Opinión

Educación de militantes

Profesores actuando de comisarios políticos

Hay algo de perversa decadencia, de palpable degradación, en las trazas y formas de quienes nos gobiernan y pastorean. De quienes manejan la cosa pública y marcan el signo de los tiempos. La manera de expresarse, de moverse por las instituciones, la altanería o la insolvencia intelectual con que responden a periodistas que no sean los habituales lacayos a sueldo.

Algunos ejemplos pueden ser los dictámenes del aversivo portavoz Patxi López que sólo atiende a sus cobistas, demasiadas intervenciones en el constituyente que causan sonrojo por los modos bajunos, la demagogia del verbo casi ininteligible de María Jesús Montero, ir al Congreso en camiseta o jurar el cargo institucional en nombre de lo que te salga de las glándulas, sin que nadie sea capaz de decirte que eso queda anulado, por ir en contra de la Constitución y, sobre todo, por impresentable.

Ese deterioro de la cosa parlamentaria parece haberse extendido a otros ámbitos de la sociedad: verbigracia, el sector educativo, que en democracia nunca tuvo etapas de excesivo esplendor.

Se han rebotado algunos profesores afiliados a IU (lo ha publicado "El País") porque los alumnos no tragan de buena gana la papilla impuesta desde el dogma oficial y tienen ideas propias, contestatarias, sobre el feminismo de nueva ola o la inmigración de oleadas.

Creen sus tutores en el aula que esto se trata de un preocupante caso de adolescentes descarriados, cuando los verdaderos ideologizados son los profesores, que se sirven de su posición de autoridad en el recinto para que, bajo su dominio, la educación degenere en prácticas de persuasión coercitiva.

La reacción natural, inherente, de todo mozuelo en edad de lógica rebeldía es ir a la contra de esa suerte de totalitarismo mental.

Recuerdo mi pubertad en un colegio religioso y mi congénita vena contestataria al abuso de autoridad, a la exigencia sin argumentos, las tinieblas de la razón, el sinsentido de tener que sufrir a figuras siniestras que aplicaban con mano de hierro una disciplina que no entendía pero que padecía con ese sufrimiento infantil del que mira al cielo y no vislumbra las señales. Me acuerdo de la angustia, el miedo, la incomprensión ante un sistema educativo inflexible, mal diseñado, concebido para triturar talentos, instaurar la mediocridad y limitar la capacidad de pensamiento individual, sin ofrecer razonamientos ni recursos.

Hoy los nuevos clérigos aplican el rodillo sobre las mentes tiernas y la ingeniería social es una apisonadora y una industria, teniendo a la vanguardia el marxismo cultural, con sus variantes en la ideología de género y la memoria histórica oficial pergeñada desde el poder. Imaginen el efecto de eso en púberes aún sin tendencias políticas definidas.

Prácticamente extinguidas las Humanidades de los planes de estudios (con la Filosofía y la Historia en el desguace de las ideas), careciendo de una base intelectual adecuada que ayude a discurrir en posesión de las herramientas culturales propicias, el alumno sólo recibe la hostilidad del nuevo catecismo de la izquierda más feroz, la que se puede identificar desde fuera casi a golpe de vista estético; profesores con carnet de partido, maestros que van en listas electorales, comisarios políticos disfrazados de educadores, con el avieso afán de imponer a sus alumnos el credo izquierdista como verdad incoercible y sin darles nada a cambio; mientras promueven la destrucción de los vínculos familiares, el relativismo moral, la maldad irreflexiva, dentro de su ideario corrosivo que desemboca en las consecuencias acordes al péndulo que provocan.

Porque resulta que, frente a lo esperado por el escuadrón del profesorado militante, después sale el alumno mal adoctrinado, y entonces acuden, con la agresiva superioridad moral del ser comunista, a su periódico de cabecera de propaganda y denuncia social, a proclamar, compungidos en exceso y el rostro demudado, que el chiquillo es facha.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents