Opinión

Salustiano García Fernández

Totalitarismo e ingeniería social del siglo XXI

La agenda globalista contra la democracia

El globalismo no es globalización, ésta última se circunscribe a un fenómeno de naturaleza esencialmente económica, la índole del globalismo es política, es la novedad de un pretendido régimen político cuya finalidad estratégica es convertir la totalidad del globo en su teatro de operaciones. Su implementación pasa por la imprescindible sustracción de la soberanía nacional de los Estados-Nación en favor de poderosas entidades supraestatales. El globalismo, por lo tanto, se institucionaliza en macro-organizaciones que no tienen territorio, ni patria, ni pueblo, su actuación es global. Dichas organizaciones son, en unos casos, completamente públicas, otras veces, privadas, siendo en muchos casos hibridaciones público-privadas: organizaciones internacionales públicas, ONG,s, foros globales, instituciones financieras, medios de comunicación globalistas…..etc, todas ellas comparten una convicción, la de que el mundo actual debería ser gobernado por instituciones de carácter global, denominando a esta nueva forma de poder político, "gobernanza global".

Su concepto de soberanía se redistribuye entre organizaciones supranacionales, como, por ejemplo, el Foro Económico Mundial (conocido como Foro de Davos) o la ONU con su agenda 20/30, entre otras, liberadas de las limitaciones que procederían de los intereses particulares de cada nación y así imponer/coordinar de forma totalitaria las transformaciones que se consideren por un reducido y elitista grupo de personas enmascaradas casi siempre en posiciones "filantrópicas" (véase, Fundación Bill and Melinda Gates, la Open Society Foundations de George Soros, la fundación Rockefeller, la fundación Ford, fundación Clinton….etc), todas ellas ejerciendo su "filantrocapitalismo" incentivando a sus pares ultrarricos a que sigan su ejemplo y aprovechen su poder económico para cambiar el mundo, lo que realmente significa, hacerlo a su medida.

La pretendida "gobernanza global" se quiere ejercer a base de dinero, y quienes más tienen, incluso en cantidades mayores que muchos estados-nación, pretenden gobernar decidiendo el futuro de todos.

Su proyecto no involucra a una nación, sino a un ideal, a la humanidad, de ahí que su gobernanza no reclama una porción particular de territorio, sino la totalidad.

El globalismo supone un ataque directo a la soberanía de las naciones, situando por encima de ellas otro tipo de identidad, la que ofrecería una "ciudadanía global", hoy en proceso de construcción y cuyos cultores están afiliados al citado Foro de Davos. Lo curioso es que esos ciudadanos globales son únicamente aquellos que tienen el poder económico, político o social suficiente como para ingresar en el radar de las estructuras internacionales de poder, o bien, una cuenta bancaria suficientemente abultada para pagar las elevadísimas membresías de tan selecto grupo.

Así, los "ciudadanos globales" no son otros que los invitados de honor del Foro de Davos, los burócratas de Naciones Unidas, los directivos de las empresas multinacionales que pagan sus cuotas, los magnates Soros, Gates, Rockefeller, Ford,… etc… que juegan a la filantropía, las ONG más importantes, los políticos, periodistas y académicos más serviles al nuevo régimen de poder…. Al resto, es decir, al 99,99% de la población mundial, les corresponde el papel de "súbditos globales".

Actualmente uno de los instrumentos, prioritario en lo ejecutivo globalista, es la llamada Agenda 20/30, basada en una resolución de Naciones Unidas del año 2015 en la que se compromete a todos los estados del globo con 17 objetivos y 169 metas que deberán ser cumplimentados, a más tardar, para el año 2030, se trata de la apuesta más importante y osada de los globalistas para ganar poder sobre las naciones y sus sociedades de cara a planificar y dirigir su futuro: "pura ingeniería social del siglo XXI".

Los objetivos (ODS: objetivos de desarrollo sostenible) de esta agenda han sido planeados, en exclusiva, por 87 personas (30 del grupo de trabajo abierto, 30 del comité intergubernamental y 27 del foro político de alto nivel), es decir, 87 personas y una serie de organismos de Naciones Unidas pretenden aplicar sus conclusiones de la visión de conjunto a cerca de 8.000 millones de personas. Un reducido grupo que no ha consultado a nadie para configurar dicha agenda global. La voluntad de una super-élite, que se denomina a sí misma, global, para la que las naciones y la voluntad de sus ciudadanos no significan absolutamente nada, y que hablan al buen estilo totalitario en nombre de todos. La falta de legitimidad democrática es más que evidente.

Dicha falta de legitimidad es una especie de mezcla de mesianismo y apocalipsis que sirven a una retórica de la inevitabilidad: "tal vez seamos la primera generación y quizás seamos también la última, que todavía tenga posibilidad de ‘salvar el planeta’, si logramos los objetivos, el mundo será un lugar mejor en 2030" (textual del preámbulo de la agenda 20/30). Por lo tanto hay que elegir "o el apocalipsis o el paraíso", lo cual equivale a no elegir nada en absoluto porque para sus promotores somos sólo súbditos, sólo ellos pueden hablar en nombre de los pueblos.

En el nuevo contrato social del globalismo no hay nadie que exprese ninguna voluntad, salvo la de los mismos globalistas y no olvidemos que la desaparición del "demos" es la desaparición de lo político. Una democracia sin un "demos" titular de la soberanía, no es democracia, es totalitarismo, en este caso, al más puro estilo globalista con una forma de penetración en las sociedades a base de una ingeniería social con un lenguaje novedoso, con tecnologías, con nuevas fórmulas de legitimación social, con nuevas instituciones… que busca gobernar sobre el globo entero los creados "asuntos de la humanidad" construyendo una "ciudadanía global" que asuma lo que constituyó el slogan del Foro de Davos en el 2018: "no tendrás nada y serás feliz". Una ciudadanía bombardeada por anuncios de riesgos globales que generen sensación de inseguridad existencial y así ceder su soberanía a ese selecto grupo para el que los ciudadanos no significan absolutamente nada frente a su poder ejercido con estilo y formas totalitarias. Es necesario activar un discurso estrictamente democrático contra el globalismo postulando a nuestras sociedades por encima de los supuestos "expertos" y multimillonarios "filántropos" para que no se definan las agendas políticas y culturales de los pueblos y su soberanía, porque todo ello es profundamente antidemocrático y condenaría a las inmensas mayorías a una situación de pasividad absoluta, de mera expectación y alineación apolítica.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents