
El enigma del odio juvenil

Sin el bombo y platillo que ha precedido el estreno de otras series, 'Adolescencia' se ha colado en nuestras salas de estar como una historia pequeña, el drama de una familia con un hijo adolescente que es acusado de un asesinato, y deja a su paso enigmas que nos pillan tan desubicados como a los protagonistas adultos de la trama. Es difícil no compartir la perplejidad primero y la desolación después de unos padres superados al descubrir que en realidad no conocen a su hijo de 13 años, o la impotencia de otro padre que no logra conectar con el suyo, inmerso en la jungla social y el lenguaje secreto y terrible de los 'likes' de Instagram.
Todas las generaciones tienen una adolescencia complicada, con mucha hormona, confusión y rebeldía. Pero no todas han tenido tantas armas, navajas, al alcance; ni altavoces tan grandes para magnificar el bullying o los mensajes de odio que alimentan la ira. La globalización e internet también eran eso. Los adultos asistimos como en trance a lo inconcebible en una sociedad que creíamos avanzada, que confiábamos en que había mejorado, que había aprendido de los errores. La escuela de 'Adolescencia', sin ir más lejos, con maestros quemados y con dificultades de autoridad, compitiendo con la atención a los móviles, es la imagen agrandada por una lupa de una realidad que se vive en muchos de nuestros colegios. La vemos en un plano secuencia que aplauden los expertos en cine por su maestría técnica, pero quita el aire a todos aquellos que nos metemos en la historia con la piel de gallina a través de esa perspectiva de excepción.
Basada en hechos reales, crímenes cometidos por adolescentes de 13, 14 o 15 años que han sacudido a la opinión pública en los últimos años, es difícil no ver reflejada en la violencia juvenil de los personajes a los tres adolescentes que mataron a su cuidadora en Badajoz hace unas semanas, o al chaval de 15 años que acuchilló en Orihuela hasta la muerte a su ex novia en noviembre. La serie es un espejo de nuestra frustración y su crudeza debería ayudarnos a seguir buscando maneras de frenar tanta violencia en edades tempranas.
Un impulso en la lucha contra la violencia adolescente

Una de las escenas más desgarradoras de 'Adolescencia' muestra al padre del protagonista completamente destruido. Llora desconsolado en la habitación de su hijo, que tiene 13 años y está acusado de matar a puñaladas a una compañera del colegio. "Lo siento, hijo. Debí hacerlo mejor", suspira mientras acaricia y besa un peluche del chaval. El hombre tiene 50 años, trabaja como fontanero, es padre de otra hija y esposo entregado. Es una familia estructurada, sin aparentes problemas. ¿Ha fallado como padre?
La serie británica de Netflix es ficción, pero psiquiatras, pedagogos y orientadores destacan que el guion tiene mucho de realidad y puede servir como elemento propulsor para tomar conciencia y prevenir la violencia adolescente en un momento en que el odio y la misoginia son un fabuloso combustible en internet. ¿Se están equivocando las familias y los colegios a la hora de educar? La mala noticia es que, en parte, sí. La buena es que no hay que culparse ni desesperarse. "Los éxitos de nuestros hijos no son nuestros éxitos, ni sus fracasos nuestros fracasos. Los padres influimos en su vida, pero no la determinamos", explica la profesora y divulgadora especializada en adolescencia Diana Al Azem, autora de '¡Quiero entenderte!'. Ahora bien, sí que hay factores familiares que pueden hacer que un adolescente sea más o menos violento. Y aquí entra en escena la importancia de la prevención.
El Gobierno británico, de hecho, ve con buenos ojos que 'Adolescencia' se vea en el Parlamento y en los centros educativos para generar debate y acelerar cambios. Preguntado por la serie, el 'premier', Keir Starmer, explicó que está siguiendo la serie con su familia –tiene un hijo de 16 años y una hija de 14– y que considera que es un "muy buen drama". Apuntó, además, que la serie refleja "el problema real" que supone "la violencia ejercida por hombres jóvenes" que se han visto "influenciados por lo que ven en internet". "Es aborrecible y tenemos que afrontarlo, es un problema emergente y creciente", subrayó.
