hecho de él su casa, una casa que algunos solo se imaginan en este barrio.

En verano, aquí también se respira a otro ritmo, con sus calles llenas de gente peregrinando a El Cortijo para refrescarse en la piscina, tomando el sol entre los hórreos que custodian la estación de tren o celebrando cumpleaños en los merenderos que conducen a la senda del Nora. Una colección de estampas propias que son parte de una memoria común que promete seguir creciendo.

Y es que cada poco tiempo, La Corredoria abre sus puertas a nuevos residentes, algunos están de paso, otros se imaginan construyendo aquí una vida. Lo que parece seguro es que siempre podrán decir que fueron parte del barrio de todos.

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