Opinión
Anodinos y malvados
Los villanos de las películas y la televisión comparados con los de la realidad actual
Antes del 9 de diciembre de 1938, cuando fue nombrado comisario del pueblo para Asuntos Internos, Lavrenti Beria era un fulano desconocido en Occidente, y tampoco es que tuviera muchos motivos para llamar la atención: aspecto de gris funcionario o empleado de una funeraria, de esos tipos compactos y metódicos de la Unión Soviética, alguien que no imaginarías de otra cosa que no fuera picapleitos o notario, con todo el respeto a estas dos dedicadas profesiones. Pero Beria fue un gélido asesino a gran escala, brazo ejecutor de Stalin, jefe del NKVD durante 13 años, organizador de la mayoría de los arrestos y ejecuciones masivas en aquella época de terror. Como suele pasar, los rusos malos de verdad no tenían la cara de villanos que en las películas tienen los rusos malos.
Bolaños también tiene aspecto de oficinista o comercial a puerta fría, y, sin embargo, su trabajo es salir a mentir a diario sin un ápice de rubor, para evitar que el sanchismo se derrumbe. Además, como fontanero en las tripas del poder, se ha erguido en el portavoz del equipo jurídico de una particular. Bolaños sale a explicar la persecución que sufre una ciudadana llamada Begoña Gómez, sin cargo institucional alguno, pero con la feliz coincidencia de que es esposa del Presidente del Gobierno, aunque eso no tuvo nada que ver a la hora de llevar a cabo sus presuntas actividades, de las que se niega a dar explicaciones, abrumada como está, la pobre, por el acoso de la ultraderecha.
Impera todo un conglomerado mediático cuyas caras (algunas hasta atractivas) más visibles de los adictos al régimen, tienen la desagradable tarea, entre otras, de analizar la profusión de los saludos al líder, alertar de los gestos sombríos y taciturnos en el encuentro con el prócer de la España plurinacional y el ancho de sus sonrisas, si las hubiera. También marcan la agenda oficialista de lo que se debe pensar y creer, y señalan a los díscolos, periodistas o particulares que ejercen su intolerable oposición a la estimable coalición de progreso, donde el progresista es Arnaldo Otegi y sus víctimas los reaccionarios. Donde los límites de lo que es o no democrático están trazados por ellos mismos, sin salirse un milímetro del perímetro de la Moncloa. Últimamente se ofuscan intentando poner coto a un juez que no atiende a razones, y uno sospecha que tanto a civiles anónimos como notorios contestatarios, estos profesionales a sueldo tendrían escasos escrúpulos, si las circunstancias fueran las propicias (años 30, verbigracia) en marcar y cebar con tanto disidente las fosas comunes, traqueteo sobre las tapias de los cementerios y firmar condenas que conllevaran salir de noche en la parte de atrás de una furgoneta rumbo a alguna localidad al nordeste de Madrid.
El siniestro Zapatero quiso ser Bambi pero en una versión luciferina y Juan Carlos Monedero hubiera sido feliz en el puesto de comisario político al mando de una cheka en el estertor republicano, recibiendo órdenes de Alexander Orlov. No hay nada destacable en ellos, ni en nada son brillantes ni talentosos, jamás se harían notar, de no ser por su perversidad y retorcida maldad.
En algún momento se quisieron alzar en Venezuela como portavoces de los débiles y desfavorecidos, pero ya no tratan de justificar su vomitivo trinque apelando a la defensa del humanismo, de los de abajo contra los de arriba, esas cosas tan bochornosas a las que se remiten siempre los secuaces de tiranos; como nadie les presume ya buenas intenciones, y son incapaces de refrenar su abyección, les basta con tildar de fascistas a todos los que no estén dentro del tinglado, los que quieren poner coto a su vil negocio de narcoterrorismo y muerte.
Su botín está arrebatado a los que más sufren, y se lucran con el dolor de todo un país que se desangra, entre el exilio, la miseria y la represión, y cuyo estado de las cosas debe seguir siendo igual de lamentable en pos de sus florecientes negocios. Nada que ver con los inteligentes y carismáticos villanos del cine y la TV, son tipos mediocres, grises, inequívocamente aborrecibles. Pero su final debería ser por justicia trágico.
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