Lo cierto es que cualquier espectador termina la serie con desasosiego y preguntándose si su hijo podría convertirse en un monstruo. Con los datos por delante, la respuesta es que no hay muchas probabilidades. En España se han registrado recientemente casos espeluznantes. Por ejemplo, este mismo mes, la muerte de una educadora en un piso tutelado de Badajoz a manos de tres menores, o en febrero de 2024 el salvaje crimen que cometieron en Cantabria dos chavales contra su madre adoptiva. Y más lejos en el tiempo, en 2005, el impactante caso de tres adolescentes de Barcelona, con familias estructuradas, que quemaron a una indigente, Rosario Endrinal, en un cajero automático de Sant Gervasi.
Sin embargo, los datos apuntan a que la delincuencia juvenil está a la baja. El número de menores de 14 a 17 años condenados con sentencia firme por todo tipo de delitos cayó un 7,2% en 2023, según datos del INE, que refleja una diferencia abismal entre chicos (10.367) y chicas (2.655). Lesiones (7.695) y amenazas (2.066) están entre las infracciones o delitos más comunes mientras que la cifra de homicidios es muchísimo más baja: 114.
Falta atención en casa
Sin llegar al extremo de las conductas delictivas, la realidad cotidiana no invita especialmente al entusiasmo. Según Unicef, casi el 21% de los adolescentes españoles manifiestan problemas de salud mental. El último estudio de la Fundación SM y Educo alerta ante la mayor vulnerabilidad socioemocional de los estudiantes: cada vez tienen menos autoestima y menos tolerancia la frustración, caldo de cultivo perfecto para que aumenten las conductas disruptivas en el aula debido, según los autores de la informe, a "la falta de atención en el hogar". Es un retrato bastante fiel de lo que le ocurre a Jamie, el protagonista de 'Adolescencia'.
En la crucial entrevista con la psicóloga mientras está recluido a la espera de juicio, el chaval recuerda con angustia cómo su padre le giraba la cara cuando jugaba al fútbol. "Le daba vergüenza lo mal que lo hacía", confiesa el niño a la terapeuta. El padre, efectivamente y sin maldad ninguna, asume que le sabía muy mal ir a los partidos porque su hijo "era un paquete" con el balón. Aquí está una de las primeras señales de alarma. En esa familia falla la comunicación.
La divulgadora Al Azem recuerda que muchos jóvenes violentos sienten que no valen nada o que no encajan pero que si se sienten valorados, escuchados y aceptados será menos probable que recurran a la agresividad. No es el caso de Jamie. "El padre no sabía ni comunicarse con él ni acompañarle", continúa el pedagogo Luis López Murria, autor del ensayo 'Educar en llamas' y miembro de Acompanya’m, pionera unidad terapéutica de salud mental infantil y juvenil del Hospital Sant Joan de Déu (Barcelona). El especialista recomienda a las familias que hagan planes con sus hijos e hijas, que vayan al cine, que den un paseo o que, simplemente, hablen e intenten reírse con ellos. Que estén presentes.
El psiquiatra Enric Armengou, autor de un manual sobre el suicidio adolescente ('Romper el silencio'), también hace hincapié en la necesidad de cuidar la diversión con los hijos desde que son pequeños para crear recuerdos bonitos que perduren en la adolescencia.
La comunicación –tan difícil de conseguir con un adolescente encerrado en sí mismo– es básica. El protagonista de 'Adolescencia' es un chaval inteligente, con buenos resultados escolares y un par de amigos. Aparentemente todo normal. Pero ni sus padres ni su hermana saben lo que se estaba cociendo en su cerebro. Hablar, al menos intentarlo, es crucial. "Tengo muchos pacientes que no saben qué profesión tienen sus padres. Más o menos conocen a qué se dedica, pero no te saben decir nada más concreto", alerta Armengou. Muchos chavales que reciben terapia en Acompanya’m reconocen que jamás comen o cenan en familia.
El acompañamiento no solo debe ser físico sino 'online'. Todos los expertos subrayan que uno de los grandes fallos de la familia de 'Adolescencia' es que Jamie se pasa las noches solo en su cuarto con el ordenador. Internet le abre las puertas de un mundo oscuro en el que el odio a las mujeres campa a sus anchas de la mano del movimiento incel, abreviatura inglesa de celibato involuntario, subgrupo digital que acusa a las mujeres de ser las culpables de su soledad y de su incapacidad de tener relaciones sexuales. Y eso sucede sin que medie ningún diálogo presencial con su padre, su madre y su hermana, quienes, seguramente, le habrían aportado otros puntos de vista realistas y sensatos.
Los adultos también desconocen los códigos que los adolescentes usan en redes para comunicarse. Y, según los expertos, ahí también tienen que estar las familias, para conocer el mundo en el que se relacionan los chavales y poder así orientarles y acompañarles.
"Los adolescentes necesitan intimidad, pero no les podemos abandonar en internet. Les pedimos que de noche no vayan por determinadas calles porque no son seguras, pero luego les dejamos solos en el mundo virtual", critica Armengou. Jamie podría ser cualquier chaval español. El informe de Educo y la Fundación SM da voz a profesores que aseguran que muchos escolares acuden a clase completamente dormidos porque han estado hasta las tres de la mañana con su móvil o en las redes sociales.
"Internet es la niñera de muchos adolescentes. Las redes sociales, y la sobrestimulación que provocan, no hacen nada por ayudar. En las redes vemos cómo debemos ser, cómo debemos comer y cómo debemos vivir. Si no lo cumplimos, nos genera una frustración muy grande", explica el profesional de Acompanya’m.
La palabra frustración es otra de las claves en la educación y la crianza. "La poca tolerancia a la frustración nos predispone a ser más agresivos, ya sea verbal o físicamente", explica López Murria. La frustración puede venir por cualquier parte, desde unas malas notas hasta pedir (y no tener) un móvil nuevo, detestar el menú de la cena o querer ligar con alguien y recibir una negativa o una burla, como le sucede al protagonista de la serie de Netflix. Aquí, una vez más, entran en escena los límites, tan necesarios y tan olvidados entre muchas familias.
Los padres y madres ausentes son una realidad palmaria. Otros están presentes, pero enganchados a la pantalla de su móvil. "Vivimos en una sociedad cada vez más exigente, competitiva e individualista. Salimos a las ocho de la tarde de trabajar y cuando llegamos a casa no queremos líos ni berrinches, así que no ponemos límites y cedemos en todo", critica López Murria. "El problema es que con un niño pequeño tienes una rabieta pero con un adolescente que se niega a que le quites el móvil a las tres de la mañana tienes otro panorama muy serio", añade. "No hay que tener miedo a pasarlo mal en estas situaciones. Tú eres la autoridad en casa. Autoridad dialogante, pero autoridad", apostilla Armengou.
El fenómeno 'incels' y la importancia de las terapias

'Adolescencia', la serie de la que todo el mundo habla, la más vista en Netflix, es un retrato crudo e hiperrealista (cuatro capítulos, en sendas grabaciones en plano secuencia) de los problemas psicológicos graves de un adolescente de 13 años, Jamie, al que se acusa de asesinar a una alumna de su misma escuela. El fenómeno subyacente, entre otras muchas cuestiones psicológicas complejas de fondo, es el del fenómeno de los 'incels', un grupo digital de hombres que acusa a las mujeres de ser las culpables de su soledad y de su incapacidad de tener relaciones sexuales.
La serie retrata de forma extraordinaria el desconocimiento de los adultos, incluida la policía que investiga el caso, de este fenómeno, que aparece en las redes sociales que usan algunos alumnos de la escuela del joven protagonista.
"El pan de cada día"
El director de la serie, Philip Barantini, narraba hace unos días a 'El Periódico' cómo surgió el proyecto: "Plan B Entertainment [la productora de Brad Pitt] me propuso la idea de hacer una serie rodada en planos secuencia. Esa era toda la idea. 'Vete y busca una historia', me dijeron", explicaba. "Se lo comenté a Stephen [Graham, autor del guión y actor monumental que interpreta al padre del protagonista] y le dije: 'Pensemos algo juntos'. Y en aquel momento se habían producido una serie de agresiones con arma blanca en el Reino Unido. Estas cosas son aquí el pan de cada día, tristemente, pero en estos casos particulares, hablábamos de chicos adolescentes que acuchillaban y mataban a chicas de su edad. Los dos tenemos hijos y nos preguntábamos: '¿Cómo puede llegar a hacer esto un chaval?'. Creíamos que había un mensaje por comunicar. Habremos hecho bien nuestro trabajo si la serie despierta alguna clase de conversación", confesaba Barantini.
La serie plantea de forma desgarradora pautas para tratar de sugerir respuestas a la pregunta de porqué un adolescente puede llegar a este extremo. Y lo hace tanto describiendo las emociones de los padres en el último capítulo, con un diálogo crudísimo entre ambos en el que sobrevuela la culpa, la crianza, el 'tendríamos que haber hecho más', la herencia recibida por parte del padre, por parte de un padre maltratador...'. También en ese diálogo aparece la figura de una psicóloga a la que ambos han acudido y que recomienda no cerrarse.
Una terapia completa
Pero también y de forma muy especial en el tercer capítulo se aborda casi de forma monográfica una sesión de la psicóloga del juzgado que elabora un informe sobre el adolescente, a quien visita en el centro psiquiátrico en el que está recluido a la espera de juicio. En esa sesión, la psicóloga lleva a cabo un minucioso trabajo dialéctico de bisturí para abrir los sentimientos que el menor oculta, vinculados en parte a esa idea de la masculinidad, a la percepción de Jamie de sí mismo como alguien 'feo' y a los efectos de recibir comentarios despreciativos en las redes sociales mediante emoticonos que los adolescentes saben interpretar y que llevan al adolescente a sentir vergüenza de sí mismo.
Un niño, en definitiva, con una necesidad manifiesta de gustar, de superar ese estigma, esa etiqueta, que le lleva a situaciones de gran agitación. En ese capítulo también la terapeuta recomienda al protagonista (interpretado de forma extraordinaria por Owen Cooper) que aproveche los servicios de salud mental que le ofrecen en el psiquiátrico.
¿Qué sabemos de nuestros hijos?
Y sobre toda la historia sobrevuela permanentemente la sensación de falta de conocimiento real de lo que sucede en la habitación de los adolescentes cuando cierran la puerta. Los padres, tras un acontecimiento tan inasumible como el hecho de tener a un hijo acusado de asesinato, rememoran a posteriori detalles como lo poco que hablaba Jamie en casa, la necesidad de haber parado a tiempo ciertas cuestiones psicólogicas, y una pregunta final: ¿Se sobrevive a una tragedia así, en una familia?. O como dice Graham en unas declaraciones a Tudum, de Netflix: "Queríamos que vieras a esta familia y pensaras: 'Dios mío. Esto nos podría estar pasando a nosotros'. Y lo que ocurre aquí es la peor pesadilla de una familia normal".
ENTREVISTA CON PHILIP BARANTINI
"Puedes creer que tu hijo está bien solo en su habitación, pero es ahí donde suceden los daños"


Tras trabajar juntos en 'Hierve', drama de restaurante filmado en un plano secuencia de 90 minutos, y su posterior adaptación a serie, el director Philip Barantini y el actor Stephen Graham han vuelto a unir fuerzas en 'Adolescencia' (Netflix, jueves, día 13), miniserie cocreada por el segundo con el imparable guionista Jack Thorne. Son cuatro capítulos y otros tantos únicos planos, un (mesurado) prodigio técnico-artístico desdoblado en reflexión honda sobre el impacto de las redes sociales y la manosfera en nuestros jóvenes. El joven Jamie (Owen Cooper), de 13 años, es acusado de haber acuchillado y matado a una compañera de clase. La pregunta no es solo "¿quién lo hizo?", sino también, o sobre todo, "¿cómo puede llegar a hacer esto un chaval?".
¿Por qué creyó que esta serie debía contarse en planos secuencia?
No es algo que sea apropiado para cualquier historia, o cualquier género, pero sí para algo como 'Adolescencia', así de visceral. Además, nos parecía interesante colocar al espectador en cuatro puntos aislados de una historia más grande. Sin explicarlo todo, sin darlo todo comido, sin dar muchas respuestas. Que el espectador estuviese metido ahí una hora y después lo sacáramos, y que él mismo rellenara huecos mentalmente.
¿Cómo se prepara uno para cuatro desafíos así? Guíenos.
Una vez escritos los dos primeros episodios, empezamos con la preproducción, que duró unos seis meses en total. En ese momento solo trabajaba el equipo técnico, esto es, gente como [el director de fotografía] Matt Lewis y [la ayudante de dirección] Sarah Lucas, o los diseñadores de producción. Lo que teníamos que hacer, básicamente, era coreografiar cada episodio. Antes de que llegaran los actores, debíamos saber dónde estaría la cámara en cada momento y cómo los seguiría. Teníamos dos operadores y era cuestión de decidir también en qué instantes en concreto tomaría uno el relevo del otro. Era pura coreografía.
¿Cuánto tiempo trabajaron con los actores antes de rodar?
Producir cada episodio nos llevó tres semanas; dos de ellas, las primeras, se dedicaban solamente a ensayar con los actores. Durante la primera semana, ellos y yo y mi equipo esencial desgranamos el guion en secciones. Ensayábamos una hasta que estaba perfectamente aprendida, hasta que se convertía en memoria muscular para los actores. Después pasábamos a la otra. Y después, a la otra. Por el camino íbamos retocando cosas, depurando algunas cuestiones. Al final de esa semana ensayábamos el episodio completo un par de veces. Finalmente, en la tercera, lo que hacíamos era ensayar ya con todo el equipo, incluyendo los extras y todos los técnicos, para que todo el mundo supiera dónde debía estar en cada momento, o dónde estar para no molestar, o que la gente de sonido supiera dónde colocarse, etcétera. La mecánica era igual: tratábamos de dominar una sección del guion y, una vez conseguido, pasábamos a la siguiente.
¿Toda la tercera semana se dedicaba a intentar filmar con éxito?
Así es, la tercera era solo para rodar. Eran cinco días de trabajo y cada día filmábamos el episodio dos veces. Llegábamos por la mañana, yo gritaba "¡acción!", luchábamos durante una hora, y yo gritaba "¡corten!". Nos tomábamos un descanso de tres, cuatro horas para charlar sobre la toma recién hecha y comer algo y ya por la tarde hacíamos la toma una vez más. Es decir, en total rodamos cada episodio diez veces.
Solo por curiosidad, ¿cómo se rodó el salto por la ventana del segundo episodio?
Tuvimos que sacar la ventana y después volverla a poner con efectos visuales. Uno de los operadores de cámara recorría la clase y, cuando Ryan [Kaine Davis] saltaba, el otro operador, que estaba agazapado al otro lado, cogía la cámara y continuaba el plano. Pero había un agujero enorme en aquella clase y los chavales pasaron bastante frío [ríe].
Estoy francamente asombrado con la interpretación de Owen Cooper [en el papel del chaval acusado de asesinato]. Sobre todo porque, si no me equivoco, es su primera aparición en una pantalla.
Es su primer trabajo como actor, sin más. No había actuado en su vida. Iba a clases de interpretación y alguien le comentó algo sobre nuestra prueba. Junto a su cinta llegaron otras quinientas, pero enseguida nos dimos cuenta de que él iba a estar entre los mejores. Hizo cinco o seis pruebas con nosotros. También le grabamos con Stephen Graham. Y, bueno, nos volaba la cabeza lo bueno que era. Owen no se da cuenta de una cosa: hay muchos actores por ahí que se han formado toda la vida para hacer lo que él hace sin esfuerzo, de la forma más instintiva y natural. Simplemente escucha y responde. Cuando rodaba con Stephen Graham, no le veía como Stephen Graham. "Es mi padre", decía. "Es mi padre".
Uno de los mejores momentos de 'Adolescencia' es el final del segundo episodio, con un aire operístico y cósmico que me hizo pensar en los planos aéreos de 'Mystic River'.
Lo que queríamos hacer era mostrar lo cerca que está la escuela del lugar del crimen. Lo pequeña que es esta localidad y lo fácil que será que quede tocada para siempre. Para grabar esa versión coral del tema de Sting ('Fragile') usamos al coro del mismo colegio donde rodamos la serie. Y voy a contarle algo que todavía no le he contado a nadie: la música que oímos a lo largo de 'Adolescencia' está cantada por Emilia Holliday, la actriz que hace de Katie, la chica asesinada. Y la última voz que oímos, como un hilo muy fino, en esa versión de 'Fragile' también pertenece a Emilia.
El tercer episodio es un tenso mano a mano entre solo dos personajes en un espacio limitado. El trabajo de cámara es brillante: dinámico, pero sin llegar a distraer, y siempre conectado al funcionamiento interno de la dramaturgia.
Para mí era importante que los planos de la serie no se vieran como un espectáculo o que distrajeran de la historia. Ha de ser algo que, al final, apenas notas. Solo sabes que estás siendo obligado a ver algo en su integridad y que te sientes incómodo. Ese tercer episodio, en concreto, fue muy complicado de planificar. Pero me parecía interesante que, a veces, en lugar de ver a Jamie hablar, pudieras fijarte en las reacciones de Briony [Erin Doherty] a lo que él está diciendo.
La serie es un lamento desesperado por la inocencia perdida. Parece un lloro sincero y agónico. ¿Cómo empezó todo?
Plan B Entertainment [la productora de Brad Pitt] me propuso la idea de hacer una serie rodada en planos secuencia. Esa era toda la idea. "Vete y busca una historia", me dijeron. Se lo comenté a Stephen [Graham] y le dije: "Pensemos algo juntos". Y en aquel momento se habían producido una serie de agresiones con arma blanca en el Reino Unido. Estas cosas son aquí el pan de cada día, tristemente, pero en estos casos particulares, eran casos de chicos adolescentes que acuchillaban y mataban a chicas de su edad. Los dos tenemos hijos y nos preguntábamos: "¿Cómo puede llegar a hacer esto un chaval?". Creíamos que había un mensaje por comunicar. Habremos hecho bien nuestro trabajo si la serie despierta alguna clase de conversación.
Eso sí, en ningún caso pretenden tener las respuestas.
No lo atamos todo con un lazo, no. Espero que consiga que padres, profesores y adultos en general se replanteen cómo acercarse a los jóvenes. Habla con tus hijos, habla con tus alumnos. Pregúntales si están bien. Puedes creer que tu hijo está bien solo en su habitación, pero en realidad es ahí donde suceden los daños. Es terrorífico.
¿Le asusta el auge de la manosfera?
Jack Thorne, que escribió el guion con Stephen Graham, se metió por lugares muy oscuros para este proyecto. Y se dio cuenta rápidamente de que esto es algo enorme, y que es fácil que un chico de 13 años encuentre lógica a lo que esas personas están diciendo. Les dan explicaciones fáciles para todas sus dudas, como por ejemplo, que al 80% de las mujeres solo les interesa el 20% de los hombres y que la única forma de poder conseguir a esas mujeres será engañándolas de algún modo o lo que sea. Tengo mucho miedo por mi hija. Tiene ocho años y tiene un iPad. Tengo controlado todo lo que hace con él, pero igualmente tengo miedo.
Ser un adolescente hoy en día no puede ser fácil. Nunca ha debido ser sencillo, pero en este momento en concreto… parece una pesadilla.
Yo crecí en los ochenta, cuando no había móviles y lo que hacíamos era jugar en la calle. Solo pensar en lo que significa llegar a la juventud hoy en día... Todas esas presiones. Todo ese contenido terrible que se pone ante los ojos de los chavales.
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